GB84. David Peace

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GB84 - David  Peace Sensibles a las Letras

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es que también tenemos un topo.

      Todo el mundo aguardó. Todo el mundo sacudió la cabeza.

      El presidente miró alrededor de la mesa.

      —Un topo, camaradas —dijo el presidente.

      Todo el mundo volvió a sacudir la cabeza. Todo el mundo bajó la vista a la mesa.

      El presidente hizo una señal con la cabeza a Bill Reed. Bill Reed se levantó. Bill era el director del Miner…

      Bill Reed miró fijamente a Terry Winters mientras decía:

      —Un contacto mío muy bien situado me ha dicho que presumen de que tienen a alguien dentro. Aquí y en Barnsley.

      Todos los demás se quedaron mirando la mesa. Las manos. Las uñas. La suciedad que tenían en ellas…

      Terry Winters devolvió la mirada a Bill Reed…

      —Tienen a alguien, camaradas —dijo Bill Reed otra vez.

      Bill Reed se sentó.

      —Necesito estrategias —demandó el presidente—. Necesito ideas.

      Terry tosió.

      —Podría ser desinformación —dijo—. Para fomentar la desconfianza. La paranoia.

      —Y también podría serlo ese comentario, camarada —terció el Chaqueta de Tweed sentado al lado de Dick.

      Mike Sullivan levantó la mano.

      —¿Tenemos alguna prueba real? —preguntó.

      El presidente miró fijamente a Mike.

      —Tenemos pruebas, camarada —dijo el presidente.

      Todo el mundo alzó la vista. Todo el mundo esperó.

      —La prueba está escrita en la cara de todos los policías que se plantan delante de todos los piquetes —gritó—. Esa sonrisa que dice: Sabíamos que veníais…

      »¡Sabíamos que veníais antes incluso que vosotros!

      La batalla por la votación es tan cruenta como la negativa del sindicato a que tenga lugar. Es la única batalla de esa guerra que el Judío está dispuesto a perder. El Judío sabe dónde se ganará la guerra. Dónde se libran las auténticas batallas. La auténtica lucha…

      Por los corazones y las mentes. Los cuerpos y las almas…

      El Judío agita el Sun por su suite en Sheffield. El gran titular…

      ¡EL VERDADERO OBJETIVO DEL SINDICATO ES LA GUERRA!

      El Judío abre otra botella de champán. El Judío escribe otro artículo a máquina…

      Otro dulce.

      Neil Fontaine deja al Judío con su resaca y sus alucinaciones…

      Neil Fontaine tiene sus propias luchas. Sus propias batallas. Su propia guerra…

      Neil Fontaine sale de Sheffield. Se mete en la primera área de servicio. Observa la cafetería. Espera. Apaga el cigarrillo. Baja del Mercedes. Cruza el aparcamiento. Sube los escalones del restaurante.

      El cabrón se sienta enfrente del Mecánico.

      —Bonito bronceado, David —dice el cabrón.

      —¿Dónde está? ¿Dónde está mi mujer?

      El cabrón deja un paquete de cigarrillos en la mesa.

      —En un sitio seguro.

      —¿Dónde?

      El cabrón enciende un cigarrillo. Aspira. Espira. El cabrón sacude la cabeza.

      —Cabronazos. Hijos de la gran puta.

      El cabrón asiente con la cabeza.

      —Sí, sí, sí —dice el cabrón.

      —¿Qué quieren?

      El cabrón levanta tres dedos.

      —El diario. Julius Schaub. Silencio —dice el cabrón.

      —No tengo el puñetero diario y no quiero saber dónde está el puto Schaub. Pero yo nunca hablo. Eso ya lo sabes. Nunca.

      El cabrón apaga el cigarrillo.

      —Les contaré lo que me has dicho —dice el cabrón.

      El Mecánico deja un sobre en la mesa.

      —Dales esto cuando lo hagas.

      —¿Qué es?

      El Mecánico da unos golpecitos en el sobre.

      —Los cuatro mil que me pagaron.

      —No se trata de dinero, David. Nunca. Ya lo sabes.

      El Mecánico empuja el sobre hacia el cabrón. El muy hijo de puta…

      —Quiero recuperar a mi mujer —dice el Mecánico—. La amo, Neil. La amo.

      Las pesadillas han vuelto. Neil Fontaine sueña con la calavera. La calavera y una vela. Se despierta en su habitación del County. La luz sigue encendida. Se sienta en el borde de la cama. La libreta en la mano. Despedaza la noche. Recompone los pedazos a su manera. Deja de escribir. Deja la libreta a un lado. Se levanta. Descorre las cortinas.

      Jennifer Johnson se da la vuelta en la cama. Pronuncia el nombre de él en sueños…

      Hay momentos así.

      Neil Fontaine se queda junto a la ventana. La luz de verdad y la eléctrica…

      Siempre hay momentos así.

      Martin

      a la fuerza. Sonría. Hacen la foto… ¡El siguiente! Me quitan la cartera, el reloj, la alianza, el cinturón y los cordones de los zapatos. Me meten en una celda. Me dejan allí unas tres horas, puede que cuatro. Me siento en el suelo con las rodillas levantadas. Los brazos sobre las rodillas. La cabeza sobre los brazos. Vienen y me llevan a una sala de interrogatorios. Hay dos policías. Los dos de paisano… Uno viejo. Otro joven… No dicen nada. El viejo se va a alguna parte. Me deja con el joven. No dice nada. Entonces el viejo vuelve. Se sienta. ¿Cómo llegasteis a Silverhill?, me pregunta. Fuimos en coche. ¿De quién era el coche? De Geoff Brine. ¿Dónde está? Lo aparcamos en Tibshelf. Al otro lado de la M1. ¿Cómo llegasteis allí? Por la A61. Él asiente con la cabeza. ¿Qué opina tu querida Cath de todo esto?, me pregunta. ¿Qué? ¿Tu mujer?, dice. ¿Tu querida Cath? Ella te mantiene, ¿no? ¿Qué tiene que ver eso? Bueno, tú estás aquí detenido mientras ella trabaja en dos sitios para que tengas comida y cerveza… para que puedas ir a infringir la ley. ¿Cómo sabe eso?, pregunto. ¿Con quién ha hablado? Él sonríe. Supongo que como no tienes hijos, no tienes los mismos compromisos que el resto de nosotros,

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