Tentación arriesgada - Diario íntimo. Anne Oliver

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Tentación arriesgada - Diario íntimo - Anne Oliver Ómnibus Deseo

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al suponer que la casa también te pertenece? –preguntó ella, señalando la ventana. La tormenta predicha había estallado y un tremendo aguacero oscurecía la vista.

      Blake asintió. Al comprar el barco había adquirido la casa de vacaciones de su familia.

      –¿Y por qué quieres pasar la noche en el barco, cuando tienes una alternativa mejor? –quiso saber ella.

      Blake había encargado que le llenaran la nevera de la mansión y airearan las sábanas, pero no había logrado encontrar la serenidad que necesitaba para instalarse. Demasiado espacio, demasiadas habitaciones, demasiados recuerdos… Incapaz de relajarse, agarró un viejo saco de dormir y se encaminó hasta la orilla con la esperanza de que la soledad y el aire marino aliviaran el terrible dolor de cabeza que sufría desde el accidente. Pero al parecer aquella noche no estaba de suerte.

      –Tenía la esperanza de dormir un poco –lo último que esperaba era encontrarse alguien más allí.

      –Pero como aquí estoy yo vas a volver a la casa, ¿verdad?

      Esa había sido su primera intención. Pero el inesperado cambio de planes lo había hecho darse cuenta de que no estaba tan cansado como creía, y de que no tenía ninguna prisa por darle las buenas noches a la encantadora Lissa Sanderson.

      No, aquello no era del todo cierto. Era su cuerpo el que lo acuciaba a quedarse, a embriagarse con la deliciosa fragancia femenina, a volver a tocarle el brazo y sentir la exquisita suavidad de su piel…

      Pero su cabeza no le permitiría ceder a sus más bajos instintos. En el ejército era conocido por la frialdad y serenidad que demostraba bajo presión, incluso en las situaciones más peligrosas. La misma frialdad que le echaban en cara las mujeres antes de cerrarle la puerta en las narices.

      Lissa Sanderson, con sus apetitosas curvas y penetrante mirada, era un riesgo que debía evitar por el bien de ambos.

      –Está bien, te dejaré en paz… Por ahora.

      –¿Por ahora? –repitió ella con incredulidad–. ¡Esta es mi casa! –exclamó en tono desesperado–. No lo entiendes… ¡Necesito este sitio!

      –Cálmate, por amor de Dios –las mujeres y sus reacciones exageradas–. Encontraremos alguna solución.

      Por primera vez desde que pisó el barco miró a su alrededor y lo comparó con el aspecto que recordaba de años atrás, cuando pertenecía a su padre y Blake vivía en él.

      Un sofá azul, hundido bajo el peso de cajas abiertas y cerradas, ocupaba el espacio donde una vez había habido un tresillo de cuero. La cocina permanecía igual, salvo por un microondas y un montón de papeles en el banco. La mirada de Blake se posó levemente en un aviso de pago sujeto con un imán en el frigorífico.

      El barco estaba atestado de trastos. No quedaba ni un hueco libre. Lienzos apoyados en la pared, latas llenas de pinceles, lápices y carboncillos, camas cubiertas de revistas, libros, retales y paletas. ¿Cómo podía vivir alguien con semejante desorden?

      Tal vez se debiera a la fragancia a flores o a las macetas que ocupaban un estante junto a una ventana, pero el caso era que se respiraba un aire relajante y hogareño bajo aquel caos doméstico. Blake no había experimentado nada igual desde que vivió con su madre, y se preguntó si podría conciliar el sueño en un lugar así.

      Debería largarse de allí, buscar algo para alquilar en la costa mientras estuviera en Australia y olvidar que había visto a Melissa Sanderson. Lo único que quería era soledad.

      Un goteo constante le llamó la atención. Levantó la mirada y vio caer una gota plateada a contra luz, seguida rápidamente por otra. La gotera debía de llevar bastante tiempo, a juzgar por el recipiente medio lleno que había debajo. Al examinar el techo con más atención vio otras manchas de humedad.

      –¿Desde cuándo hay goteras?

      Ella miró el techo y apartó rápido la mirada.

      –Desde no hace mucho. Puedo arreglármelas sola, no es nada –declaró a la defensiva.

      Interesante. Si Blake no recordaba mal, la joven Melissa era de todo menos independiente.

      –¿Nada? Fíjate bien, encanto. Si el agua llega a esa toma de corriente tendremos un serio problema.

      Ella volvió a mirar hacia arriba y frunció el ceño. Era evidente que no se había percatado de la magnitud de los daños.

      Blake se fijó en el charco que se formaba junto a los pies de Melissa, rodeando el frigorífico.

      –¿Es que no sabes lo que pasa cuando el agua entra en contacto con la electricidad?

      –Claro que lo sé –espetó ella–. Y soy yo quien tiene un problema, no nosotros.

      Él sacudió la cabeza.

      –Me da igual de quién sea el problema. En estos momentos el barco no es un lugar seguro –habiendo visto los riesgos su conciencia no le permitiría dejarla allí sola.

      Un relámpago iluminó la noche, seguido por un trueno que retumbó con furia.

      –Tienes dos minutos para recoger tus cosas –dijo, golpeando la mesa con los nudillos–. Vas a dormir en la casa.

      Capítulo Dos

      –¿Cómo dices? –Lissa lo miró furiosa. Era difícil fulminar con la mirada a alguien tan atractivo, pero ella no aceptaba órdenes de nadie–. No voy a…

      –Tú eliges, Lissa. Puedes venirte tal y como estás, para mí no supone ninguna diferencia –le recorrió el cuerpo con la mirada, haciendo que le ardieran las zonas más íntimas–. Pero piensa que te vendría bien cambiarte de ropa.

      Se acercó y ella se encogió involuntariamente al recordar la intimidación de otro hombre, grande y abusivo, al que ella había creído amar en una ocasión.

      Reprimió el estremecimiento y lo empujó.

      –Si no te importa… Estás invadiendo mi espacio –su tacto era recio y cálido, y la tentaba a olvidar sus temores y a sentir aquellos músculos y los latidos del corazón bajo la palma de la mano. Retiró la mano inmediatamente–. Voy a quedarme aquí, en este barco, por si ocurre algo.

      –Algo va a ocurrir como no te vistas y te pongas en marcha ahora mismo.

      Él dio un paso atrás. Por mucho que odiase admitirlo, tenía razón. ¿Qué haría ella si el agua llegaba a la toma de corriente? Nunca se había encontrado bajo una lluvia tan fuerte, y la situación había empeorado en las últimas horas.

      –Está bien –aceptó lo más dignamente que pudo mientras se daba la vuelta y se encaminaba a su dormitorio–. Pero tú quédate aquí y vigila que no pase nada.

      –Eso pensaba hacer.

      ¿En serio? Por lo visto aquel superhéroe era inmune a los peligros que él mismo había señalado. Mejor para ella. Ya tenía bastantes problemas sin necesidad de añadir un arrebatador espécimen masculino a la lista.

      Agarró los vaqueros

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