A merced de la ira - Un acuerdo perfecto. Lori Foster

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A merced de la ira - Un acuerdo perfecto - Lori Foster Tiffany

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muy simpático, ¿no?

      –Es una maravilla. Los gatos de Maine son tan cariñosos como los perros. Les encanta que les hagan caso, y casi siempre son muy tranquilos.

      –¿Casi siempre?

      –Odia los bichos y puede ponerse muy cruel con ellos.

      Trace se rio, pero enseguida se puso serio.

      –Odio decirte esto, pero va a ser un gran problema.

      Priss se quedó quieta.

      –¿De qué estás hablando?

      –Lo siento, cariño, pero tiene que irse.

      5

      Le arrancó de los brazos el gato gigante y lo abrazó ansiosamente. Liger siguió ronroneando tranquilamente. Priss pareció al mismo tiempo alarmada, furiosa y hostil.

      –Escúchame –dijo Trace.

      –Escúchame tú a mí –contestó con frialdad–, si le pones un dedo encima a mi gato, te… –no pudo acabar la frase. No se le ocurrió nada lo bastante amenazador.

      Trace se levantó y observó el apartamento. Estaba limpio, pero tenía un aspecto desangelado.

      –Intento proteger al gato. Cualquier cosa, persona o animal que puedan utilizar contra ti corre peligro. Por eso te he preguntado si tenía alguna relación.

      –Ah.

      Fijó en ella su mirada.

      –¿Qué creías? ¿Que quería ligar contigo?

      Ella levantó el hombro derecho.

      –Acababas de verme prácticamente desnuda.

      Santo Dios, no necesitaba que se lo recordara. Aquella imagen se había quedado grabada para siempre en su cerebro.

      –Te has exhibido prácticamente desnuda delante de mí, Priss, pero para que lo sepas no eres la primera mujer a la que veo desnuda.

      –Ni tampoco la más atractiva, ya lo sé –se levantó con el gato en brazos, se acercó al raído sofá y se dejó caer en él. Miró a Trace con aire soñoliento y una pizca de curiosidad–. Pero parecía estar gustándote el espectáculo.

      ¿Qué demonios quería? ¿Que le confesara que se había quedado boquiabierto al verla? Pues no pensaba hacerlo.

      –Estoy vivo, claro que disfruté.

      El apartamento se componía en realidad de dos espacios: la zona de cuarto de estar, comedor y dormitorio, y un minúsculo cuarto de baño con un lavabo manchado, un inodoro y un plato de ducha con los azulejos resquebrajados.

      No había ruta alternativa de salida, aparte de la ventana del cuarto de baño y de la de detrás del sofá. Y esas no servirían.

      Poniendo los brazos en jarras, se volvió hacia Priss y vio una mirada de tristeza en sus grandes ojos verdes. Como era tan susceptible a las lágrimas como cualquier hombre, suavizó el tono:

      –Priss, tienes que trasladar a Liger a un lugar más seguro.

      Ella negó con la cabeza y abrazó al gato con más fuerza.

      –No hay ningún sitio donde pueda llevarlo. Solo me tiene a mí.

      ¿Y ella a él? Eso parecía.

      Trace arrugó el ceño mientras sopesaba la situación. Luego sacó otra vez su teléfono de prepago y llamó a Dare.

      Su amigo contestó al segundo tono.

      –¿Qué pasa?

      –Necesito un favor.

      –Tú dirás –respondió Dare tranquilamente.

      –¿El problemilla del que te hablé? Bueno, pues tiene un gato.

      –¿Es un eufemismo o te refieres a una mascota?

      Trace sonrió.

      –A una mascota. De gran tamaño –bajó el teléfono para preguntarle a Priss–: ¿Cuánto pesa ese monstruo?

      –No es un monstruo, pero pesa diez kilos –lo miró con desconfianza–. ¿Qué vas a hacer?

      Trace añadió al teléfono:

      –Es un gato de diez kilos, aunque cueste creerlo. La verdad es que es un encanto, así que por ese lado no hay problema. Y sé que sería un arma muy poderosa para utilizarla contra ella.

      –Sí –Dare se quedó pensativo, pero solo un momento–. ¿Quieres que lo ponga a salvo? A mis chicas les encantaría. Les encanta todo lo que tenga mucho pelo. Y como ahora no estoy de servicio, estaré por allí para asegurarme de que se llevan bien.

      Trace dejó escapar un suspiro de alivio.

      –Si estás seguro, puedo llevar a Priss con el gato mañana. De todos modos necesita un repaso completo. Órdenes de Murray.

      –Maldita sea. Eso tiene mala pinta.

      –Sí. Quizá puedas pedir que una esteticista se pase por allí o algo así, para usarlo de tapadera. Si Priss vuelve con otro peinado y con la manicura hecha, nadie sospechará nada. Y Jackson puede asegurarse de que no nos siguen.

      –Sí, creo que podrá hacerlo. Y me parece que Chris tiene un amigo que es peluquero.

      Trace sacudió la cabeza, divertido. Molly, la mujer de Dare, no era muy aficionada a los salones de belleza, a pesar de ser muy atractiva. En cambio Chris, su buen amigo y empleado, tenía un montón de conocidos, desde jugadores de fútbol a maquilladores, todos ellos hombres.

      –Si no surge nada, podemos estar allí a última hora de la mañana.

      –Entonces podéis comer aquí.

      –Gracias –al oír hablar de comida, Trace se preguntó cuándo había comido Priss por última vez. Tumbada en el sofá, parecía agotada. Trace frunció el ceño–. Llamaré cuando vayamos para allá.

      Después de colgar, Trace se acercó a las persianas y miró fuera. El aparcamiento lindaba con el bar por un lado y con una bocacalle por el otro. No le gustó la situación del edificio, ni el nivel de ruido, ni la falta de seguridad.

      –¿Has encontrado un sitio para Liger?

      Él asintió.

      –Solo será hasta que estés fuera de peligro, Priss. Nada más.

      –Pero no sabemos cuánto tiempo será eso.

      –No –Trace se frotó la cara–. ¿Has comido?

      –Desde el desayuno, no.

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