Santiago. Fragmentos y naufragios. . Luisa Eguiluz

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Santiago. Fragmentos y naufragios.  - Luisa Eguiluz

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la mayoría en el Congreso), y los golpistas, entre cuyos líderes militares se dio a conocer a última hora el propio Comandante en Jefe del Ejército (nombrado por el Presidente Allende y depositario de su confianza) Augusto Pinochet Ugarte, quien adquiriría plenos poderes por sobre los otros integrantes de la Junta Militar.

      La violencia siempre estuvo presente en la historia social y política de Chile, como lo demuestran entre otro hechos la guerra civil de 1891, las huelgas de los mineros, la matanza de Santa María de Iquique y los enfrentamientos por el alza de la locomoción del 2 de abril de 1957, pero el asalto a La Moneda del 11 de septiembre, con los Hawker Hunters, el palacio en llamas y todo lo que siguió, superó lo anterior. El ataque al palacio de gobierno, uno de los símbolos de Santiago, la muerte de Salvador Allende y sus últimas palabras, quedaron en la memoria de los que vivieron esos tiempos, y registrados visualmente, se han podido traspasar a las generaciones nuevas.

      Como lo señala De Ramón, a nadie sorprendió el golpe, pero sí el tiempo que se entronizó, mediante una feroz eliminación de los considerados enemigos del régimen, a cargo luego de organismos de seguridad especializados en el espionaje y las ejecuciones, con el silencio generalizado del Poder Judicial, con la anuencia de los beneficiados económicamente a través de las privatizaciones, con la intervención de las universidades en que la mayoría de sus profesores fueron despedidos, con las torturas y todos los atropellos posibles, incluidos crímenes perpetrados en el extranjero. Digna del mayor encomio fue en esos tiempos la labor desempeñada en defensa de los derechos humanos por la Iglesia Católica, especialmente a través de la Vicaría de la Solidaridad, organización de acogida y defensa jurídica, creada por el entonces Arzobispo de Santiago, Raúl Silva Henríquez. Los defensores del régimen militar ostentaban como logro el crecimiento de la economía y las modernizaciones puestas en marcha con los programas de los colaboradores jóvenes, los “Chicago boys”, pero ignoraban a sabiendas o no el costo social que eso había impuesto a la población, con un desempleo altísimo que el propio gobierno quería paliar con los planes de empleo mínimo en los sectores populares, y casi siempre vinculándolos a la necesidad de tener público para sus desfiles conmemorativos.

      El problema de los campamentos de los pobres en medio del lodo en invierno y del hacinamiento con los allegados en las poblaciones, porque esa gente marginada era una amenaza, provocó que se la erradicara, desplazándola a cinco comunas: La Pintana, Puente Alto, La Granja, San Bernardo y Peñalolén. Las consecuencias del desarraigo fueron igualmente graves, las comunas receptoras se quejaban del aumento de la delincuencia y la drogadicción. Pero, en tanto, los terrenos abandonados se valorizaban.

      Con estos factores sociales, más otros económicos, de caída, de depresión, más bien, surgieron en 1983 las primeras protestas ciudadanas y se mantuvieron hasta 1986, cuando se empezó a vislumbrar una salida que advendría con el plebiscito de 1988, que el dictador se vio obligado a aceptar por las presiones internas e internacionales (y que suponía podría manejar). Las protestas, a juicio de De Ramón, se constituyeron en el hecho urbano más relevante de la historia de Santiago en los últimos tiempos. La toma de la Catedral, lugar simbólico que ha jugado un papel en los grandes momentos de la historia republicana, fue un hito importante, los bocinazos con el famoso eslogan musicalizado de “Y va a caer”, los resucitados cacerolazos en la noche, las velatones en las veredas en honor de los mártires, provocaban una tremenda represión, al punto que en la cuarta protesta, se contabilizaron 31 muertos, de los cuales la mitad eran jóvenes.

