Una boda precipitada. Martha Shields

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Una boda precipitada - Martha Shields Julia

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de veras. No suelo perder así el control. No sé qué…

      —Alan Townsend ha muerto.

      Claire se quedó pasmada.

      —¡No!

      Él asintió.

      —¿Cuándo? ¿Cómo? Tenía la misma edad que usted.

      —Sabe muchas cosas de nosotros, ¿no? —preguntó él, entornando los ojos.

      —Alguien llevó una revista a… No importa. Por favor, señor Anderson, no lo sabía. Debe creerme. He estado haciendo una auditoría fuera de la ciudad los tres últimos días. No he leído los periódicos de Denver desde el lunes.

      Su expresión compungida convenció a Jake de que decía la verdad.

      —Murió en Aspen antes de ayer. Sufrió un aneurisma. Se levantó de madrugada para ir al cuarto de baño y cayó muerto.

      Ella se puso pálida.

      —Y yo gritándole a usted… Y usted… —cerró los ojos—. Oh, lo siento mucho.

      Jake había oído aquellas palabras una y otra vez en los últimos dos días. Pero, por primera vez, se las creyó. La preocupación de aquella mujer tocó alguna fibra sensible en su interior. Se sintió reconfortado y sintió deseos de reconfortarla también a ella.

      ¡Diablos! Ella lo había conmovido otra vez. Tenía que salir de allí inmediatamente, antes de hacer una tontería. Pero no podía. Estarían encerrados durante Dios sabía cuánto tiempo. Al menos, debía desviar la conversación de la muerte de Alan. Ese tema era demasiado doloroso.

      —Escuche —dijo, intentando ocultar su angustia—. Puede que estemos un buen rato encerrados aquí. Vamos a sentarnos y usted me contará sus ideas sobre Inversiones Pawnee.

      —¿Bromea?

      —No, se lo aseguro.

      —¿Después de lo que he hecho? No puedo… —ella sacudió la cabeza con vehemencia—. Debería usted darme una patada y hacerme retroceder varios peldaños en la escala evolutiva.

      —Complázcame, y ya me pensaré si le doy esa patada —sonrió él, divertido.

      —He metido la pata hasta el fondo y, ¿usted quiere empeorarlo hablando de negocios?

      —Hablar de negocios me distrae y, después de su metedura de pata, es su obligación distraerme, ¿no cree? Además, ¿por qué no aprovechar el tiempo? Como Alan ha muerto, tendré que ocuparme de la contabilidad. Quiero asegurarme de que mis contables saben lo que hacen.

      Si hubiera podido, Claire habría salido corriendo despavorida del ascensor.

      —Yo… no tengo suficiente información sobre su empresa para hablar con fundamento ahora mismo…

      —Tenga —él dobló con cuidado su chaqueta y se la tendió—. Siéntese.

      Claire miró confusa la chaqueta.

      —No va a morderla —dijo él con impaciencia.

      —No puedo sentarme encima de su chaqueta —balbució ella.

      —¿Por qué no?

      —Probablemente, vale más que yo.

      —Ya lo veremos —dijo él ásperamente—. Vamos. Siéntese.

      Ella se quedó atónita por su cambio repentino: de tierno a dominante en una fracción de segundo. Si no hubiera sabido quién era, lo habría tomado por un vaquero.

      —¿Y si prefiero quedarme de pie?

      —No sea ridícula. Puede que estemos aquí toda la noche.

      Ella alzó la barbilla.

      —¿Toda la noche? No será tanto tiempo.

      —Seguramente, no. Pero nunca se sabe.

      Claire frunció el ceño.

      —De acuerdo. Me sentaré.

      Cuando se sentó sobre la chaqueta, un cálido aroma masculino inundó sus sentidos. Él se sentó en el suelo frente a ella. De pronto, el pequeño espacio en penumbra pareció insoportablemente íntimo. Él lo llenaba todo con su presencia. Claire cerró los ojos y se estrujó el cerebro para decir algo brillante, pero incluso entonces siguió percibiendo su cercanía.

      —¿Siempre es tan testaruda? —preguntó él suavemente.

      —No me gusta que me digan qué puedo o no puedo hacer —respondió ella, encogiendo las piernas.

      —Entonces no debe de ser usted una buena empleada, ¿no?

      —Soy una empleada excelente —replicó ella, alzando la barbilla.

      —Bien —sonrió él—. ¿Qué estaba diciendo?

      Claire se sintió como si le fueran a hacer un examen. Respiró hondo y comenzó a hablar.

      Él la escuchó con interés, haciéndole de vez en cuando preguntas comprometidas sobre algún detalle que ella había pasado por alto. Con la conversación, Claire pronto se olvidó de ss ropa chafada, de la reparación de su coche y del hijo que quería tener.

      Reclinado contra la pared del ascensor, Jake la miraba fascinado. Recordaba una época en la que él también podía hablar durante horas con entusiasmo sobre los resquicios de las leyes fiscales. Pero eso había sido hacía años. Antes de perder la cuenta del dinero que poseía. Antes de tener que defenderse de la gente que quería arrebatarle parte de su dinero y parte de él también. Antes de la muerte de Alan.

      No había podido concentrarse en nada desde que la amiguita de Alan lo había llamado para decirle que su mejor amigo iba a ser trasladado en avión a Denver. Jake corrió al hospital, pero Alan llegó muerto. La impresión de ver su rostro frío y exangüe lo había dejado paralizado durante una semana. También él había comenzado a sentirse medio muerto. Pero no se había dado cuenta hasta ese momento.

      Heredar el Rocking T le había hecho pensar en cómo se había descarriado su vida. Cinco generaciones de Townsend habían vivido en ese rancho, al igual que cinco generaciones de Anderson habían vivido en el Bar Hanging Seven. Jake quería dejarle su hogar a sus hijos. El problema era que no tenía hijos.

      La muerte de Alan había sido como un mazazo. ¿Qué pasaría si él muriera? La dinastía Anderson de Pawnee, Colorado, se extinguiría, como se había extinguido la dinastía Townsend. Jake no podía consentirlo. Pero no sabía qué demonios hacer al respecto.

      Por el momento, dejó que la suave voz de Claire lo distrajera de sus mórbidos pensamientos. Al principio, solo escuchó a medias lo que ella decía, mientras miraba sus ojos brillantes y sus manos expresivas. En el rato que llevaban encerrados en el ascensor, la había visto asustada, sonriente, enfadada, arrepentida, insegura y triste. Todos aquellos cambios lo fascinaban. Parecía tan llena de vida… No como las mujeres que solía conocer: sofisticadas, frías y sin sentido del humor.

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