Tentación arriesgada - Diario íntimo. Anne Oliver

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Tentación arriesgada - Diario íntimo - Anne Oliver Ómnibus Deseo

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junto a él y se puso a meter las cosas desperdigadas en dos cajas de plástico.

      –Si de verdad tengo que abandonar el barco, he de llevarme todo esto conmigo a la casa.

      –¿Todo? –repitió él, dubitativo–. ¿En serio lo necesitas todo?

      –Hasta el último retal. Mi trabajo depende de ello. Soy diseñadora de interiores –actualmente desempleada, pero no iba a revelar aquel detalle.

      –En ese caso, deja que te eche una mano.

      –Bien –procedió a empaquetarlo todo rápidamente, intentando que la proximidad de Blake no la afectara–. ¿Puedes meter esos blocs en bolsas de plástico? –le pidió para alejarlo de ella.

      Pocos minutos después lo tenían todo listo.

      –Vendré por el resto cuando te hayas instalado en la casa –tuvo que alzar la voz para hacerse oír sobre la persistente lluvia.

      ¿Instalarse? Lissa se enderezó con una caja bajo cada brazo y su bolsa de viaje colgada al hombro. Si Blake quería jugar a rescatarla tendría que tolerarlo, siempre que sus cosas estuvieran a salvo.

      –Gracias –murmuró a regañadientes. No quería recibir su ayuda.

      Se puso las sandalias de goma junto a la puerta y abrió para salir a cubierta. Un torrente de agua le cayó encima donde debería estar seco. Miró hacia arriba y vio la lona ondeando al viento. Tal vez no quisiera la ayuda de Blake, pero estaba obligada a aceptarla.

      Subió al muelle seguida por Blake. Las sandalias chapoteaban en el suelo encharcado al pasar junto a la piscina y la zona de recreo de camino a la amplia puerta de cristal.

      Los dos últimos años había asistido al continuo ir y venir de gente guapa en la elegante mansión, y por fin le llegaba el turno de ver el interior. Estaría bien dormir rodeada de lujo para variar, y desde una perspectiva profesional estaba impaciente por ver la decoración.

      Esperó a que Blake abriera la puerta y lo siguió al interior. Él pulsó un interruptor y la luz inundó la suntuosa estancia. Lissa alzó la vista hacia las diminutas esferas de cristal que rodeaban el globo central y que despedían una mirada de arcoíris por toda la sala. La ausencia de tabiques interiores le confería una atmósfera abierta y espaciosa. El techo de madera de color miel se elevaba a una altura de dos pisos, y una amplia escalera subía pegada a una pared de acento del mismo tono melado. El suelo de baldosas blancas se fundía con las paredes blancas y aumentaba la sensación de espacio. Junto a la pared de pizarra exterior había un gran sofá de cuero negro con cojines de color lima y mandarina. El resto del mobiliario era de teca y cristal.

      Impresionante. Pero impersonal y un poco anticuado. Carecía del aire doméstico y acogedor que cabría esperarse en un verdadero hogar.

      Un hormigueo de excitación le subió el ánimo. Podría preguntarle a Blake si quería redecorar la casa…

      Dejaron las cosas en un rincón.

      –Iré a por el resto dentro de un momento –dijo él de camino a la escalera.

      Mientras la conducía a la entreplanta, Lissa intentó no fijarse en su firme trasero, enfundado en unos vaqueros negros, e intentó concentrarse en la decoración de las paredes.

      Blake le mostró una amplia habitación con una gruesa moqueta de color crema y una abultada colcha a rayas negras y verdes. Los relucientes muebles negros estaban desprovistos de chismes y baratijas. La ventana daba a la casa vecina y al río, pero no se veía el barco.

      Tal vez Blake la hubiese elegido a propósito, pensó Lissa mientras dejaba la bolsa y la ropa en un sillón forrado de seda junto a una cómoda. No habría forma de espiarlo y alimentar las fantasías más lujuriosas mientras lo veía trabajar desnudo de cintura para arriba, con los músculos en tensión y la piel empapada de sudor…

      –La ducha está ahí –le indicó él, tras ella–. Aún no lo he comprobado, pero me han dicho que han llenado la despensa hoy, así que mañana puedes prepararte el desayuno.

      Lissa se inquietó ante la posibilidad de que Blake decidiera echar un vistazo a su despensa o a su nevera, porque hacía más de una semana que no hacía la compra. Su precaria situación económica la obligaba a saltarse más de una comida, y el desayuno era un lujo que no podía permitirse.

      –Recogeré el resto de tus cosas y le echaré una ojeada al barco. ¿Tienes algo que pueda usar para las reparaciones?

      –Busca en la cubierta, junto a la puerta. Debajo de la lona. Y ten cuidado.

      –Siempre lo tengo.

      Se dio la vuelta y se alejó, y Lissa se quedó pensando en lo que le había dicho. ¿De verdad tenía siempre cuidado? ¿Y qué había pasado con Janine Baker? También Janine se había marchado del pueblo, sin que nadie supiera lo que había sido de ella y del bebé.

      Esperó a que cerrara la puerta y buscó una vista mejor del río. Y de Blake. La encontró en el dormitorio principal. A la luz del salón que se derramaba en el patio, bañado por la lluvia, vio a Blake alejarse rápidamente por el camino, pasar junto a la piscina y continuar por el muelle. Su figura resultaba imponente e inquietante.

      Desapareció en la cubierta y Lissa se giró para examinar el dormitorio. La luz del pasillo se proyectaba sobre la inmensa cama king-size desecha. La huella de la cabeza en la almohada le desató una ola de excitación en el estómago, como le ocurría cada vez que pensaba en él.

      Se apretó la mano en el vientre y se obligó a calmarse. Blake había estado durmiendo allí. ¿Qué le había hecho levantarse y abandonar una cama tan cómoda para ir a una casa flotante en mitad de la noche?

      Registró la habitación en busca de pistas. La bolsa yacía abierta junto a la pared, llena de ropa. Sobre la cómoda había un montón de folletos de barcos, junto a su pasaporte y algo de dinero. Se sintió tentada de mirar el pasaporte para ver dónde había estado, pero en vez de eso se acercó a la cama, agarró la almohada y cerró los ojos mientras inhalaba profundamente. Había pasado mucho tiempo, pero recordaba su inconfundible olor. Se le escapó un débil gemido…

      –¿Va todo bien por aquí?

      El corazón casi se le salió por la boca, las rodillas se le combaron y abrió los ojos. Blake estaba de pie en la puerta, con un brazo en el marco y la cabeza ligeramente ladeada. Al estar a contraluz no se podía distinguir su expresión, pero no debía de ser muy amable.

      –Sí, sí. Todo bien –sonrió forzadamente y se apartó de la cama–. Quería… cerciorarme de que el barco seguía a flote –soltó una carcajada excesivamente aguda–. Es ridículo, ya lo sé. De paso estaba buscando una almohada extra, si no es un problema para ti. ¿Querías algo?

      ¿Qué clase de imagen estaba dando, ataviada con su minúscula bata, a oscuras, junto a la cama de Blake y formulando aquella pregunta? Apretó los labios antes de empeorar la situación.

      –Mi teléfono –dijo él. Encendió la luz y la observó unos instantes antes de desviar la atención hacia la mesilla, vacía–. No lo habrás visto, ¿verdad? Estoy seguro de haberlo dejado aquí, por algún sitio.

      Ella negó con la cabeza.

      –A lo mejor se te cayó al

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