A merced de la ira - Un acuerdo perfecto. Lori Foster

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A merced de la ira - Un acuerdo perfecto - Lori Foster Tiffany

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sí, lo está –Trace echó un vistazo al reloj de la mesilla de noche–. Tengo que pasarme otra vez por allí para recoger algunas cosas que iba a prepararle Twyla. Tendrá suficiente para una semana, incluida una noche por ahí.

      –Bien. Lleva a Priscilla contigo cuando vayas. De ahora en adelante, quiero que te pegues a ella, a ver qué se trae entre manos. No la pierdas de vista.

      –De acuerdo –lo haría encantado, de hecho.

      Si estaba con Priss, podía protegerla. Y, cuando la perdiera de vista, le diría a Jackson que la siguiera. Si era necesario, prescindirían de sus tapaderas para salvarla, aunque le fastidiaría enormemente que Priss echara a perder sus planes poniéndose en peligro.

      Quería a Murray, pero también quería a sus contactos. Quería el tinglado entero, a todos y cada uno de aquellos cerdos, desde el mandamás al esbirro más insignificante. Todo aquel que hubiera vendido, traficado, anunciado, transportado o manipulado a mujeres cautivas quedaba dentro de su radar.

      Los atraparía a todos, de un modo u otro.

      –Me alegro de que la encuentres atractiva, Trace –añadió Murray con voz sedosa–, porque creo que el mejor modo de sacarle la verdad es echarle un polvo.

      Trace se quedó paralizado. Sintió al mismo tiempo rabia y deseo. Miró a Priss. Ella levantó la mirada y agrandó los ojos al ver su expresión.

      –¿Qué? –preguntó Trace.

      –Es la manera más fácil de saber si tiene experiencia o no la tiene, y cuánta. Y como a Helene no le apetece que lo haga yo…

      Trace sintió que se le revolvía el estómago.

      –Porque es tu hija –dijo. Rezaba por que esa fuera la razón, pero tenía sus dudas.

      –No, no –Murray soltó una risotada–. Helene no se traga que sea mi hija, y aunque lo sea dudo que le importara. Una de sus cualidades más atrayentes es su total falta de respeto por los tabúes sociales.

      Sí, Trace ya lo había notado. Intentó no apretar demasiado fuerte el teléfono. Temía romperlo.

      –Entiendo.

      –¿Sí? Entonces digamos que lo más sencillo sería que hicieras tú los honores –Murray hizo una pausa antes de añadir con un leve tono de amenaza–: No hay objeción por tu parte, ¿verdad?

      –¿Estamos hablando de seducción, coerción o violación? –preguntó con fingida indiferencia

      Priss dio un respingo. Sus ojos verdes se endurecieron, llenos de indignación, pero Trace también vio en ellos un destello de temor, el mismo que la hizo palidecer. Era la primera vez que la veía así.

      ¿Tanto le asustaba la idea de que la forzaran?

      Se preguntó si ya le habría ocurrido antes.

      Deseó abrazarla, reconfortarla… pero no lo haría. Un poco de miedo era justo lo que necesitaba Priss para comprender que estaba en peligro y olvidarse de su absurdo plan.

      Murray se echó a reír.

      –Te lo estoy encargando, así que ¿tienes alguna preferencia?

      Trace cerró los ojos para no ver la cara de Priss y se encogió de hombros.

      –No soy un violador nato, pero tú mandas.

      Su deferencia encantó a Murray.

      –Me gusta tu actitud, Trace, me gusta de veras. Te tomas muy a pecho tu deber. Me alegro de haberte contratado –su risa se disipó–. Empecemos por la seducción. A fin de cuentas, Helene dice que para ti será pan comido.

      Trace soltó un bufido.

      –¿Intenta Helene que me mates?

      ¿Por qué demonios hablaba de él con Murray sobre esos asuntos?

      Murray volvió a reírse.

      –Bueno, Trace, tú sabes que yo no soy celoso. No tengo motivos para serlo, ¿verdad?

      –Ninguno, en absoluto.

      –Me gusta complacer a Helene siempre que puedo.

      ¿Qué significaba aquello? ¿Que Helene tenía permiso para acostarse con él?

      Trace se frotó el puente de la nariz, cansado de aquel juego.

      –Eres muy generoso con ella.

      –No me importa que admire a otros hombres. A menudo me sirve de ayuda. Pero recuerda que mi generosidad tiene un límite.

      –Cómo no.

      –Así que… puedo dar por sentado que este nuevo encargo no te dará ningún problema, aunque Priscilla no sea tan inocente como parece.

      –No, ningún problema.

      –Estupendo –las palabras de Murray rebosaban arrogancia–. Mantenme informado.

      –Claro –mientras cerraba el teléfono oyó la risa desganada de Murray y sintió un hormigueo nervioso.

      El muy cerdo estaba tramando algo, pero ¿qué? ¿Y qué supondría para Priss?

      6

      No le sorprendió que Priss se levantara de un salto, dispuesta a interrogarlo.

      –¿De qué hablabais? –preguntó, pálida y furiosa–. ¿A qué venía eso de la violación? ¿Qué estáis planeando? ¿Qué quería Murray?

      Trace observó su cara. Sin maquillaje y con el pelo revuelto, seguía estando tan sexy que tuvo que hacer un esfuerzo por dominar la reacción de su cuerpo.

      Otra vez. Quería protegerla, reconfortarla, y también quería estar dentro de ella. Inmediatamente.

      Vio sus pechos generosos a través de la camiseta holgada que había usado para dormir. Incluso vio la silueta de sus pezones. Tenía el vientre plano y los muslos redondeados y esbeltos. Sus muñecas y sus tobillos eran, sin embargo, muy frágiles y femeninos.

      –Trace –dijo ella en tono de advertencia–, dime qué está pasando.

      –Está bien –se acercó a ella–. Al parecer tu querido papaíto y tú tenéis algunas cosas en común.

      Ella comenzó a respirar muy deprisa.

      –¿De qué estás hablando? Yo no tengo nada en común con ese cerdo.

      Trace levantó una mano y acarició su mejilla aterciopelada.

      –Murray piensa que debería acostarme contigo –dijo en voz baja.

      Priss dio un paso atrás y lo miró parpadeando.

      –¿Qué?

      –Ahí

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