GB84. David Peace

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GB84 - David  Peace Sensibles a las Letras

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      Paul Dixon se sienta de espaldas a la puerta. El aparcamiento. Le pasa al Mecánico su café.

      El Mecánico se echa cuatro cucharadas de azúcar. Lo remueve. Se detiene. Alza la vista…

      Dixon le observa. Los perros ladran en el coche…

      Quieren ir a casa. Fuera.

      Terry Winters no durmió. Ninguno pegó ojo…

      Nunca estaba oscuro. Siempre había luz…

      Las luces brillantes del tren de vuelta al norte. Los equipos de televisión delante de St. James’s House. Los fluorescentes en el vestíbulo. En el ascensor. En los pasillos. En el despacho…

      Siempre luz, nunca oscuridad.

      Terry llamó por teléfono a Theresa. Clic, clic. Le dijo que no sabía cuándo volvería a casa. Luego sacó sus carpetas. Su agenda. Su calculadora…

      Hizo sus cálculos…

      Toda la noche, una y otra vez, sin parar.

      El miércoles a primera hora de la mañana, Terry Winters estaba en el hotel Royal Victoria con los directores financieros de cada una de las distintas veinte zonas y agrupaciones del sindicato. Terry les hizo levantarse a todos antes de que la reunión diera comienzo. Les hizo buscar micrófonos ocultos en la sala. Les hizo cachearse unos a otros.

      Luego Terry Winters corrió las cortinas y cerró las puertas. Terry les hizo escribir las preguntas a lápiz, meterlas en sobres y cerrarlos. A continuación les hizo pasar los sobres hacia delante.

      Terry Winters se sentó a la cabecera de la mesa y abrió los sobres de uno en uno. Terry leyó las preguntas. Escribió las respuestas con lápiz en la otra cara de los papeles. Metió las respuestas en los sobres. Volvió a cerrarlos con cinta adhesiva. Se los devolvió a los autores de cada pregunta deslizándolos por la mesa…

      Los directores financieros leyeron las respuestas en silencio y las devolvieron para que fueran quemadas.

      Terry Winters se levantó. Les explicó cuál era la situación…

      El Gobierno iría a por su dinero; los perseguiría en los tribunales.

      Les dijo lo que había que hacer para borrar sus huellas…

      Nada escrito en papel; ninguna llamada telefónica; solo visitas personales, de día o de noche…

      Repartió unas hojas con claves y fechas para que las memorizaran y las destruyeran.

      Los directores financieros le dieron las gracias y volvieron a sus zonas.

      Terry Winters volvió directo a St. James’s House. Directo al trabajo.

      Trabajó todo el día. Todos trabajaron…

      Cada uno en su despacho.

      La gente iba y venía. Reuniones aquí, reuniones allá. Tratos negociados, tratos cerrados.

      Pausas para las noticias de las nueve, las noticias de las diez, las noticias de la noche…

      Libretas fuera, vídeos y casetes grabando:

      —Quiero dejar claro que no estamos jugando. No se valdrán de la Constitución para echarnos de nuestros trabajos. Decidiremos zona por zona, y en mi opinión se producirá un efecto dominó.

      Nuevos vítores. Aplausos…

      Efecto dominó. Batallas esenciales. Carnicería salvaje.

      Luego vuelta al trabajo. Todos. Toda la noche…

      Carpetas, teléfonos y calculadoras. Té, café y aspirinas…

      El Partido Comunista y el Partido Socialista de los Trabajadores discutían en los pasillos…

      Chaquetas de Tweed y Cazadoras Vaqueras saltaban a la yugular unos de otros. A los ojos. A los oídos…

      La Sinfonía n.º 7 de Shostakóvich a todo volumen en el despacho del presidente en el piso de arriba…

      Toda la noche, la noche entera, hasta el amanecer.

      Terry pegó la frente a la ventana, la ciudad iluminada debajo de él.

      Nunca oscuridad…

      No se podía dormir. Había que trabajar…

      Siempre luz.

      La cabeza contra la ventana, el sol que salía…

      Las tropas se reunían en la calle debajo de él. La Guardia Roja decía a voz en grito:

      ESQUIROLES, ESQUIROLES, ESQUIROLES…

      El coro matutino de la República Socialista de Yorkshire del Sur.

      Otra taza de café. Otra aspirina…

      Terry Winters recogió sus carpetas. Su calculadora.

      Terry cerró el despacho con llave. Terry recorrió el pasillo hasta el ascensor.

      Terry subió a la décima planta. A la sala de conferencias…

      El Comité Ejecutivo Nacional del Sindicato Nacional de Mineros.

      Terry se sentó a la derecha del presidente. Terry escuchó…

      Escuchó a Lancashire:

      —Hay un monstruo. Es ahora o nunca.

      Escuchó a Nottinghamshire:

      —Si nos portamos como esquiroles antes de empezar, nos convertiremos en esquiroles.

      Escuchó a Yorkshire:

      —Estamos en marcha.

      Durante seis horas Terry escuchó, y el presidente hizo otro tanto.

      Entonces el presidente dejó de escuchar. El presidente se levantó con dos cartas…

      Ahora les tocaba a ellos escucharle a él.

      La petición de Yorkshire en una mano y la de Escocia en la otra…

      El presidente habló de las reuniones secretas que habían mantenido en el mes de diciembre el presidente del consejo y la primera ministra. Habló de sus planes secretos para privatizar la industria del carbón. Sus sueños nucleares y eléctricos secretos. Sus listas negras secretas…

      Sus flagrantes y despiadadas tramas para destruir una industria. Su industria…

      Entonces el presidente habló de historia y tradición. La historia del minero. La tradición del minero. El legado de sus padres y de los padres de sus padres….

      El patrimonio de sus hijos y de los hijos de sus hijos…

      Las batallas

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