Una boda precipitada. Martha Shields

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Una boda precipitada - Martha Shields Julia

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pronto, recordó lo que había dicho Claire. «Necesito miles de dólares para quedarme embarazada o nunca tendré hijos». ¿Qué demonios había querido decir con eso?

      Antes de que pudiera reflexionar sobre ello, algo que Claire estaba diciendo sobre un aumento de liquidez captó su atención. Hizo una pregunta que ella respondió con facilidad. Luego, Claire continuó impresionándolo con sus conocimientos sobre cambio de divisas e inversiones.

      Por fin, volvió la luz y la conversación que estaban manteniendo se interrumpió.

      —Ha vuelto la luz —dijo ella.

      Jake percibió un tono de disgusto en su voz y se dio cuenta de que a él también le molestaba.

      —Son las diez y veinte —dijo, mirando el reloj—. Hemos estado encerrados más de dos horas y media.

      —¿Tanto? No me he dado cuenta… Oh, nos movemos.

      Ella se levantó y recogió la chaqueta. La sacudió suavemente y se la tendió a Jake. Él se incorporó y la agarró lentamente. No deseaba perder el halo de intimidad que se había creado entre los dos. Le parecía que conocía a Claire Eden mejor que a nadie… incluyendo a Alan. La idea le sorprendió.

      —Me está mirando fijamente otra vez —dijo ella suavemente.

      Bajo el resplandor de los fluorescentes, Jake descubrió que era tan bonita como se había imaginado en la penumbra. Tenía el pelo castaño, los ojos de un azul celeste y la piel tersa y blanca.

      —¿Y eso la molesta?

      —No es muy cortés de su parte mirarme así —dijo ella, estremeciéndose—. ¿A qué nivel del parking iba?

      —Al uno.

      Cuando ella apretó el botón, sonó el teléfono de emergencia. Claire lo sacó de detrás del panel.

      —¿Hola?… Sí, estamos bien… De acuerdo —colgó el teléfono—. Alguien nos espera en el vestíbulo.

      —Quieren asegurarse de que no les vamos a demandar. Bueno, ¿cuándo continuamos nuestra conversación?

      Ella lo miró sorprendida.

      —¿Quiere oír más?

      —Todavía no hemos hablado de los impuestos —sonrió él—. ¿Qué le parece si cenamos juntos mañana?

      —Yo…

      El ascensor se detuvo y las puertas se abrieron. Un hombre trajeado y con expresión preocupada los saludó e insistió en que lo acompañaran a la oficina para rellenar unos formularios. Jake le dio su tarjeta a aquel hombre.

      —Mande esos formularios a mi oficina mañana. Le diré a mi abogado se ocupe de ellos. Nosotros nos vamos a casa ahora mismo.

      El hombre miró la tarjeta, se puso pálido y, por fin, se marchó.

      —La acompaño hasta su coche —dijo Jake, poniéndose la chaqueta—. ¿Dónde lo tiene aparcado?

      —Vine en taxi. Mi coche decidió que la tormenta de hoy era una buena ocasión para dejarme tirada.

      —Entonces, la llevaré a casa —dijo él, mientras pulsaba el botón de llamada del ascensor.

      —No se preocupe. Tomaré otro taxi.

      —No. Yo la llevaré.

      Ella alzó barbilla. Jake había notado que eso significaba que iba a ponerse a discutir. Para evitarlo, señaló hacia las ventanas.

      —Todavía llueve. Un caballero no permitiría que una mujer esperara un taxi bajo la lluvia.

      —No necesito que ningún caballero cuide de mí. Tengo dos brazos, dos piernas y un cerebro, igual que usted.

      Él sonrió. Nadie lo había tratado así, como si fuese un hombre cualquiera, en mucho tiempo. Hasta ese momento, no se había dado cuenta de cuánto lo echaba de menos.

      —La voy a llevar a casa porque tengo coche y usted no. ¿De acuerdo?

      —¿Cree que va a protegerme del hombre del saco? Vivo sola desde hace casi siete años y nadie me ha raptado todavía.

      Las puertas del ascensor se abrieron.

      —No debe ir sola de noche por el centro de Denver. Por favor…

      Ella lo miró con los ojos entornados, haciendo un visible esfuerzo por relajarse.

      —De acuerdo. Lo siento. Parece que usted hace salir lo peor de mí… igual que mis hermanos —entró en el ascensor y se giró hacia la hilera de botones—. Nivel uno, ¿no?

      Él asintió y entró en el ascensor. No hablaron durante el corto descenso. Cuando salieron, Jake le puso la mano en la espalda para guiarla hacia su coche, pero ella se apartó, dando un respingo.

      —¿Este es su coche? —preguntó Claire mientras él le abría la puerta de un todoterreno verde oscuro.

      —Sí. ¿Pasa algo?

      —No, solo que pensaba que tendría una limusina, o un Mercedes, por lo menos.

      —Pues no.

      Jake cerró la puerta y dio la vuelta para sentarse al volante. Encendió el motor y salieron a las calles mojadas. La dirección de Claire fueron las únicas palabras que pronunciaron hasta que él detuvo el coche frente a un edificio de apartamentos.

      —Ha estado muy callada.

      —No quería distraerlo —dijo ella, buscando el cierre de la puerta del coche—. Gracias por traerme.

      —La recogeré mañana a las siete y media.

      Ella se quedó parada.

      —Eso parece una cita.

      —Tengo que asistir a una fiesta benéfica y debo ir acompañado. ¿Por qué no combinar el placer y los negocios?

      —Por muchas razones.

      —Dígame tres.

      —Si tenemos una cita, usted pensará en mí como mujer.

      —Es difícil no hacerlo —sonrió él—, teniendo en cuenta que es usted una mujer. ¿Segunda razón?

      Ella frunció el ceño.

      —Si piensa en mí como mujer, no me tomará en serio como contable.

      —No es cierto. Ya ha visto que la he tomado en serio esta noche. Dos razones descartadas. Queda una.

      Ella desvió la mirada.

      —A mí… nunca se me han dado bien las citas. Alex, mi cuñada, dice que asusto a los hombres a propósito… Verá, si tenemos una cita, muy pronto yo no le gustaré, o usted no me gustará, y eso hará muy difícil que trabajemos

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