Dendritas. Kallia Papadaki

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Dendritas - Kallia Papadaki Narrativa

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terrier, de nombre Nipper, adornaba el logotipo de la compañía de gramófonos RCA Victor, así como el de la compañía discográfica homónima. El cuadro del pintor Francis Barraud con el terrier y el gramófono lleva por título His Master’s Voice.

      5El llamado busing, en Estados Unidos, consistía en realizar intercambios de alumnos entre escuelas, con el objetivo de dar oportunidades a los menos favorecidos y llevar una cierta diversidad a la homogeneidad basada en la raza, el origen y los ingresos familiares que se observaba en los conjuntos escolares.

      II

      Aprieta los dientes de dolor, el sudor frío le surca las palmas, de esta no sale, y sin embargo las balas han pasado rozándolo, no han dado en el blanco, no han maculado la carne, intenta tomar aliento, algo lo asfixia en el tórax, un lamento ahogado que no acaba de salir, levanta los ojos tal como está, tumbado boca abajo, y ve un charco de sangre tres metros a su derecha y un cuerpo rígido que cierra ante él la estrecha acera, y a los transeúntes que gesticulan por encima de él, y ese zumbido que le perfora los tímpanos; con la mano derecha se palpa el cuerpo para localizar el dolor, pero no hay herida, y eso le da más miedo todavía, y además sus pensamientos lo abruman, su mujer postrada en la cama, su único hijo menor de edad, la empresa con deudas, y Andonis Cambanis pierde el conocimiento: vuelve a tener diecinueve años y a ser un extraño entre extraños.

      Medio mes después, y tras la recomendación y los consejos de un tal Suliotis, friegaplatos de profesión, Andonis Cambanis vivía en el estado de Nueva Jersey y trabajaba en los astilleros de Camden para la New York Shipbuilding Corporation, con la especialidad de soldador en las zonas de prefabricado, sacaba veintidós centavos por hora que le proporcionaban lo mínimo para la supervivencia: una habitación microscópica en Morgan Village, en la calle Sylvan, dos platos diarios de comida fría que le preparaba la noche de antes su casera polaca, y un paseo el domingo en la periferia oriental de la ciudad, terra incognita para él, el germanófono Cramer Hill y los barrios judíos de Marlton y de Parkside, mojados y bordeados por el curso zigzagueante del afluente Cooper, y como el natural de Nísiros seguía sin hablar inglés en condiciones, sus paseos eran solitarios y el dinero en el bolsillo escaso, y cada dos por tres se paraba a mirar con ojos de besugo las casas de madera de dos plantas, con familias de cuatro o cinco miembros, los escaparates de las pastelerías que vendían dulces orientales y helado a granel, las sinagogas, las hordas de judíos ortodoxos con sus trenzas negras y simétricas y los restaurantes kosher con sus apetecibles albóndigas de patata y gulash ucranianos.

      Tenía veintidós años; se quedaba huérfano de padre, madre, casa

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