Entre el amor y la lealtad. Candace Camp

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Entre el amor y la lealtad - Candace Camp Top Novel

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criticar a tu abuela delante de ti. Ella os quieres a todos. A su manera.

      —Lo sé. Sobre todo a Theo. Reed y él podrán mantenerla apartada de papá durante un buen tiempo. Y los gemelos estarán felices de verla de nuevo.

      —Cierto —Emmeline rio por lo bajo—. Ella no es capaz de intimidarlos.

      —Pocas cosas lo consiguen. Ellos adoran todas esas cosas brillantes que se cuelga. Es a Olivia a quien le da miedo, con toda esa charla sobre que ha heredado el «don» de su abuela.

      —Sí, Olivia seguramente le hará compañía al tío Bellard en su habitación de lectura y batallas. Pero ya conoces a Livvy, le encantará hacerlo. Y así se asegurará de que el tío Bellard no se salte sus comidas.

      Thisbe subió las escaleras, parándose delante de la puerta de la habitación de su mellizo. Theo estaba sentado ante el pequeño escritorio de la esquina con un libro abierto, mientras escribía en una hoja de papel. Ella lo contempló durante un rato.

      Toda su vida, Theo había sido la persona más cercana a ella. No podía decirse que lo quisiera más que al resto de sus hermanos, pues cada uno de ellos era imprescindible en su vida. Pero tenía un vínculo adicional con Theo, un entendimiento y una consciencia que no requería de palabras. A pesar de lo diferentes que eran sus respectivos intereses, Thisbe siempre se sentía capaz de compartir con su hermano lo que sentía, y a él le sucedía lo mismo. Ella, por ejemplo, no sentía el menor deseo de viajar a Egipto, pero el año anterior, cuando Theo había ido, había sentido y participado de su ilusión. Y cuando fallaba algún experimento, podía contárselo a Theo y sabía que él sentiría una parte de su decepción.

      Pero de repente había un hombre nuevo abriéndose paso en su vida y, por primera vez, estaba ocultándole algo importante a su mellizo. Resultaba inquietante y no pudo evitar sentir cierta culpabilidad. Pero conocía bien a su hermano y, por mucho progresismo que su madre hubiera inculcado en todos sus hijos, el habitualmente amistoso y relajado Theo era muy protector con sus hermanas. Kyria había terminado por negarse a asistir a fiestas si sabía que su hermano estaría allí, fulminando con la mirada a todos sus pretendientes y haciéndoles innumerables preguntas incómodas. Thisbe sospechaba que su actitud sería aún más exagerada ante las intenciones de cualquier hombre hacia su hermana melliza. Sin duda querría conocer a Desmond, y lo último que ella quería era que Theo sometiese a ese pobre hombre a su interrogatorio.

      Theo levantó la mirada y la vio. Arrojó el lápiz a un lado, en absoluto molesto con la interrupción de su tarea, y se levantó.

      —Hola, Thiz. ¿Qué tal la conferencia?

      —Maravillosa —ella se acercó.

      —¿De qué trataba?

      —De las propiedades del carbono.

      —Vaya, vaya. Apasionante, desde luego —él hizo una mueca de desagrado.

      —Tengo otra noticia menos agradable aún. La abuela viene de visita.

      —¿Pronto? —preguntó Theo con recelo—. Puede que yo ya me haya ido.

      —No estás de suerte. Da la sensación de que tiene intención de venir pronto.

      —Y entonces tendré que acompañarla a la ópera —su hermano gruñó—. Y todo lo demás.

      —No hace falta que lo hagas.

      —¡Ja! Si no lo hago, se pondrá a hablar sin parar de mis deberes como heredero.

      —Es tu castigo por ser su favorito —espetó Thisbe.

      —Y porque soy el heredero. Ojalá pudieras serlo tú. Tienes cuatro minutos más que yo.

      —¿Quién, yo? No gracias. Es un aspecto en el que me alegra que no se permita la participación de la mujer. De todos modos se me daría fatal.

      —¿Y cómo te crees que se me va a dar a mí? —Theo frunció el ceño, aparentemente reflexionando sobre su destino—. Reed sería un duque excelente. Él debería ser el heredero del título.

      —Sospecho que, de todos modos, será él quien haga todo el trabajo —bromeó Thisbe, arrancándole una risa avergonzada a su hermano—. ¿Qué estabas haciendo? —preguntó mientras miraba hacia la mesa—. No me digas que escribías una carta.

      —No, por Dios —el disgusto de Theo por la escritura de cartas era legendario—. Estaba haciendo una lista con las cosas que debería llevarme a la expedición. Ya hemos fijado la fecha.

      —¿Por eso te has reunido hoy con ese hombre en el museo Cavendish?

      —Sí —él asintió, la ilusión reflejándose en la mirada—. Ha encontrado a alguien que hará de guía. Le ha costado muchísimo encontrar a alguien con conocimiento sobre el Amazonas. Partimos dentro de un mes.

      —¿Tan pronto? —Thisbe sintió una opresión en el corazón—. ¿Vas a marcharte en invierno?

      —Bueno, ya sabes que allí es al revés.

      —Sí, por supuesto, no lo había pensado. ¡Oh, Theo! —impulsivamente, ella lo rodeó con sus brazos—. Voy a echarte de menos.

      —Vamos, Thiz —él la abrazó y le dio unas palmaditas en la espalda—. Estaré bien. No voy a marcharme para siempre.

      —Lo sé —Thisbe se apartó y sonrió, aunque sus ojos estaban llenos de lágrimas.

      —No es la primera vez que me voy de expedición. El año pasado fui a Egipto.

      —Lo sé —ella asintió—. Y otra vez bajaste por el Danubio. En tu recorrido por el continente.

      —¿Lo ves? Será parecido a eso.

      —Pero esta vez te vas mucho más lejos. Y suena tan… tan misterioso y extraño. La jungla.

      —Sí —los ojos de Theo brillaban como cada vez que hablaba de alguna aventura—. Me muero de ganas de verlo. Dicen que hay loros de todos los colores. Monos. Y lianas tan gruesas como mi brazo.

      —Y también serpientes tan grandes como tu brazo —señaló ella—. ¿Y no hay peces que se comen a las personas?

      —Sí —contestó él con alegría—. Va a ser estupendo.

      Thisbe sacudió la cabeza en un gesto de exasperación.

      —Te lo juro, Theo, no sé cómo puede ilusionarte tanto la perspectiva del peligro.

      —Bueno, ya sabes, la tía Hermione siempre decía que tenía menos sesos que un ganso.

      —No olvides que te quiero, y que me enfadaré muchísimo si te matas.

      —No lo haré, te lo prometo. Y volveré antes de que te des cuenta —Theo abrazó a su hermana—. Yo también voy a echarte de menos.

      —Qué difícil es, ¿verdad? —ella suspiró y se apoyó contra él—. Hacerse mayor. Seguir adelante.

      —Sí, pero nada podrá separarnos. Y piensa en el futuro. Me muero de ganas de verlo. ¿Y tú?

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