Sigmund Freud: Obras Completas. Sigmund Freud
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No es ciertamente nada fácil descubrir aquí la realización de deseos, pero todos estos casos entrañan, además de éste, otro enigma distinto, cuya solución contribuye al primero. ¿De dónde proceden las palabras que el sueño pone en mis labios? Muy sencillo; por mi parte jamás había dicho a la enferma nada semejante, pero uno de sus hermanos tuvo una vez la amabilidad de hablar de mi en términos análogos. El sueño quiere, por tanto, dar la razón al hermano, y este deseo de dar la razón a su hermano no es cosa que la sujeto sienta sólo en sus sueños, sino que constituye el secreto de su vida y el motivo de su enfermedad.
He aquí otro sueño, soñado e interpretado por un médico (August Stärcke), y en el que a primera vista parece imposible hallar realización alguna de deseo: «En la última falange de mi dedo índice advierto una lesión sifilítica primaria.»
La claridad y coherencia de este sueño, cuyo único interrogante es lo indeseado de su contenido, pudieran inducirnos a no someterlo a una interpretación aparentemente innecesaria. Pero si no tememos dedicar algún trabajo al análisis, hallaremos que «lesión primaria» (en alemán, Primäraffekt) puede equipararse a primera afectio (primer amor) y que la repugnante úlcera vista en el sueño revela representar, según palabras del mismo Staercke, «realizaciones de deseos cargadas de intenso afecto.»
El segundo de los factores a que antes aludimos como motivadores de estos sueños negativos de deseos es tan evidente, que, como sucede con las cosas que más a la vista se hallan, corre el peligro de que no lo advertamos, y éste ha sido, en efecto, mi caso durante mucho tiempo. En la constitución sexual de muchos hombres existe un componente masoquista, surgido por la transformación en su contrario de los componentes agresivos sadistas. A estos hombres los denominamos masoquistas mentales cuando no buscan el placer en el dolor físico que se les causa, sino en las humillaciones y torturas espirituales. Claramente se ve, sin necesidad de más amplias explicaciones, que estas personas pueden tener sueños negativos y displacientes, sin que los mismos sean en ellos otra cosa que realizaciones de deseos y la satisfacción de sus inclinaciones masoquistas. He aquí uno de estos sueños:
Un joven, que en años anteriores había atormentado mucho a su hermano, hacia el que sentía una secreta inclinación homosexual, tiene, después de pasar por una radical transformación de carácter, el sueño siguiente, compuesto de tres partes: I. Su hermano mayor le «hace rabiar». II. Dos adultos coquetean entre sí con propósitos homosexuales. III. Su hermano ha vendido la empresa, cuya dirección se reservaba él para su porvenir. Después de este último fragmento onírico despierta, presa de los más penosos sentimientos. Sin embargo, su sueño no es sino una realización de deseos de carácter masoquista, y podríamos interpretarlo por la ideas siguientes: «Me estaría muy bien empleado que mi hermano realizara ahora esa venta, en la que salgo perjudicado, para castigarme por lo mucho que antes le atormenté.»
Espero que los ejemplos y reflexiones que anteceden bastarán para mostrar -hasta nuevas objeciones- la posibilidad de interpretar también los sueños penosos como realizaciones de deseos. De todos modos, habré de volver más adelante sobre este tema de los sueños displacientes. Creo asimismo que tampoco podrá ya nadie considerar como una casualidad el hecho de que en la interpretación de estos sueños lleguemos siempre a temas de los que no hablamos sino a disgusto o en los que nos es desagradable pensar. El penoso sentimiento que tales sueños despiertan es sencillamente idéntico a la repugnancia, que tiende a apartarnos -con éxito casi siempre- de la reflexión o discusión sobre tales temas, y que todos y cada uno de nosotros hemos de vencer cuando nos vemos obligados a emprender una tal labor. Este sentimiento de displacer, que retorna en el sueño, no excluye, sin embargo, la persistencia de un deseo. Todo hombre abriga deseos que no quisiera comunicar a los demás, y otros que ni aun quisiera confesarse a sí mismo. Por otra parte, creemos justificado enlazar el carácter displaciente de todos estos sueños al hecho de la deformación onírica y deducir que si se muestran deformados y aparece en ellos disfrazada la realización de deseos hasta resultar irreconocible, es precisamente porque existe una repugnancia o una intención represora orientadas contra el tema del sueño o contra el deseo que de él emana. Al agregar al conocimiento que ya poseemos de la vida onírica todo lo que el análisis de los sueños displacientes nos ha descubierto, habremos de transformar la fórmula en la que antes intentamos encerrar la esencia del sueño, dándole la siguiente forma: El sueño es la realización disfrazada de un deseo reprimido.
