Tentación arriesgada - Diario íntimo. Anne Oliver

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Tentación arriesgada - Diario íntimo - Anne Oliver Ómnibus Deseo

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la mitad de unos antebrazos fuertes y salpicados de vello.

      Era el amigo de Jared. Lissa se había enamorado de él cuando ella tenía nueve años y él dieciocho y recién alistado en la Armada. Cuatro años después volvió a casa al morir su madre y ella siguió amándolo en secreto.

      No creía que la hubiese mirado salvo en aquella ocasión en la que, con nueve años, se cayó del monopatín al intentar impresionarlo y solo consiguió romperse la nariz, manchar de sangre la camiseta blanca de Blake y, lo peor de todo, echar a perder su joven orgullo.

      Circulaban muchos rumores sobre él, y ninguno bueno. El chico malo, la oveja negra de la familia… Pero Lissa no cambió de opinión hasta que oyó que había dejado embarazada a Janine Baker y que había huido del pueblo para alistarse en la Armada. En cierto modo lo sintió como una traición personal.

      Los ojos de Black podían ser tan azules como un cielo tropical o tan fríos como un glaciar, y su aire taciturno e indiferente había avivado los instintos maternales de Lissa. Durante mucho tiempo se imaginó cómo sería ser el centro de aquella mirada.

      Y en esos momentos la estaba mirando como ella siempre había deseado… con un inconfundible destello de calor en aquellos ojos azules. Pero Lissa ya no era una cría ingenua e inocente, al menos en lo que se refería a los hombres, y bajo ninguna circunstancia iba a bajar la guardia.

      –Me llamo Blake Everett –dijo él, apoyado en la encimera y recorriendo con la mirada la corta bata de Lissa, quien sintió un hormigueo de la cabeza a los pies y cómo se le endurecían los pezones–. Soy…

      –Sé quién eres –lo interrumpió ella, sofocando el impulso de cubrirse los pechos.

      Blake entornó los ojos y Lissa se fijó en las arrugas que los enmarcaban. Pero sus labios seguían siendo los más sensuales que había visto en su vida: carnosos, firmes, irresistibles…

      –En ese caso, me llevas ventaja.

      Lissa levantó la mirada hacia la suya. No la había reconocido. Estupendo.

      –Yo diría que estamos empatados.

      –¿Por qué lo dices?

      ¿Sería posible que lo conociera? Ignorando los agarrotados músculos tras haber conducido desde Surfers bajo la lluvia y el terrible dolor de cabeza, Blake la observó atentamente mientras intentaba hacer memoria.

      Hacía mucho que no estaba tan cerca de una mujer, y menos de una tan atractiva como aquella pequeña pelirroja cuyo olor era una fragancia exquisita comparado con el hedor a testosterona que reinaba en los buques de la Armada. A la luz amarilla su pelo brillaba con más fuerza que una bengala de socorro, y sus ojos eran tan verdes como una laguna tropical. Pero, al igual que las playas de aspecto virgen donde él solía buscar peligros ocultos, percibía una tormenta gestándose tras aquella mirada.

      Y con razón. El viejo no le había dicho a la mujer que aquel barco era de Blake y que no podía alquilarse. Diez años atrás, cuando murió su madre, Blake se lo compró a su padre para ayudarlo a saldar sus deudas y para tener un lugar tranquilo y apartado donde hospedarse cuando estuviera de permiso en Australia. No había vuelto a poner un pie en aquel sitio desde entonces.

      –Por lo que veo, estás aquí de alquiler. He estado en el extranjero, y mi padre…

      –No estoy de alquiler. Mi hermano le compró este barco a tu padre hace tres años, así que ahora pertenece a nuestra familia. Es mi casa, de modo que… tendrás que buscarte otro sitio.

      –¿Tu hermano compró el barco? –recordó la transacción y sintió un escalofrío. No debería haber confiado en un ludópata como su padre.

      –Jared Sanderson.

      ¿Jared? El nombre le hizo examinarla más atentamente. El pelo rojizo y despeinado, los ojos de color azul verdoso, labios carnosos y torcidos en una mueca de disgusto… Hacía mucho que había perdido el contacto con Jared, su compañero de surf, pero recordaba a su hermana pequeña.

      –¿Eres Melissa? –seguía siendo baja de estatura, pero su cuerpo no era el de la niña que él recordaba. Era el cuerpo de una mujer adulta, y a Blake se le aceleraron los latidos al contemplar sus sensuales curvas.

      Alzó la vista de nuevo hacia sus ojos, atisbando de pasada unos pechos grandes y turgentes y una generosa porción de escote blanco, antes de que ella se protegiera con los brazos.

      –Siento haberte asustado, Melissa. Debería haber llamado a la puerta.

      –Soy Lissa. Y sí, deberías haber llamado.

      Los labios se le fruncieron en un mohín que él recordaba bien, pero aquella noche lo encontró extrañamente seductor.

      –Lissa.

      –Está bien, acepto tus disculpas, aunque me has dado un susto de muerte. No he llamado a la policía porque no tengo batería –lo miró con expresión recelosa–. ¿Qué haces aquí?

      –¿Es que un hombre no puede volver a casa después de catorce años? –replicó él secamente.

      –Me refiero a qué haces aquí, en el barco.

      –Creía que el barco era mío –le había engañado su propio padre. Debería haber ido a verlo antes de ir hasta allí, pero no se había sentido capaz de soportar el inevitable enfrentamiento.

      –No, no puede ser… –frunció el ceño con expresión confundida–. No lo entiendo.

      –Es una larga historia –repuso él, frotándose el rasguño bajo la barbilla.

      –Siento lo del golpe –murmuró ella, ruborizándose–. Voy a por…

      –No hace falta. Estoy bien.

      Ella no le hizo caso y se desplazó hasta un armario para alcanzar los estantes superiores. Al levantar los brazos la bata rosa se le subió hasta los muslos, firmes, esbeltos y bronceados.

      Blake contempló sin disimulo su espectacular trasero mientras ella agarraba un botiquín y sacaba un tubo.

      –Esto debería servir para… –se dio la vuelta y lo sorprendió mirándola, pero él no desvió la mirada. Era la mejor imagen que había visto en mucho tiempo.

      Le tendió bruscamente el tubo, pero pareció cambiar de opinión, como si temiera el contacto físico, y lo dejó en la mesa.

      –¿Y esa larga historia que ibas a contarme?

      –Mañana volveré a Surfers y hablaré con mi padre y con Jared. Todo se arreglará –le aseguró. Le reembolsaría el dinero a Jared y ayudaría a Melissa… a Lissa a buscar otro alojamiento.

      –¿Cómo se arreglará? Jared adquirió el barco cuando tu padre vendió la casa de Surfers para mudarse al sur. A Nueva Gales del Sur, creo. Nadie sabe exactamente adónde.

      A Blake no lo sorprendió enterarse por otra fuente de la supuesta desaparición de su padre. Le había pagado a su padre por el barco el día que se marchó de Australia, pero sin llegar a firmar nada. Los papeles nunca le llegaron, como había quedado acordado, y cuando llamó para pedirlos descubrió que los teléfonos estaban apagados y que las

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