A merced de la ira - Un acuerdo perfecto. Lori Foster
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Читать онлайн книгу A merced de la ira - Un acuerdo perfecto - Lori Foster страница 17
Trace se puso rígido de repulsión.
–Lamento interrumpir.
–Estoy seguro de que Helene te hará pagar por ello más tarde –Murray se rio y Trace oyó de fondo los gemidos de Hell.
Santo Dios.
–Iré al grano: me están siguiendo.
–¿Cómo? –preguntó Murray, desconcertado.
–Si has sido tú quien lo ha ordenado, no hay problema. Entiendo que seas precavido y lo acepto. Me dejaré seguir como un buen empleado. Pero si no has sido tú, voy a perder a ese tipo o a pegarle un tiro. Tú eliges.
Se hizo un breve silencio. Luego la carcajada de Murray estuvo a punto de reventarle los tímpanos. Consciente de que Priss estaba observándolo, Trace dobló otra esquina sin dirigirse a ningún lugar en concreto.
–¿Qué me dices, Murray?
–Despístalo y, si no puedes, por mí puedes pegarle un tiro. Se lo merece por ser tan torpe.
–Entendido –consciente de que Murray no había confirmado ni negado que hubiera sido él quien había ordenado que lo siguieran, Trace cortó la llamada–. Agárrate fuerte, Priss. Si no perdemos a ese capullo, tendré que matarlo.
–¿Y tienes escrúpulos por derramar un poco de sangre?
–En absoluto –como tampoco parecía tenerlos ella.
–Entonces, ¿qué problema hay?
–Ninguno, en realidad –había al menos media docena de personas de la organización de Murray a las que no le habría importado lo más mínimo liquidar–. Pero ahora mismo tenemos cosas más importantes que hacer.
Cambió bruscamente de dirección y aceleró. Cuando llegó a los ciento sesenta, Priss dijo en voz baja:
–Bueno, puede que esto no sea…
–Agárrate.
Torció otra vez, entró en la autopista y dos kilómetros más allá tomó una salida. Entró en un cine de verano abandonado a unos dos kilómetros de allí. Paró el Mercedes detrás de la vieja pantalla, lo dejó al ralentí, sacó su arma y esperó. A su lado, Priss se quedó muy quieta, sin respirar. Solo se oía el ruido de la carretera cercana. Con la pistola apoyada en la rodilla, Trace se volvió hacia ella:
–Respira.
Ella respiró hondo y estuvo a punto de atragantarse.
–¿Lo has despistado?
–Creo que sí, pero vamos a esperar un minuto más para asegurarnos.
Ella miró a su alrededor, perpleja todavía:
–¿Conoces bien esta zona?
–No –Trace observó el perfil de su cara: la nariz respingona, la boca carnosa, las largas pestañas oscuras y los ojos verdes y penetrantes–. Estoy menos familiarizado con ella que tú con la ropa interior de encaje.
Priss lo miró bruscamente. Levantó las cejas.
–¿De qué estás hablando?
–De ti –señaló su cuerpo con la pistola–, con esos modelitos de ropa interior. Pareces sentirte a tus anchas con ellos. Una verdadera mosquita muerta ni siquiera habría sabido cómo ponérselos, y menos aún cómo usarlos para provocarme con ellos.
Ella esbozó una sonrisa sarcástica.
–Pobre Trace, ¿te has sentido incómodo?
–Sí –miró fijamente su boca–. Así es
De pronto pensó que no tenía ni una sola peca. Ni en la cara, ni en el cuerpo, lo cual resultaba muy curioso, con aquel color de pelo.
Se dio unos golpecitos en la pierna con la pistola, y Priss la miró.
Convenía que se sintiera un poco insegura. Trace valoraba su cooperación en aquel caso tan embrollado, pero aun así…
–Bueno, cuéntame, Priscilla Patterson, ¿a qué te dedicabas antes de venir a complicarme la vida?
Priss sopesó la posibilidad de mentirle. De nuevo.
–No te molestes.
Maldición, qué astuto era. Así que ¡qué demonios! Levantó la barbilla:
–Tengo un sex shop.
Trace dejó de dar golpecitos con la pistola. Entornó los ojos y se encogió de hombros.
–¿Por qué será que tratándose de ti no me sorprende?
–No sé si me gusta cómo ha sonado eso. Además, te lo tienes muy creído si crees que estoy aquí por ti.
Trace apoyó los hombros contra la puerta para ponerse cómodo.
–No me digas.
–Pues sí –Priss alargó el brazo y le dio una palmadita en la mejilla–. Tú no eres más que un estorbo inesperado –apoyó las manos en los muslos, consciente de que Trace estaba mirándole el pecho–. Si estoy aquí es por Murray.
–¿Porque es tu padre?
–Sí –lo miró de reojo–. Y porque voy a matarlo.
Trace no dijo nada durante unos segundos. Guardó su pistola, se recostó en el asiento y puso el coche en marcha.
–Tú no vas a matar a nadie, Priss, pero me gustaría saber algo más sobre esa sórdida tiendecita tuya.
–Lo mataré en cuanto tenga una oportunidad –y añadió con la misma indiferencia–: La tienda es genial, no tiene nada de sórdida. Está muy bien dirigida, por mí, desde luego, y tiene mucha clientela. Antes de que muriera mi madre, vivíamos las dos de ella.
Le dolía pensar en su madre y procuró alejar su recuerdo.
–¿Es grande?
–Más pequeña que el despacho de Murray. Vendemos sobre todo libros y películas, pero también algún que otro cacharro con pilas –subió y bajó las cejas cómicamente–. En cuanto a ropa interior… Bueno, tenemos prendas un poco estrafalarias: bragas sin entrepierna, pezoneras y sujetadores sadomaso… Pero es más bien de exposición. Cuando algún cliente quiere esas cosas, suele pedírnoslas por catálogo y nosotros nos llevamos un porcentaje de la venta.
Trace salió del cine, y no vio que les siguiera ningún coche.
–Continúa.
–¿Qué más quieres saber?
Él siguió observando la zona cautelosamente.
–¿Alguna vez te habías puesto algo así?
–No.