La canción del arrozal. Lafcadio Hearn
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Silenciadas solo hacia el final del otoño y durante el breve invierno, con la llegada de la primavera despiertan las voces de los pantanos, el coro infinito de borboteos que podrían confundirse con el discurso de la tierra misma reviviendo. Y el misterio universal de la vida se estremece con una melancolía peculiar en esa vasta exclamación, oída durante miles de años por generaciones olvidadas de campesinos, pero infinitamente más antigua que el hombre.
Por siglos esta canción de soledad ha sido un tema favorito de los poetas japoneses. El lector occidental puede sorprenderse al descubrir que siempre apeló a ellos como un sonido placentero, más que como una manifestación de la naturaleza.
Se han escrito innumerables poemas sobre el canto de las ranas, pero muchos resultarían inentendibles si se los asociara con una rana común. Cuando la poesía japonesa celebra el coro general de los arrozales, el poeta está expresando su placer ante el volumen de sonido producido por millones de pequeños croares, una mezcla comparable con el arrullo de la lluvia. Pero cuando el poeta se refiere al croar melodioso de una sola rana, no habla de la rana común de los arrozales. Aunque la mayoría de las ranas japonesas croan, hay una excepción notable: la kajika, la rana cantante de Japón. Decir que croa sería un insulto a su canto, que es dulce como el gorjeo de un pájaro. Se la solía llamar kawazu; pero como esta palabra se confundía en el habla cotidiana con kaeru, el modo en que se nombra a las ranas ordinarias, se la llama ahora solo kajika. Es criada como mascota, varios mercaderes de insectos la venden en Tokio. Se la guarda en una jaula peculiar, un recipiente con arena, piedras, agua fresca y pequeñas plantas. En la parte superior hay un delicado marco de malla metálica. A veces, el recipiente es diseñado como un koniwa, un jardín japonés en miniatura. La kajika es considerada una de las voces de la primavera y del verano, aunque antiguamente se la clasificaba dentro de los melodistas de otoño. Había quienes hacían viajes de otoño al campo por el mero placer de oírla cantar. Del mismo modo que determinados lugares eran famosos por el canto de variedades particulares de grillos nocturnos, había lugares celebrados solo por la presencia de la kajika. Se destacaban Tamagawa y Ōsawa no Ike, un río y un lago en la provincia de Yamashiro; Miwagawa, Asukagawa, Sawogawa, Furu no Yamada y Yoshinogawa, todos en la provincia de Yamato; Koya no Ike, en Settsu; Ukinu no Ike, en Iwami y también Ikawa no Numa, en Kōzuke.
Es el canto melodioso de la kajika, o kawazu, el que la poesía del Lejano Oriente muchas veces alaba. Al igual que la música de los insectos, su canto es mencionado en las más antiguas compilaciones de poesía japonesa. En el prefacio de la famosa antología del Kokinshū, compilada por orden imperial el quinto año del período Engi (año 905), el poeta Ki no Tsurayuki, principal antólogo, hace la siguiente observación:
“La poesía de Japón tiene su raíz en el corazón humano, y su expresión ha evolucionado de diversas formas. El hombre de este mundo, teniendo miles de cosas para emprender y concluir, se ha visto llevado a expresar sus pensamientos y sensaciones sobre todo lo que ve y oye. Después de escuchar el canto del uguisu entre las flores, y la voz del kawazu que habita los estanques, no podemos más que preguntarnos si existe un ser vivo sin canción”.
El kawazu al que se refiere Tsurayuki es, sin dudas, la misma criatura que hoy se conoce como kajika: ninguna rana común podría haber sido comparada en su canto con ese maravilloso pájaro que es el uguisu1. Y ninguna rana común podría haber inspirado un poema clásico tan bello como el que sigue:
te wo tsuiteuta moshiagurukawazu kana | Con las manos descansando en el suelo,repites reverente tu poema,¡oh, rana! |
Sōkan
El encanto de este pequeño poema puede comprenderse mejor si uno está familiarizado con las normas de etiqueta del Lejano Oriente para dirigirse a una persona de rango superior: arrodillado, con el cuerpo inclinado en un gesto de respeto y las manos descansando sobre el suelo, con los dedos apuntando hacia afuera2.
Es difícil determinar a qué época se remonta la costumbre de escribir poemas acerca de ranas; pero en el Manyōshū, que data de mediados del siglo XVIII, hay un poema que sugiere que el río Asuka hacía ya tiempo que era famoso por el canto de sus ranas.
ima mo ka moasuka no kawa noyū sarazu kawazu naku se nokiyoku aruran | Todavía clarapermanece hoyla corriente de Asukadonde por la nochecanta el kawazu. |
También en esa antología encontramos otra curiosa referencia al canto de las ranas.
omoboyezukimaseru kimi wosasagawa nokawazu kikasezukayeshi tsuru kamo | Recibí de mi señoruna visita inesperada.Qué triste que regresarasin oír a las ranasdel río Sawa. |
En el Rokujōshū, otra compilación antigua, se preservan los siguientes versos sobre el mismo tema:
tamagawa nohito wo mo yogizunaku kawazukono yū kikebaoshiku ya wa aranu | Al escuchar esta nochea las ranas del río Tamaque cantan sin temor al hombre,cómo no amarel instante pasajero. |
II
Los japoneses han estado componiendo poemas de ranas durante más de mil cien años; y es posible que los versos incluidos en el Manyōshū fueran incluso anteriores al siglo XVIII. Desde la antigüedad hasta hoy, nunca ha dejado de ser un tema favorito entre poetas de toda clase. Merece destacarse que el primer poema escrito en la métrica del hokku, por el famoso Bashō, fue sobre una rana3. El triunfo de esta forma poética tan breve (tres versos de 5, 7 y 5 sílabas), es la creación de una imagen sensorial completa. Bashō logró este cometido, difícil, si no imposible, de traducir:
furu ike yakawazu tobikomumizu no oto | En el antiguo estanquesaltan las ranas,sonido del agua. |
Bashō
En esta forma se escribieron muchos otros poemas acerca de ranas. Incluso hoy, profesionales de las letras se entretienen escribiendo poemas breves dedicados a ellas. Se distingue un joven poeta, conocido en el mundo literario japonés por el seudónimo de Roseki, que vive en Ōsaka y tiene en el estanque de su jardín cientos de ranas cantantes. Cada tanto invita a sus colegas poetas a una fiesta, con la condición de que compongan durante el festejo un poema sobre los habitantes del estanque. La colección obtenida fue impresa de manera privada en la primavera de 1897, con imágenes graciosas de ranas ilustrando la cubierta y los poemas.
Desafortunadamente, no es posible ofrecer a través de la traducción una idea justa de la importancia de la rana en la literatura. La mayoría de los poemas deben su valor literario a alusiones locales incomprensibles fuera de Japón, juegos de palabras, el uso de doble o incluso triple sentido. De cada cien poemas, apenas dos o tres admiten traducción, por lo que solo puedo arriesgar unas pocas observaciones generales.
No es de extrañar que una cantidad considerable de estos curiosos poemas sean amorosos, si uno tiene en cuenta que el horario en que se reunían los amantes coincidía con el apogeo del coro de las ranas. Al menos en Japón, esos sonidos recordaban un encuentro secreto en algún lugar solitario. La rana a la que se suele hacer referencia en dichos poemas no es la kajika. La rana es introducida en la poesía amorosa en formas ingeniosas de todo tipo. Puedo dar dos ejemplos de textos modernos. El primero contiene una alusión al famoso proverbio I no naka no kawazu daikai wo shirazu: La rana del pozo no conoce el gran mar. Se compara a una persona