Amigo o marido. Kim Lawrence

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Amigo o marido - Kim Lawrence Ómnibus Temático

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y sin ropa de diseño, nadie se fijaría en ella.

      Cuando Rafe le puso la mano en la barbilla y giró su rostro, primero a un lado y luego a otro, a Tess se le ocurrió pensar que debía protestar por aquella actitud despótica.

      –Tienes una piel increíble –lo decía como si fuera una acusación–. Por todo el cuerpo –añadió con voz ronca.

      Tess se puso rígida y se apartó de él.

      –¿Cómo lo sabes? –una intensa alarma intensificó el verde de sus ojos. Rafe se encogió de hombros.

      –Te llevé a la cama, y no llevabas nada debajo del camisón.

      –¡Menudo caradura estás hecho! –exclamó Tess, y se puso colorada y sudorosa al mismo tiempo.

      –Sin querer… sí, sin querer –repitió con firmeza al oír la exclamación burlona de Tess–, te toqué el trasero… ¡Mátame si quieres! Podría haberte dejado caer… ¿te habría parecido mejor? Lo recordaré para la próxima vez.

      –No habrá una próxima vez –Tess respiraba con dificultad. No podía desterrar la imagen de los dedos de Rafe en su… Se rio de sí misma para sus adentros. «¿Acaso mi vida sexual es tan aburrida que empiezo a desear haber estado despierta cuando me agarraban sin querer?».

      –No sabía que fueras tan puritana. ¿Sabes? –observó Rafe, mientras la miraba con ojos entornados y poco amistosos–, no solías estar tan reprimida. Acostarte conmigo te habría sentado mucho mejor que beberte media botella de licor. Y a mí tampoco me habría sentado mal –añadió en tono lúgubre.

      Tess se quedó boquiabierta de estupefacción. Se concentró en el asombro y en la indignación e hizo oídos sordos de la excitación que la paralizaba.

      –¡Acostarme contigo! –gritó.

      –Lo dices como si nunca se te hubiera ocurrido.

      –¡Y no se me ha ocurrido! –replicó, horrorizada.

      –Y un cuerno –bramó Rafe en tono burlón–. Sabes perfectamente que llevamos rehuyendo el tema toda la mañana.

      En aquel momento, Tess dejó de fingir que controlaba su pánico.

      –Y supongo que ahora me dirás lo maravilloso que eres como amante –se burló.

      –La modestia lo prohíbe –repuso Rafe con ojos entornados–. Pero no estarías tan tensa si anoche te hubieras acostado conmigo, y hasta yo podría haber dormido un poco.

      –¿Tan aburrido crees que habría sido? –Tess asintió y desplegó una sonrisa irónica–. Sí, es probable. Quizá me agradara hacer de hermana para ti cuando éramos pequeños, ¡pero no estoy dispuesta a hacer de amante! –imaginar a Rafe cerrando los ojos y fingiendo que ella era la mujer a la que amaba la repugnaba–. Estoy segura de que hay… curas menos drásticas para el insomnio.

      –Una pastilla no va a solucionar mi problema. Ni el tuyo.

      –Y… –dirigió una mirada de preocupación hacia Ben y bajó la voz– ¿el sexo sí?

      –No –reconoció Rafe con los dientes apretados–. Pero nos hará olvidar durante un rato.

      El tono lúgubre de su voz grave disipó el enojo de Tess y la conmovió. Había estado demasiado absorta en sus propios problemas para pensar en los de él.

      –¿Tan terrible ha sido, Rafe? –preguntó con tristeza. Sin darse cuenta, alargó la mano y le tocó la cara.

      Unos ojos oscuros como la noche se posaron en la compasión que brillaba en la mirada de Tess antes de contemplar su esbelto brazo. Rafe elevó la mano para cubrir la de ella, y Tess se estremeció al percibir la fuerza controlada de sus dedos largos y morenos.

      –¿Tan terrible como para pensar en acostarme contigo, Tess? –profirió una áspera carcajada–. Llevas la modestia demasiado lejos. Eres una mujer preciosa.

      –¿Hermosa no? –Tess no daba vueltas en la cama por las noches pensando en las deficiencias que podría corregir la cirugía estética, pero en aquellos momentos, le costaba bromear sobre ello.

      –La belleza se marchita. Tú tienes una buena estructura ósea –anunció Rafe con firmeza.

      –¡Qué poético!

      –¿Tan malo es, Tess, querer dar y recibir un poco de consuelo? – la voz de Rafe estaba exenta del cinismo que Tess tanto detestaba, y sus ojos la escrutaban despacio.

      «Dicho así, parecería una insensible si discrepara». Cielos, aquel hombre tenía labia. Y no era solo lo que decía, sino cómo lo decía. Aquellos ojos, ese carisma… ¿era de extrañar que se le hubiera nublado el cerebro?

      –No… Sí… Me estás confundiendo –protestó con voz débil.

      –Cuanto más lo pienso, más convencido estoy de que cerrar la puerta del dormitorio y decir «al diablo con todo» sería lo mejor para los dos –Rafe hundió los dedos en la mata de pelo sedosa y acercó su rostro al de ella–. ¿A quién le haríamos daño? –gruñó.

      Tess estaba segura de que había varias buenas respuestas a aquella pregunta ronca e íntima, pero en aquel momento no podía recordar ninguna.

      –Ahora mismo, a mí –movió un poco la cabeza para demostrarle por qué. Una mezcla ambigua de miedo y excitación la recorrió cuando Rafe deslizó los dedos bajo la mata de pelo hacia su nuca.

      El roce fue como una corriente eléctrica, se propagó por todas sus terminaciones nerviosas. Tess cerró los ojos y jadeó mientras se preguntaba si no resultaba patético que aquel fuera el incidente más sensual de toda su vida.

      Rafe sintió el estremecimiento de placer que recorrió el cuerpo menudo de Tess y su mirada se intensificó.

      –Sabía que estarías de acuerdo conmigo –la intensidad de su alivio lo tomó por sorpresa. Fue casi tan grande como la expectación que agudizó todos los sentidos de su cuerpo.

      Alertada por el «ya te lo dije» de su voz, Tess abrió la boca para ponerlo en su sitio. Y lo habría hecho si en aquel mismo instante Rafe no la hubiera silenciado con un beso.

      Tess abrió los ojos con estupor y fijó la mirada en su rostro, tan próximo al de ella. Fue la expresión de sus espectaculares ojos lo que vació su cabeza de todo pensamiento. Suspiró y dejó caer los párpados. La oleada de placer fue tan intensa que gimió, y el sonido se fundió con el gemido masculino que vibraba en el pecho de Rafe.

      Tess agitó las manos en el aire y cerró los puños para no agarrarlo y apretarse contra él… Porque comprendió, mientras Rafe levantaba la cabeza, que eso era exactamente lo que quería hacer.

      Echando chispas verdes por los ojos, se limpió los labios con el dorso de la mano. Todavía retenía el sabor de Rafe, pero no estaba dispuesta a revelarlo.

      –Me has besado.

      –Me habría llevado un chasco si no te hubieses dado cuenta. ¿Cuál es el veredicto?

      –El veredicto

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