Confesiones. San Agustín

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Confesiones - San Agustín страница 8

Confesiones - San Agustín

Скачать книгу

¡Con qué dolor se entenebreció mi corazón! Cuanto miraba era muerte para mí. La patria me era un suplicio, y la casa paterna un tormento insufrible, y cuanto había compartido con él se me volvía sin él un suplicio cruelísimo. Mis ojos le buscaban por todas partes y no aparecía. Y llegué a odiar todas las cosas, porque no le tenían ni podían decirme ya como antes, cuando venía después de una ausencia: «He aquí que ya viene». Yo me había vuelto para a mí mismo una gran dificultado (factus eram ipse mihi magna quaestio) y preguntaba a mi alma por qué estaba triste y me conturbaba tanto, y no sabía qué responderme. Y si yo le decía: «Espera en Dios», ella no me hacía caso, y con razón, porque más real y mejor era aquel amigo queridísimo que yo había perdido que aquel fantasma en el que se le ordenaba que esperase. Sólo el llanto me era dulce y ocupaba el lugar de mi amigo en las delicias de mi corazón.

      V,10. Mas ahora, Señor, que ya pasaron aquellas cosas y con el tiempo se ha suavizado mi herida, ¿puedo oír de ti, que eres la misma verdad, y aplicar el oído de mi corazón a tu boca para que me digas por qué el llanto es dulce a los miserables? ¿Acaso tú, aunque presente en todas partes, has arrojado lejos de ti nuestra miseria y permaneces inmutable en ti, en tanto que nos dejas a nosotros ser zarandeados por nuestras pruebas? Y, sin embargo, es cierto que, si nuestros suspiros no llegasen a tus oídos, ninguna esperanza quedaría para nosotros.

      Pero ¿de dónde viene que de lo amargo de la vida se coseche el dulce fruto del gemir, llorar, suspirar y quejarse? ¿Acaso esto es dulce en sí porque esperamos ser escuchados de ti? Así es cuando se trata de las súplicas, las cuales llevan en sí siempre el deseo de llegar a ti; pero ¿podía decirse lo mismo del dolor de lo perdido o del llanto en que estaba yo entonces inundado? Porque yo no esperaba que él resucitara, ni pedía esto con mis lágrimas, sino que me contentaba con dolerme y llorar, porque era miserable y había perdido mi gozo. ¿Acaso también el llanto, cosa amarga de suyo, nos es deleitoso cuando por el hastío aborrecemos aquellas cosas que antes nos eran gratas?

      VI,11. Pero ¿porqué hablo de estas cosas? Porque no es éste tiempo de investigar, sino de confesarte a ti. Era yo miserable, como lo es toda alma prisionera del amor de las cosas temporales, que se siente despedazar cuando las pierde, sintiendo entonces su miseria, por la que es miserable aun antes de que las pierda. Así era yo en aquel tiempo, y lloraba amarguísimamente y descansaba en la amargura. Y tan miserable era que aún más que a aquel amigo queridísimo, yo amaba la misma vida miserable. Porque aunque quisiera cambiarla, sin embargo, no quería perderla más que al amigo, y aun no sé si quisiera perderla por él, como se dice de Orestes y Pílades –si no es cosa inventada–, que querían morir el uno por el otro o ambos al mismo tiempo, por serles más duro que la muerte, el no poder vivir juntos. Mas no sé qué afecto había nacido en mí, muy contrario a éste, porque sentía un grandísimo tedio de vivir y al mismo tiempo tenía miedo de morir. Creo que cuanto más amaba yo al amigo, tanto más odiaba y temía a la muerte, como a un cruelísimo enemigo que me lo había arrebatado, y pensaba que ella acabaría de repente con todos los hombres, pues había podido acabar con él. Tal era yo entonces, según recuerdo.

      He aquí mi corazón, Dios mío; helo aquí por dentro. Observa, porque tengo presente, esperanza mía, que tú eres quien me limpia de la inmundicia de tales afectos, atrayendo hacia ti mis ojos y librando mis pies de los lazos que me aprisionaban. Me sorprendía que viviesen los demás mortales por haber muerto aquel a quien yo había amado, como si nunca hubiera de morir; y más me sorprendía aún de que, habiendo muerto él, viviera yo, que era otro él. Bien dijo uno de su amigo que «era la mitad de su alma». Porque yo sentí que «mi alma y la suya no eran más que una en dos cuerpos», y por eso me causaba horror la vida, porque no quería vivir a medias, y al mismo tiempo temía mucho morir, por que no muriese del todo aquel a quien había amado tanto.

