Amigo o marido. Kim Lawrence

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Amigo o marido - Kim Lawrence Ómnibus Temático

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con ira, mientras movía despacio la cabeza–. Aunque te parezca imposible, todavía no estoy tan desesperada para convertirme en una marioneta cuando un hombre me dice un cumplido. Solo estaba constatando un hecho objetivo.

      –Sí, claro, objetivo.

      –Pues sí, maldita sea, estoy siendo mucho más objetiva que tú. ¿Por qué frunces el ceño de esa manera? –le espetó.

      –Intentaba comprender por qué llamaste a Chloe «mamá» delante de Ben.

      –¡Porque es su madre! –Tess se preguntó si Rafe no estaría mostrándose obtuso solo para enojarla–. No es ningún secreto.

      –Perdona, pero pensaba que lo era –repuso Rafe, y volvió a fruncir el ceño–. ¿Quieres decir que Ben… lo sabe?

      –Por supuesto que lo sabe. Bueno –se corrigió–, lo sabe, pero solo lo comprende como un niño de un año es capaz de comprenderlo, dadas las circunstancias. Ojalá fuera la madre de Ben, pero sé que no lo soy –le dijo con fiereza–. Y no soy ni lo bastante estúpida ni lo bastante egoísta para mentirle. La gente da por hecho que soy la madre de Ben y yo no me vuelco en explicaciones, pero si me preguntan…

      –¿Quieres decir que si te hubiese preguntado…?

      –Te lo habría dicho, por supuesto. Solo que no me lo preguntaste. A decir verdad, no dijiste gran cosa, si no recuerdo mal –nunca había visto a Rafe tan confuso ni tan parco en palabras.

      –¿Y qué esperabas? –estalló Rafe.

      Tess se llevó un dedo a los labios y lanzó una mirada furtiva a lo alto de las escaleras.

      –¿Quieres bajar la voz? –le gritó en un susurro–. Chloe piensa que estamos durmiendo juntos.

      La expresión de Rafe sugería que era algo bueno y que debía felicitarlo… Tess sintió deseos de estrangularlo. Una mirada fugaz a la columna bronceada de su cuello le hizo preguntarse lo que sentiría al deslizar los dedos…

      –Te conviene más preocuparte por lo que voy a hacer o decir que por perder a Ben. Cuando viste el coche de Ian te pusiste frenética.

      La serena provocación de Rafe hizo que Tess abandonara su discreto susurro.

      –Quizá tu manoseo fuera totalmente altruista, pero a mí me pareció un manoseo –le gritó.

      –Yo no he dicho eso. Fue bueno que te distrajera, pero te manoseé… prefiero decir que te acaricié –reflexionó–. Suena mucho mejor. Te acaricié porque no puedo hacerte lo que de verdad quiero –la sonrisa burlona desapareció de su rostro sin dejar rastro–. ¿No vas a preguntarme lo que es?

      –No… ¡no! –negó Tess, con un movimiento enérgico de cabeza–. Y cierra la boca –le ordenó al oír el ruido de pasos en la escalera–. Ya vienen.

      En aquella ocasión, Ben volvería, pensó Tess, mientras contemplaba cómo instalaban a Ben en su cuna de viaje, dentro del coche. La próxima vez, se despediría de él para siempre. Contemplar aquella escena le resultaba tan doloroso que Tess se disculpó y corrió a refugiarse en la casa antes incluso de que el coche estuviera en marcha. Acababa de entrar en la cocina, cuando Chloe regresó respirando con agitación e interrumpió su amarga introspección.

      –Me dejaba el bolso… ¿Lo ves? –le explicó Chloe, y tomó el minúsculo rectángulo de cuero rosa en el que apenas había espacio para un peine. Sus siguientes palabras estaban tan calculadas para herir los sentimientos de Tess, como así ocurrió, que Tess adivinó que había olvidado el bolso a propósito–. No soy despiadada, sé lo que debes de sentir al perder a Benjy. Pero yo soy su madre –suspiró–. Algún día, cuando tengas tus propios hijos… –se llevó la mano a los labios–. Lo siento, Tess, se me había olvidado. No puedes tener hijos, ¿verdad?

      –No, no puedo.

      Algo parecido al remordimiento destelló en los ojos azules de Chloe antes de que recordara cómo Tess había acaparado toda la atención masculina.

      –¿Lo sabe Rafe?

      –¿El qué?

      –Que no puedes tener hijos.

      –No tiene por qué saberlo –repuso Tess, y se preguntó cuándo dejaría Chloe de hundir el puñal.

      –Entonces, ¿no te estás acostando con él?

      Tess no se sentía inclinada a hacer feliz a Chloe, así que eludió darle una respuesta franca.

      –No cuento mi historial médico a todos mis amantes –contestó, y tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para mantener la compostura.

      –Es que me pareció ver a Rafe un poco avergonzado antes, Tess, cuando te insinuabas a él. Solo te lo digo…

      –Ya lo sé –la interrumpió Tess con ironía–. Por mi bien. Tomo nota de tu preocupación, Chloe, pero sinceramente, no creo que exista una situación que pueda avergonzar a Rafe –irritarlo y enfurecerlo, sí; avergonzarlo, no.

      –Qué bien me conoces –a pesar del tono burlón, Rafe daba muestras de estar bastante enojado en aquellos momentos.

      –¡Rafe! –Chloe giró en redondo al oír la voz a su espalda. Su estudiada sonrisa coqueta se desvaneció al percibir el desprecio y la furia de la mirada de Rafe–. No te había visto.

      –Lo sé y, para que lo sepas, Chloe, tu tía no es de las que anuncian a los cuatro vientos sus aventuras amorosas –Rafe no le dedicó más de unos pocos segundos antes de centrar su atención en Tess, pero el contacto había sido lo bastante largo para que Chloe se sintiera más avergonzada que nunca en toda su vida.

      –Bueno, me voy –dijo Chloe con voz débil.

      –No es mala idea –corroboró Tess sin mirar a su sobrina.

      –¿Es cierto? –Rafe atravesó el umbral y cerró con firmeza la puerta de la cocina. Tess sintió cómo se disolvía su vana esperanza de que Rafe no hubiese oído lo que Chloe había revelado.

      –Pensé que te habías ido –Tess recogió un plato de la mesa, pero resbaló de sus dedos y se hizo añicos en el suelo–. ¡Mira lo que he hecho por tu culpa!

      –Te he hecho una pregunta.

      –Y yo no he querido contestarte –replicó Tess con impertinencia.

      –¿Quieres dejar eso? Te vas a cortar –Rafe se acercó a ella por detrás, la rodeó con los brazos y la puso en pie. Le sacudió los minúsculos fragmentos de porcelana de las rodillas antes de enderezarse, y después de levantarle la barbilla con los dedos, estudió la mirada sombría de Tess.

      –Ojalá no fueras tan alto.

      –Échale la culpa a mis genes y a una dieta equilibrada.

      –Suéltame –susurró Tess con voz trémula.

      –¿No puedes tener hijos?

      Tess cerró los ojos.

      –Así es. Soy estéril.

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