A merced de la ira - Un acuerdo perfecto. Lori Foster
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Era lo que se esperaba de él, se dijo. ¿Qué pensaría Murray si no cumplía con su deber? Twyla se lo diría, de eso no había duda.
Se obligó a recostarse de nuevo en el asiento y, notando que Priss lo miraba con los ojos como platos, añadió:
–Pero deprisa. Hoy tengo muchas cosas que hacer.
–Que vaya enseñándote la ropa interior mientras voy a buscar los vaqueros y las camisetas.
En cuanto Twyla salió de los probadores, Trace miró la cara furiosa de Priss. Tenía las mejillas encendidas y sus ojos verdes brillaban llenos de ira. Parecía a punto de estallar.
Trace no sintió la menor compasión por ella. Todavía, al menos. En voz muy baja, casi provocativa, preguntó:
–¿Ya empiezas a arrepentirte?
Los ojos ardientes de Priss se entornaron. Agarró un montón de prendas y, subida en los tacones, sin dar un solo traspié, volvió a meterse tras la cortina. Trace observó intrigado los movimientos de sus pies.
Maldición, se había dejado los zapatos puestos.
La vio ponerse unas braguitas de encaje negro y se le encogieron los pulmones. Unos segundos después, salió del probador. Esta vez, Trace no se movió del asiento. No estaba seguro de poder hacerlo. Le ardieron los ojos y notó un respingo en la entrepierna. Con los ojos pegados a ella, dijo:
–Ya conoces la rutina.
Priss se giró altivamente, muy despacio. Las bragas eran apenas un tanga que dejaba al descubierto su apetitoso trasero. Para ser tan baja, tenía los hombros anchos, la cintura minúscula y unas caderas increíbles. No era flaca, ni mucho menos, pero tenía la cintura muy marcada y su tripa describía una levísima curva. El sujetador levantaba sus pechos, que parecían a punto de rebosar del encaje, y apenas ocultaba sus pezones.
–¿Y bien? –Priss le lanzó una mirada airosa y sacudió su melena para echarse el pelo sobre el hombro–. ¿Qué te parece?
Trace pensó que le encantaría tirársela, aun sabiendo que no podía. Apoyó los antebrazos en las rodillas, dejó colgar las manos y la miró de arriba abajo. Demonios, no podía dejar de mirarla. No llevaba tatuajes, ni piercings que estropearan su preciosa piel. Y con aquellas braguitas que apenas dejaban nada a la imaginación, no necesitaba unas gafas de rayos equis para ver que no llevaba el pubis depilado. A la señorita Priss le gustaba natural.
Trace no supo por qué le excitó aquello.
–¿Se te ha comido la lengua el gato? –ronroneó ella.
Trace se obligó a apartar los ojos de su pubis y los fijó en su cara.
–No está mal.
–Ya. Puede que los otros me queden mejor –se levantó los pechos, se recolocó el elástico de las bragas y, básicamente, lo torturó–. No te muevas, ¿de acuerdo? Enseguida vuelvo.
Bruja. Sabía que estaba preciosa y no quería perder la oportunidad de burlarse un poco de él ahora que Twyla no la veía. Trace no había conocido nunca a una mujer tan atrevida, tan sexy, tan segura de sí misma y que al mismo tiempo, de algún modo, pareciera tan… pura.
Era puro atractivo sexual. Pura inocencia.
Un puro problema.
Diciéndose que era un masoquista, Trace se recostó en su asiento y esperó el siguiente modelito.
Priss procuró ignorar el hormigueo de su estómago y se puso las bragas rojas con volantes y el ridículo sujetador a juego. Aquel conjunto tapaba más, pero era tan transparente que, si Trace se fijaba bien, podría ver a través de la tela.
Y Priss sabía que miraría bien. Ya había abrasado su piel con la intensidad de su mirada.
Todo aquello le parecía una tortura. Era una mujer discreta a la que no le interesaba lo más mínimo llamar la atención de los hombres. Pero suponía que para Trace también debía de ser un tormento.
Respiró hondo, hizo acopio de valor y corrió la cortina airosamente.
¡Dios Todopoderoso! Trace se agarró a los brazos del asiento y tensó el abdomen. Se estrujó el cerebro buscando algún comentario hastiado y por fin dijo:
–Muy mono –tan mono que, si no se cambiaba enseguida, se abalanzaría sobre ella y al diablo con su tapadera–. Date prisa, ¿quieres? No nos queda mucho tiempo.
Satisfecha al verlo tan excitado, Priss volvió al pequeño probador y se puso el conjunto de corazones. El tanga tenía delante un corazón rojo que apenas cubría el triángulo de vello de su pubis, y el sujetador de encaje tenía corazones rojos parecidos a pezoneras, lo bastante grandes para cubrirle los pezones. Nunca se había puesto una ropa interior tan exótica. En cuestión de ropa interior, prefería ir cómoda.
Seguía sintiéndose avergonzada y ya le dolían los pies de llevar aquellos zapatos, pero respiró hondo y preguntó en tono zalamero:
–¿Estás listo, Trace?
No, no estaba listo. Tenía que recuperar el control de la situación como fuese. De momento era ella quien tenía la sartén por el mango, y eso no podía consentirlo.
Con el plan perfecto en mente, Trace sacudió la cabeza, pero dijo con aparente indiferencia:
–Deja de perder el tiempo.
Y entonces sacó su teléfono móvil.
Esta vez, estaba prácticamente desnuda. La poca tela del conjunto, más que cubrir su cuerpo, lo decoraba, como la nata de una tarta muy dulce. Una tarta que no le habría importado comerse muy despacio, de arriba abajo y hasta la última migaja.
Priss puso los brazos en jarras, separó los pies y echó los hombros hacia atrás. Trace ignoraba cómo era posible que una mujer tan baja tuviera unas curvas tan perfectas, pero así era.
«Ya lo creo que sí».
–Está bastante bien.
Al ver que le sonreía, levantó el móvil y le hizo una fotografía.
Priss soltó un gritito, saltó detrás de la cortina y se puso colorada como un pimiento.
–¿Se puede saber qué estás haciendo?
–¿A qué viene esa timidez? –preguntó él, satisfecho, mientras miraba la pantalla del teléfono. Sí, con eso serviría. Pulsó un par de teclas y guardó el móvil–. Descuida, cariño. Me lo he mandado por e-mail a mí mismo –esbozó una sonrisa provocativa–. Nadie más lo verá.
Ella lo miró con enfado.
–¡Eres un…!
–Vamos, Priss, a estas alturas el pudor resulta algo sospechoso. Querías que te diera mi aprobación –se encogió de hombros–, y ya la tienes, junto con mi