Por un beso. Teresa Southwick

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Por un beso - Teresa Southwick Jazmín

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      Eso lo irritó profundamente.

      Corrección, pensó. No lo irritaba la idea de que hubiera un hombre en la vida de ella, sino el concepto de que ese hombre estuviera llegando a una segunda fase con ella.

      Desde el día en que la conoció, con dieciocho años y tratando de actuar como si tuviera treinta, se había sentido responsable de ella. Había tomado a las hermanas Ridgeway bajo sus alas. Le había dado su primer trabajo a Abby y la había visto crecer. Era natural que quisiera protegerla. Pero ese nivel de intensidad era extraño y solo lo podía achacar al que la hubiera animado a salir. Lo que seguía pensado que debía hacer.

      Ella miró su reloj.

      –¿No es un poco tarde para ir a cenar?

      Nick se quitó la chaqueta y la dejó en el sofá antes de sentarse.

      –Madison se está preparando para un gran juicio que tiene esta semana y necesitaba más tiempo. Tú sigues sustituyendo a Rebecca, ¿no?

      Abby asintió.

      –Sigue de baja por maternidad. Y tengo que reconocer que estar en los zapatos de la encargada te abre los ojos.

      –¿Y eso?

      Nick se lo había preguntado a pesar de que sabía el porqué. Esa había sido la razón por la que se había pasado anteriormente por el restaurante. Pero antes de que ella respondiera, añadió:

      –Estás en casa un poco pronto, ¿no?

      –Ya había pasado todo el lío de las cenas, así que me marché.

      Se le notaba el cansancio en todo el cuerpo.

      –Cuéntame cómo te ha ido.

      Ella suspiró y se sentó en el otro sofá, lo bastante lejos de él como para que no se rozaran sus rodillas.

      –No muy bien –dijo–. Hoy he tenido que mandar a su casa a un camarero y a un pinche. Esa era la razón por la que tú estuvieras trabajando hoy, ¿no? Por lo que te has pasado por el restaurante. Estabas comprobando las cosas.

      –Sí –dijo él sin molestarse en negarlo–. Pero ya veo que te molesta mandar a los empleados a casa.

      –Claro que me molesta. No es que no tenga claro el concepto.

      –No he dicho que no lo tengas.

      –Conozco los principios básicos de los negocios. Si los salarios alcanzan el nivel de las ganancias, el margen de beneficios se viene abajo.

      –Eso es cierto.

      Aun así, Nick sabía lo mucho que le debían costar esas cosas a Abby.

      –Entonces, ¿qué vas a hacer? –le preguntó él.

      Ella lo miró sorprendida.

      –¿Yo? Solo soy una sustituta.

      –Pero aun así, te toca actuar.

      Ella lo miró pensativamente durante unos momentos.

      –Supongo que pagarle a los empleados por tocarse las narices es algo inaceptable, ¿no? –dijo casi con una cierta esperanza.

      –Lo es. Es como regalar el dinero. ¿Y qué puede hacer al respecto el encargado?

      –Pensar formas de atraer más clientes.

      –Eso es. Tú ya has estado en algunos seminarios sobre el tema. ¿Qué aprendiste en ellos?

      –Misión, visión, filosofía –dijo ella sin dudar.

      –Muy bien, veo que te sabes la terminología. ¿Pero qué significa eso en lo que se refiere a Marchetti´s Inc.?

      –¿Misión? –dijo Abby y lo pensó por un momento–. Ofrecer una auténtica cocina italiana de calidad a precios razonables, utilizando el buen hacer del servicio para asegurarnos una clientela satisfecha.

      Por lo menos alguien se leía los memorandos de la compañía, pensó Nick.

      –Muy bien, así que sabes memorizar algo –dijo–. ¿Cuál es la parte importante de lo que acabas de decir?

      Ella frunció el ceño.

      –¿Qué parte?

      –La clientela. ¿Conoces a tus clientes base?

      –La zona es de parejas jóvenes con niños.

      –Eso es. ¿Cómo puedes hacer que se quieran gastar en una comida fuera sus duramente ganados dólares?

      –Cupones, descuentos… Una tarde especial para niños. Tal vez un bufé a precio fijo sobre todo lo que se puedan comer en los días bajos de clientela.

      –Todas son buenas ideas.

      –¿Pero no se desviaría eso de la visión de la empresa de que todos los restaurantes sean iguales en el menú?

      –Esa era la visión de mi padre. Los tiempos han cambiado y nosotros lo podemos hacer también.

      –¿Así que si cada restaurante tiene un tipo de clientela, se pueden alterar algunos aspectos de la operación para encajar con ella?

      –¿Por qué no? –le preguntó Nick–. Piénsalo, Abby.

      –Lo haré –afirmó Abby y miró su reloj–. Vaya, vas a llegar tarde.

      De repente, Nick tuvo una idea.

      –Vente a cenar con nosotros.

      –¿Yo?

      –Aquí no veo a nadie más. Por supuesto que tú.

      –No puedo.

      –Claro que puedes. Le caes bien a Madison. Y has admitido que ella a ti. Dame una buena razón por la que no puedas venir.

      –Muy bien. Recogida.

      –¿Qué?

      –Sarah y sus amigas se han ido al cine en el coche de la madre de April Petersen y yo las tengo que ir a recoger.

      Nick se preguntó entonces cuántas otras cosas se habría saltado ella por haber tenido que transformarse en la madre de su hermana a los dieciocho años. La estaba ayudando con el cumpleaños especial de Sarah. ¿Habría hecho alguien que los suyos fueran especiales?

      –¿Qué hiciste cuando cumpliste los veintiún años?

      Ella pareció sorprendida y luego se encogió de hombros.

      –No lo recuerdo. Supongo que lo de siempre, trabajar, estudiar y cuidar de Sarah.

      –Eso va contra la ley.

      –¿Eh?

      –En

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