A merced de la ira - Un acuerdo perfecto. Lori Foster

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A merced de la ira - Un acuerdo perfecto - Lori Foster Tiffany

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otra sonrió, burlona.

      –Ya entiendo por qué la dejó Murray.

      «Pronto», se dijo Priss. Muy pronto la haría pagar por aquel insulto.

      –Mi madre nunca se lo reprochó. Dijo que sabía que lo suyo fue una aventura pasajera y que nunca había esperado nada más –volvió a mirar a Murray y vio que estaba observando sus pantorrillas–. Por eso nunca se puso en contacto con usted para hablarle de mí. Sabía que no querría responsabilizarse de una niña de la que no sabía nada.

      Murray se rio.

      –¿Eso te dijo?

      –Sí. Me dijo que era usted un hombre poderoso y que no podía cargarlo con esa responsabilidad, sabiendo lo que sentía.

      –Quería protegerte.

      –Sí.

      –Y no se equivocó –cruzó los brazos sobre el pecho.

      Priss vio que eran el doble de grandes que los de Trace, a juego con su cuello y su espalda colosal. Pero, si hubiera tenido que elegir, habría apostado por Trace sin dudarlo. Aquel hombre irradiaba confianza en sí mismo y en sus capacidades. Tal vez no fuera tan brutal como Murray, pero era eficaz.

      Seguramente por eso lo había contratado Murray.

      Murray esbozó una sonrisa burlona.

      –Nunca he querido tener hijos, pero ya es irremediable, ¿no?

      Priss se lo tomó como una pregunta retórica y mantuvo la boca cerrada.

      Murray la agarró del brazo sin hostilidad pero bruscamente, la levantó y la hizo dar una vuelta para inspeccionarla desde todos los ángulos.

      –He tomado una decisión.

      –¿Sobre qué? –preguntó ella esperanzada.

      –Comeremos juntos para ir conociéndonos mejor.

      –Ah –dijo Priss, desconcertada–. Sí. Eso sería fantástico.

      «Podría matarte mientras comemos. Seguramente me daría tiempo».

      –Pero todavía no.

      –¿Qué? –preguntó Priss, confusa.

      Murray la observó con una mirada desdeñosa.

      –No vas precisamente a la última moda, ¿no crees? Si voy a dejarme ver contigo en público, habrá que hacer ciertos… ajustes.

      –¿Ajustes?

      –Supongo que te das cuenta de que te hace falta ropa más favorecedora, además de un repaso completo –antes de que pudiera protestar, añadió–: Pago yo, claro –y añadió con una sonrisa zalamera–: Es lo menos que puedo hacer.

      –¿Quieres que me encargue de ello? –preguntó Trace con aire aburrido.

      Murray asintió.

      –Sí, de acuerdo. Llévala a comprar ropa nueva y pide cita en el salón de belleza. El lote completo, Trace. Maquillaje, peluquería, depilación… –esbozó una sonrisa procaz–. Lo que haga falta.

      Priss intentó disimular su perplejidad. Trace seguía pareciendo aburrido.

      –No hay problema.

      –Cuando salgas –añadió Murray–, pásate por la mesa de Alice y dile que te dé cita conmigo para comer.

      –¿Alguna fecha en concreto?

      Sin soltar el brazo de Priss, Murray volvió a mirarla de arriba abajo. Luego se encogió de hombros.

      –Después de que la hayan puesto a punto, en cuanto esté libre.

      –Entendido.

      Priss se había quedado boquiabierta de asombro. Nadie se había molestado en preguntarle nada.

      –¿De compras? –intentó parecer agradecida–. Es… es usted muy generoso, pero la verdad es que no necesito…

      Hell volvió a acercarse.

      –¿Te das cuenta de lo importante que es Murray? ¿Sabes la influencia que tiene? No puede dejar que lo vean contigo con esa pinta de… –buscó una palabra y se decantó por una no demasiado insultante– de palurda.

      –Pero… –le dieron ganas de darle una paliza. Un buen golpe con la palma en la nariz. Compuso una sonrisa nerviosa–. Es que no quiero abusar.

      Hell dejó escapar un sonido desdeñoso. Recogió el contenido de su bolso y se lo puso todo en los brazos.

      –Has estado abusando desde el momento en que te presentaste aquí diciendo que eras su hija. Acepta la generosidad de Murray. La necesitas.

      –Calma, Helene. No hay por qué ponerse así –Murray soltó una risilla y preguntó–: ¿Verdad que no, Priscilla?

      –Pues… Claro que no… Quiero decir que… –volvió a guardarlo todo en el bolso con esfuerzo–. Si de verdad está seguro de que quiere hacerlo…

      –Llévala a casa, Trace –la interrogó Murray–. Asegúrate de que llega sana y salva –le lanzó una mirada cargada de intención–. Viva donde viva.

      –Me ocuparé de ello –Trace la agarró de nuevo del brazo para sacarla del despacho.

      Priss oyó a su espalda que Hell empezaba a refunfuñar en voz baja y que Murray volvía a reírse.

      Tras cerrar la puerta, Trace le tiró del brazo para sacarla de su ensimismamiento:

      –Bueno, vamos.

      Priss hizo que tirara de ella todo el camino. Pero Trace solo fue hasta la mesa de la recepcionista.

      –Hola, cielo. ¿Puedes echar un vistazo a la agenda de Murray? Quiere fijar una cita para una comida.

      –Claro, Trace –Alice se puso un mechón de pelo detrás de la oreja y comenzó a teclear. Sus finos dedos volaron sobre el teclado.

      Priss entre tanto volvió a observar a Trace. Con Alice usaba un tono muy amable, mucho más amable que el que había usado con Hell o con ella. Hasta parecía… simpático.

      ¿Habría algo entre ellos? Priss estuvo pensándolo. Y sacudió la cabeza. No, era poco probable.

      Alice lo miró con sus grandes ojos marrones.

      –Mañana está libre un par de horas.

      No, no, no. No estaba lista aún.

      Trace frunció el ceño y, para alivio de Priss, dijo:

      –No hay tiempo suficiente para que la prepare.

      Alice miró a Priss con repentina compasión.

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