Los visigodos. Hijos de un dios furioso. José Soto Chica
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Esa identidad, esa realidad, se asentó por completo y puede comprobarse en los textos que se escribieron en los cien años que siguieron a la destrucción del reino visigodo de Toledo. Así, en el 715/716, pasados apenas cuatro años de la gran batalla que vio sucumbir ante los musulmanes al ejército godo encabezado por Rodrigo, un cronista contemporáneo de los hechos, el de la Crónica mozárabe del 754, nos dice:
Abd al-Aziz había impuesto la paz por toda España durante tres años, sometiéndola al yugo del censo. Vanagloriándose en Hispali [Sevilla] con sus riquezas y honores que compartía con la reina de España, a la que se había unido en matrimonio, y con las hijas de los reyes y príncipes con las que se amancebaba y después abandonaba imprudentemente. Promovida una conjuración de los suyos, fue asesinado por consejo de Ayyub cuando se dedicaba a la oración. Éste gobierna España durante un mes, y por orden del príncipe le sustituye en el trono de Hesperia Al-Hurr, a quien se le informa de la muerte de Abd al-Aziz en el sentido de que por consejo de la reina Egilóna, anterior esposa del rey Rodrigo, con la que aquél se había casado, intentaba alejar de su cerviz el yugo árabe y asumir individualmente el conquistado reino de Iberia.7
El texto anterior es muy significativo. Primero nos habla de un reino, esto es, de la dimensión espacial de una identidad política, que persistía más allá de la destrucción del gobierno de su rey nativo, Rodrigo, el gothorum rex, el rey godo que había sido derrotado y muerto por los invasores musulmanes en julio del 711. Ese reino que ahora administraban gobernadores árabes designados por el califa, se denomina Spania (España), y de forma arcaizante, poética y helenizante, Iberia y Hesperia. Los conquistadores árabes asumirían estas designaciones, Spania y Hesperia, y las harían figurar en las monedas que desde el 712 comenzaron a acuñar en la península ibérica, y en las que puede verse la estrella de ocho puntas que simbolizaba a Hesperia, «el país de la estrella del ocaso», y las latinas letras SPAN que designaban al reino que acababan de someter: Spania. De hecho, el nombre árabe, al-Ándalus, solo aparecería en las acuñaciones monetarias islámicas a partir del 717 y como equivalente del latino Spania que, además y para reforzar esa equivalencia, seguía apareciendo en la otra cara de la moneda en letras latinas: Span.8
En segundo lugar, el texto de la Crónica mozárabe del 754 deja claro que Abd al-Aziz, que por cierto era hijo de Musa ibn Nusair, el conquistador y primer valí (gobernador) de España, pretendía, por consejo de su esposa, la reina goda Egilona, la enviudada esposa del rey Rodrigo, a la que nótese que se sigue llamando reginam Spanie (reina de España), hacerse con el trono de Spania e independizarse del poder del califato. Para ello, Abd al-Aziz contaba con el soporte y legitimidad que parecía darle su matrimonio con esta reina, una mujer a todas luces influyente y poderosa.
En tercer lugar, el texto constata que más allá de la conquista y destrucción del reino godo de Toledo, Spania pervivía como entidad política, si bien integrada como provincia del gigantesco imperio del califa de Damasco. Por eso, cada vez que era nombrado un valí para al-Ándalus, e iniciaba su gobierno, el cronista mozárabe del 754 lo consignaba en su crónica con expresiones como «llega al trono» o «reina en España» (regnat in Spania).9
Así de sencillo y claro. Más de cuarenta años después de la mal llamada batalla de Guadalete, Spania, esto es, lo que hoy suman desde un punto de vista peninsular Portugal y España, pervivía como idea política, como entidad que podía estar dominada por los musulmanes, sí, pero que no tenía por qué seguir estándolo, o al menos no en su totalidad, y cuya unidad intrínseca, en tanto que sujeto político, se reconocía y se aspiraba a mantener o a recomponer, según el caso y en función de si pertenecía a los dominadores islámicos, a los dominados mozárabes o a los rebeldes norteños.
También lo creían así los visigodos que resistieron en la Septimania y que terminarían sumándose a los carolingios y reconquistando las tierras de la Marca Hispánica, solar de los condados catalanes, tierras que, por cierto y como señal inequívoca de la percepción que de sus gentes se tenía y que de sí mismas ellas tenían, serían llamadas, a partir del año 817, marquesado de Gotia, denominación que agrupaba a todos los condados de la Marca Hispánica y de Septimania, y que mantendrían hasta el 865. Esta denominación perviviría en el nombre del territorio hasta conformarlo y con tanto prestigio que, todavía en el año 972, el conde Borrell II de Barcelona haría ostentación del título de duque de Gotia en un alarde hispánico que, asimismo, quedó reflejado, en el 988, en la adopción del título de duque de Iberia o en el de «duque de la España Citerior» que le otorgó el contemporáneo historiador Richer.10