A merced de la ira - Un acuerdo perfecto. Lori Foster
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–A principios de la semana que viene tiene tres horas libres. Así tendrías todo el fin de semana para… acabar.
–Con eso será suficiente. Elige un buen sitio y haz la reserva. El que más le guste a Murray, ¿de acuerdo? Luego me darás los datos.
Como no podía cruzar los brazos porque Trace seguía agarrándola, Priss comenzó a dar golpecitos con el pie en el suelo. Era el único modo que tenía de hacer visible su enfado.
Pero entonces Trace puso el pie sobre el suyo, sin fuerza, pero dejando claro lo que quería. Ni siquiera la miró.
–De acuerdo –dijo Alice.
–Gracias, tesoro –se incorporó de nuevo y, tras apartar el pie, fijó en Priss su peligrosa mirada–. Vamos.
Ella lo siguió hasta el ascensor sin rechistar. Estaba deseando respirar aire puro.
El ascensor los llevó directamente hasta el aparcamiento privado del sótano.
–He aparcado fuera…
Trace tiró de ella haciendo que pareciera que había tropezado y mientras la sujetaba le dijo en voz baja:
–Nos están vigilando.
–Ah –no miró a su alrededor, pero se le puso la piel de gallina al pensar que los estaban observando. ¿La estaba viendo Murray en ese preciso instante? Reprimió un escalofrío de temor.
Trace se detuvo delante de un lustroso Mercedes negro con las ventanillas tintadas. Priss enarcó las cejas.
–Caramba.
Él abrió la puerta del copiloto y ella entró sin hacerse de rogar.
–Abróchate el cinturón –cerró su puerta, rodeó el capó y se sentó tras el volante. Cuando las puertas estuvieron cerradas, respiró hondo varias veces, apoyó las manos en el volante y lo agarró con tal fuerza que se le transparentaron los nudillos.
Consciente de que no podían verlos a través de las ventanillas tintadas, Priss enarcó las cejas:
–¿Aquí estamos seguros?
Él giró la cabeza bruscamente y clavó en ella una mirada llena de rabia.
–Debería ahorrarme un montón de problemas y matarte aquí mismo, antes de que me lo ordene Murray.
¡Maldita sea! Priss echó mano del tirador de la puerta, pero los cierres bajaron automáticamente y comprendió que no iba a ir a ninguna parte a menos que Trace quisiera dejarla marchar. Un montón de ideas desfilaron por su cabeza. ¿Debía enfrentarse a él ya, o esperar a que estuvieran en la calle? ¿Debía atacar? ¿A la cara primero, o mejor a la entrepierna?
Echó un vistazo a Trace y comprendió que, intentara lo que intentara, estaría preparado.
3
Consciente de la rabia contenida de Priscilla, Trace puso el coche en marcha y se dirigió a la rampa de salida.
–¿Cómo es tu coche y dónde has aparcado?
–Eh…
Sintió que ella se tensaba, seguramente esperando a que salieran a la calle para abalanzarse sobre él.
Sacudió la cabeza.
–Nunca he pegado a una mujer –la miró–. Pero siempre hay una primera vez.
La sorpresa suavizó su expresión hostil.
–¿Qué?
–Te sugiero que no me pongas a prueba, Priscilla. Estoy muy enfadado. Podría darte la tunda que te mereces.
Comprendiendo que solo se estaba desahogando, ella dejó caer los hombros. Hasta se permitió burlarse un poco de él:
–¿La tunda que me merezco? No seas bruto –dejó su bolso en el suelo, delante del asiento, y echó la cabeza hacia atrás. Luego, como si se lo pensara mejor, añadió–: Además, yo no lo permitiría.
¿De veras creía que podía detenerlo si se ponía un poco duro? ¡Qué idiotez!, pensó. él. Pero hizo bien en relajarse. Él no tenía intención de maltratarla.
Por lo que a él respectaba, ya la habían maltratado suficiente ese día.
–Aparqué a dos manzanas de aquí, por si acaso, ¿sabes? Es un Honda Civic azul oscuro.
–Mandaré a alguien a recogerlo.
–Así como así, ¿eh? –se estiró y bostezó–. ¿No necesitas mis llaves?
Cuando se quitó los zapatos, movió los dedos y exhaló un suspiro, Trace se enfadó aún más.
–¿Ya te sientes mejor?
–Pues sí –giró la cabeza para mirarlo y hasta sonrió un poco–. Saber que no tienes intención de asesinarme es un gran alivio.
–No te relajes demasiado. Todavía estás con el agua al cuello.
Priss se volvió hacia él.
–Sí, ya lo sé. Bueno, ¿qué está pasando aquí? ¿Qué es esa idiotez de la ropa y todo eso?
–Necesitas vestuario nuevo para lucir tus encantos.
–Mis… –se quedó boquiabierta cuando por fin entendió lo que ocurría–. ¡Ese hijo de perra! Le he dicho que era su hija.
–¿Creías que a Murray iba a importarle una hija de la que no sabía nada? Espabila de una vez –le costaba creer que fuera tan ingenua–. Jamás permitiría que alguien reclamara algún derecho sobre su imperio. El hecho de que seas su hija no va a enternecerlo. Al contrario, te convierte en un peligro para él.
–Pero… me han visto con él. ¡Me ha visto un montón de gente!
–Personas que trabajan para él.
–¿Y que hacen todo lo que él les ordena?
–Exactamente.
–Entonces, ¿qué piensa hacer? ¿Venderme al mejor postor? –al ver que Trace fruncía el ceño, pero no contestaba, añadió–: ¿Piensa llevarme al extranjero o solo a algún sitio apartado? Apuesto a que tiene contactos en California y Arizona, ¿a que sí?
Trace la miró de nuevo. ¿Qué sabía aquella tal Priscilla Patterson de aquel negocio? Murray Coburn no había cosechado su fama cometiendo errores o dejando que se filtrara información sobre él.
–¿Cómo dices?
–Vamos, Trace, corta el rollo –en lugar de parecer asustada o preocupada, parecía estar barajando posibilidades–. Los dos sabemos cómo se hizo rico Murray. ¿No?
–¿Por