Sólo nos quedan ya por examinar desde este punto de vista los sueños de angustia, los cuales constituyen un orden especial de los sueños de contenido penoso, y cuya interpretación, como realizadores de deseos, habrá de tropezar con la máxima resistencia por parte de los no iniciados. Pero afortunadamente puedo dejar aquí esclarecida esta cuestión con escasas palabras. Tales sueños no corresponden, en efecto, a una nueva faceta del problema onírico, sino al problema general de la angustia neurótica. La angustia que en sueños sentimos sólo aparentemente queda explicada por el contenido de los mismos. Al someter el contenido onírico a la interpretación, advertimos que la angustia del sueño no queda más ni mejor justificada por el contenido del sueño que, por ejemplo, la angustia de una fobia por la representación de que esta última depende. Es, por ejemplo, cierto que podemos caernos al asomarnos a una ventana, y que, por tanto, debemos observar cierta prudencia al efectuarlo, pero no es comprensible por qué en la fobia correspondiente es tan grande la angustia y persigue a los enfermos mucho más allá de sus motivos. La misma explicación se demuestra después, aplicable tanto a la fobia como al sueño de angustia. La angustia no está en ambos casos sino soldada a la representación que la acompaña, y procede de una fuente distinta.
A causa de esta íntima conexión de la angustia onírica con la neurótica tengo que referirme aquí en la discusión de la primera a la segunda. En un cierto estudio sobre la neurosis de angustia (Neurolog. Zentralblatt, 1895) afirmé yo que la angustia neurótica procede de la vida sexual, y corresponde a una libido desviada de su fin, y que no ha llegado a su empleo. Esta fórmula se ha demostrado cada día más verdadera. De ella puede deducirse el principio de que los sueños de angustia poseen un contenido sexual, cuya libido correspondiente ha experimentado una transformación en angustia. Más tarde tendremos ocasión de apoyar esta afirmación con el análisis de algunos sueños de sujetos neuróticos. Asimismo, en mis ulteriores tentativas de aproximarme a una teoría del sueño, habré de tratar nuevamente de la condición de los sueños de angustia y de su compatibilidad con la teoría de la realización de deseos.
Ya Plotino, el filósofo neoplatónico, decía: «Cuando nuestros deseos entran en actividad, acude la fantasía y nos presenta seguidamente el objeto de los mismos.» (Du Prel, pág. 276.)
Es increíble la resistencia que los lectores y los críticos oponen a este razonamiento y a la diferenciación fundamental entre contenido latente y contenido manifiesto. En cambio, debo hacer constar que, de todos los juicios contenidos en la literatura existente sobre la materia, ninguno se acerca tanto a mis afirmaciones, con respecto a este punto concreto, como los expresados por J. Sully en su estudio Dreams as a revelation, trabajo meritísimo cuyo valor no puede quedar disminuido por ser aquí la primera vez que lo mencionamos: It would seem then, after all, that dreams are not the utter monsense they have been said to be by such authorities as Chaucer, Shakespeare and Milton. The chaotic aggregations of our nightfancy have a significance and comunicate new knowledge. «Like some letter in cipher, the dream inscription when scrutinised closely loses its first look