Amigo o marido. Kim Lawrence
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Tess había dado por hecho que algún día conocería al hombre de su vida y tendría hijos con él. Pero al descubrir que aquello no iba a pasar nunca, comprendió lo intenso que era su deseo de llegar a ser madre.
–No me lo habías dicho.
La rencorosa observación arrancó una amarga carcajada de los labios de Tess.
–¡No es algo que se suela mencionar en una conversación! Por cierto, la apendicitis que tuve me dejó bastante limitada, en todos los sentidos.
Rafe hizo una mueca. Era incapaz de imaginar lo que podía suponer para una mujer la incapacidad de concebir.
–¿Desde cuándo lo sabes?
–Desde hace cinco años.
–¿Tanto? –inquirió Rafe, estupefacto.
–Y, diga lo que diga Chloe, me daría igual tener cien hijos propios, ¡ningún niño podría sustituir a Ben! –lo miró con furia, retándolo a que afirmara lo contrario. Rafe maldijo.
–Eso ya lo sé, Tess.
Tess siguió mirándolo con odio, pero los ojos oscuros de Rafe reflejaban ternura y cariño. Tess sintió cómo su enojo se le iba de las manos y una cruda tristeza ocupaba su lugar.
–Ya sé que lo sabes –balbució al tiempo que, con un suspiro, aceptaba el consuelo que ofrecían los brazos de Rafe.
–Debiste decírmelo.
–Ojalá lo hubiera hecho –balbució Tess con sinceridad. En el fondo, había tenido miedo de que Rafe la viera de otra manera si lo averiguaba.
No lloró, se limitó a abrazarse a él como si su vida dependiera de ello. Rafe, mientras tanto, le acarició el pelo y la curva de la espalda. No eran las palabras tiernas que musitaba lo que la tranquilizaban como el sonido de su voz grave.
–Gracias –sintiéndose terriblemente tímida de repente, Tess sintió el impulso de liberarse de los brazos fuertes que la estrechaban. Rafe no tuvo problemas en interpretar la repentina rigidez de su menudo cuerpo. Tess retrocedió, se alisó el pelo y rehuyó la mirada compasiva de Rafe–. Sabes, quizá sea para bien que Ben viva con Chloe y con Ian –anunció, en un intento por analizar el problema con objetividad–. Nunca he podido ofrecerle un padre. Un chico necesita un modelo que seguir… necesita una figura paterna.
–Algún día, te casarás con alguien que será mejor figura paterna que ese impresentable que Chloe se ha buscado.
Dado el rechazo que sentía Rafe hacia Ian, Tess decidió no tocar el tema del «impresentable». Movió la cabeza con firmeza.
–No, no pienso casarme nunca.
–Eso lo dices ahora, pero cuando conozcas al hombre…
A Tess la enojaba que Rafe le dijera lo que, en opinión de él, ella quería oír… un ejercicio absurdo dado que los dos sabían que ningún hombre querría casarse con ella en cuanto supiera la verdad.
–He dicho nunca –su expresión se endureció–. El matrimonio se basa en proporcionar un entorno amoroso y seguro para los hijos. Por eso se casan los hombres.
–Por eso se casan las mujeres –la corrigió Rafe–. Vosotras sois las del sentido práctico. Un hombre se casa por otras razones. Tenemos muy mala prensa, pero la mayoría de los hombres, cuando se casan, piensan en el amor, no en unas caderas fecundas… –sus ojos se posaron, por propia voluntad, en la cintura de avispa de Tess y en sus caderas. Carraspeó. No era su carácter fecundo o no fecundo lo que le dificultaba desviar la mirada.
–Estás hablando de sexo. Un hombre no tiene por qué casarse para disfrutar del sexo, Rafe. Pero no te estoy diciendo nada que no sepas, ¿verdad?
–Hay una diferencia entre el sexo y el amor, y hasta los hombres frívolos como yo sabemos reconocerlo.
Tess parpadeó al percibir la furia que impregnaban sus palabras. Cielos, lo había olvidado, ¡Rafe había amado y perdido! No era de extrañar que hablara con tanto ardor sobre el tema.
–¿Por eso querías casarte, Rafe?
Rafe despachó con el ceño fruncido aquella pregunta un tanto triste.
–No estamos hablando de mí.
–Eso no es justo, teniendo en cuenta que estamos celebrando una jornada de puertas abiertas sobre mis más íntimos sentimientos –gruñó Tess.
–Estoy seguro de que algún día conocerás al hombre que te quiera por lo que eres, no por lo que le puedas procurar.
–Qué pensamiento más bonito.
–No me crees, ¿verdad?
Tess cruzó los brazos y lo miró directamente a los ojos.
–La verdad, no. Cuando se lo dije a Andrew, salió espantado en su cuatro por cuatro –no añadió que ese había sido el desenlace deseado.
–¿Se lo dijiste al veterinario? –por alguna razón, el hecho de que Tess hubiese revelado su secreto a otro hombre, sobre todo a ese, mientras que a él se lo ocultaba, lo encolerizó.
–Bueno, me pidió que me casara con él.
–¡Será caradura! –masculló Rafe–. Bueno, eso demuestra lo despreciable que es.
Rafe se estaba pasando de la raya, teniendo en cuenta que no había hablado con Andrew más que en dos ocasiones, según creía Tess.
–¿Qué mosca te ha picado, Rafe? –preguntó–. ¿Tienes por norma menospreciar a todos los hombres a los que yo aprecio? Pensaba que las irracionales éramos las mujeres.
–¿Irracional yo? –inquirió Rafe con perplejidad.
–Primero Andrew y ahora Ian. Y el pobre lo único que ha hecho ha sido ser simpático.
–El pobre es el típico hombre patético que, al primer síntoma de calvicie o barriga…
–No he visto ninguno de esos síntomas en Ian –lo interrumpió Tess.
–Se gasta una fortuna para cerciorarse de que no los veas.
–Dios mío, tienes una lengua viperina.
–La necesito para mi trabajo, encanto –reconoció sin escrúpulos–. Tu Ian ha pescado a la primera joven belleza casadera lo bastante tonta o enamorada, y en el caso de Chloe son ambas cosas, para convertirse en objeto de envidia universal. Sus colegas le darán una palmadita en la espalda y lo llamarán «machote». Es lo típico.
–Eso no es más que una generalización –replicó Tess con sorna. Rafe cambió de táctica.
–Entonces, ¿te parece bien que haya una diferencia de edad tan acusada?
–Podría