      VII,12. ¡Oh locura, que no sabe amar humanamente a los hombres! ¡Oh necio del hombre que sufre inmoderadamente por las cosas humanas! Todo esto era yo entonces, y así me abrasaba, suspiraba, lloraba, me turbaba y no hallaba descanso ni consejo. Llevaba mi alma rota, ensangrentada, y que no soportaba ser llevada por mí, pero no hallaba dónde ponerla. Ni descansaba en los bosques amenos, ni en los juegos y cantos, ni en los lugares perfumados, ni en los banquetes espléndidos, ni en los deleites de la alcoba y de la cama, ni, finalmente, en los libros ni en los versos. Todo me causaba horror, hasta la misma luz; y cuanto no era lo que era él, me resultaba insoportable y odioso, fuera de gemir y llorar, pues sólo en esto hallaba algún descanso. Y si apartaba de esto a mi alma, luego me abrumaba la pesada carga de mi miseria.

      A ti, Señor, debía ser elevada para ser curada. Lo sabía, pero ni quería ni podía (sciebam, sed nec volebam nec velebam). Tanto más cuanto que lo que pensaba acerca de ti no era algo sólido y firme. No eras tú, sino un fantasma vano, y mi error era mi Dios (error meus erat Deus meus). Y si me esforzaba por apoyar sobre él mi alma para que descansara, luego resbalaba como quien pisa en falso y caía de nuevo sobre mí, siendo yo para mí mismo una morada infeliz, en donde ni podía estar ni me era posible salir. ¿Y adónde podía huir mi corazón de mi corazón? ¿Adónde huir de mí mismo? ¿Adónde no me seguiría yo a mí mismo? Con todo, huí de mi patria, porque mis ojos le habían de buscar menos donde no solían verle [al amigo]. Y así que me fui de Tagaste a Cartago.

      IX,14. Esto es lo que se ama en los amigos; y de tal modo se ama, que la conciencia humana se considera rea de culpa si no ama al que le ama, o no corresponde al que le amó primero, sin buscar de él otra cosa exterior que tales signos de benevolencia. De aquí el llanto cuando muere alguno, y las tinieblas de dolores, y el afligirse el corazón, cambiada la dulzura en amargura; y la muerte de los vivos proviene de la pérdida de la vida de los que mueren. Bienaventurado el que te ama a ti, Señor; y al amigo en ti, y al enemigo por ti. Porque solo no podrá perder al amigo quien tiene a todos por amigos en aquel que no puede perderse. ¿Y quién es éste sino nuestro Dios, el Dios que ha hecho el cielo y la tierra y los llena, porque llenándoles los ha hecho? Nadie, Señor, te pierde, sino el que te deja. Mas porque te deja, ¿adónde va o adónde huye, sino de ti sereno a ti airado? Pero ¿dónde no hallará tu ley para su castigo? Porque tu ley es la verdad, y la verdad, tú.

      XII,18. Si te agradan los cuerpos, alaba a Dios en ellos y revierte tu amor sobre su artífice, no sea que le desagrades en las mismas cosas que te agradan. Si te agradan las almas, ámalas en Dios, porque, si bien son mudables, fijas en él, permanecerán; de otro modo desfallecerían y perecerían. Ámalas, pues, en él y arrastra contigo hacia él a cuantos puedas y diles: «A éste amemos»; él es el que ha hecho estas cosas y no está lejos de aquí. Porque no las hizo y se fue, sino que proceden de él y en él están. Mas he aquí que él está donde se gusta la verdad: en lo más íntimo del corazón; pero el corazón se ha alejado de él. Volved, transgresores, al corazón y adheríos a aquél que es vuestro Hacedor. Estad con él, y permaneceréis estables; descansad en él, y estaréis tranquilos. ¿Adónde vais por ásperos caminos, adónde vais? El bien que amáis proviene de él, pero sólo es bueno y suave en cuanto está en relación a él; pero justamente será amargo si, habiendo abandonado a Dios, injustamente se amare lo que de él procede. ¿Porqué andáis aún todavía por caminos difíciles y trabajosos? No está el descanso donde lo buscáis. Buscad lo que buscáis, pero sabed que no está donde lo buscáis (quaerite quod quaeritis, sed ibi non est ubi quaeritis). Buscáis la vida en la región de la muerte: no está allí. ¿Cómo hallar vida bienaventurada donde ni siquiera hay vida?

      19. Nuestra Vida verdadera bajó acá y tomó nuestra muerte, y la mató con la abundancia de su vida, y dio voces como de trueno, clamando que retornemos a él en aquel lugar secreto desde donde salió para nosotros, pasando primero por el seno virginal de María, en el que se desposó con la naturaleza humana, la carne mortal, para que no sea siempre mortal. Y de allí, tal como el esposo que sale de su tálamo exultó como un gigante para correr su camino. Porque no se retardó, sino que corrió dando voces con sus palabras, con sus obras, con su muerte, con su vida, con su descendimiento y su ascensión, clamando que nos volvamos a él, pues si partió de nuestra vista fue para que entremos en nuestro corazón y allí le hallemos; porque si partió,

Скачать книгу