      Difícil fue el retorno a la democracia, tras el triunfo del NO en el plebiscito, cuyo resultado se intentó desconocer hasta última hora. Difícil por las leyes que Pinochet se preocupó de dejar en vigencia, con participación importante de los militares y de civiles adscritos a su régimen. Episodios como los llamados “Ejercicios de enlace” y “El Boinazo”, para amedrentar a las nuevas autoridades en una investigación emprendida con el fin de determinar negocios ilícitos de familiares del general Pinochet (para entonces instituido en senador vitalicio), daban cuenta de la presión de la fuerza sobre una nueva institucionalidad muy frágil. Fue a Patricio Aylwin a quien correspondió hacer el primer mandato y, como abogado, se preocupó en especial de los derechos humanos, comprometiéndose a hacer justicia “en la medida de lo posible”. El encargo de reunir los casos de atropellos a tales derechos lo encomendó a una comisión, que entregaría después el voluminoso “Informe Rettig”.

      Problemas económicos provenientes de la globalización, reflejados en la denominada “crisis asiática”, vinieron a empañar los logros tecnocráticos del gobierno de Eduardo Frei Ruiz Tagle. Por otra parte, ahora, la justicia ha determinado que las anteriores sospechas de que en la muerte del padre de dicho presidente, Eduardo Frei Montalva, hubo intervención de terceros ordenada por la dictadura se convirtieron en certezas. Se había hecho perentorio eliminar a un líder peligroso que se alineaba con la oposición. Frei padre lo manifestó públicamente en un encendido discurso en el teatro Caupolicán, rebosante de público, en que el otro orador fue el profesor de la Universidad de Chile y también de la Universidad Austral, el filósofo Jorge Millas, sobre cuya muerte siempre aparecieron también sospechas, por la similitud de los casos.

      El siguiente gobierno, de Ricardo Lagos Escobar, puso el acento en la integración de los empresarios al desarrollo del país, en fomentar la modernización y disminuir la pobreza, labor esta última entre otras de inclusión social, que centró los esfuerzos de la presidenta Michelle Bachelet, en pro de disminuir la brecha económica que escinde a los chilenos. Durante los gobiernos de la coalición de centro izquierda se mantuvo sí el sistema económico, pese a los problemas sociales suscitados al final principalmente por las deficiencias en el transporte público ciudadano y por demandas no satisfechas en la educación. Tales gobiernos concertacionistas mantuvieron el sistema económico heredado, tratando de balancear la estabilidad mediante programas sociales.

      Una vuelta de tuerca en la política chilena vino a constituir el regreso al poder de la derecha económica en la persona de Sebastián Piñera Echeñique. Ya empezado su mandato, se sufren las consecuencias del reciente terremoto. Su gobierno se ha empeñado en sostener la macroeconomía.

      En estos momentos se vive la mayor efervescencia social manifestada desde hace mucho tiempo, especialmente en las marchas y paros estudiantiles que piden no solo correcciones en el terreno educativo, sino un cambio de sistema. A los estudiantes, que copan las calles de Santiago y de otras ciudades, se agregan otras organizaciones sociales que los apoyan y reivindican, además, sus demandas propias. El problema de las desigualdades ha estallado en Santiago acarreando violencia de sectores marginados y de pronto, con el despliegue de las fuerzas especiales de la policía llamadas a actuar por las autoridades, la metrópoli se ha visto reiteradamente a través de la TV como una ciudad sitiada. Están apareciendo las voces de autores jóvenes que recogen estos ecos de la experiencia urbana de Santiago.

A2

       La poesía chilena en el período de la dictadura

       Un enfoque general

      Han sido diversas las perspectivas de los estudiosos y críticos sobre este tema, entre ellas, las que instalan la mirada desde ángulos ya sea internos o externos al país; también, y a veces en relación con lo anterior, desde puntos de vista ideológicos más o menos explícitos. Se han dado también otras perspectivas de menor significación.

      Sobre lo que no existe disparidad de apreciación, es en que nunca antes se había editado tal número de libros de poesía a partir de 1973, como lo señala explícitamente Javier Campos13. Según una revista mencionada por él, El espíritu del valle (1985), la cantidad sería, solo en ese año, de ciento veinte obras. Ahora bien, Campos, de acuerdo a lo que señala el título del ensayo, sustenta la tesis de que el Golpe apresuró la transformación “agónica y crítica”, sobre todo a través

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