E-Pack HQN Susan Mallery 2. Susan Mallery

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E-Pack HQN Susan Mallery 2 - Susan Mallery Pack

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soltó una carcajada.

      –A lo mejor lo hago cuando empecemos a conocernos un poco mejor.

      Estaba bromeando. Desgraciadamente, sus palabras le hicieron volver a recordar lo que habían sugerido sus amigas la noche anterior. Que seducir a Rafe podía ser la respuesta a sus problemas.

      Le miró, fijándose en su espalda erguida y en la anchura de sus hombros. ¿Sería la clase de amante generoso que se tomaba su tiempo para que la mujer también disfrutara o sería un hombre egoísta en la cama? Ella había conocido hombres de las dos clases, más de la última que de la primera.

      Pero era absurdo hacerse esa clase de preguntas, se recordó. Acostarse con Rafe sería una estupidez.

      –¿La cerca está así por todas partes? –preguntó Rafe señalando los postes rotos y desaparecidos.

      –Algunas zonas están mejor, pero solo algunas secciones. ¿Cómo estaba cuando vivíais aquí? –preguntó sin poder contenerse.

      –Estaba todo en mucho mejor estado. El viejo Castle podía pagar una miseria a sus empleados, pero se preocupaba por el rancho.

      Heidi advirtió un poso de amargura en su voz y supo que la causa eran las condiciones que había tenido que soportar su familia. Pero aun así, le costaba conciliar la imagen de aquel niño enfadado y resentido con la del hombre de negocios que tenía sentado a su lado.

      –Tenía mucho ganado –comentó Heidi, observando las siluetas oscuras de las vacas que se recortaban en la distancia–. Ahora están por donde quieren y son muy salvajes.

      Rafe la miró.

      –¿Salvajes?

      –Sí, muy fieras.

      Rafe se echó a reír otra vez.

      –¿Te han atacado alguna vez esas vacas salvajes?

      –No, pero procuro no acercarme a ellas. Han causado muchos problemas con las cabras. Estoy convencida de que fueron ellas las que se acercaron una noche y le enseñaron a Atenea a saltarse las cercas.

      –Creo que les estás atribuyendo más méritos de los que se merecen.

      –No creo –como Rafe parecía estar de buen humor, aunque fuera a su costa, Heidi decidió arriesgarse a hacer una pregunta potencialmente peligrosa–. ¿Qué pretende hacer tu madre con el rancho?

      –No tengo ni idea. Podría decir que recuperar su antigua gloria, pero nunca tuvo ninguna. Mi madre tiene una relación sentimental con este lugar. Quiere... Mejorarlo. Está hablando de arreglar las cercas y el establo.

      –¿Quiere dedicarse a la cría de caballos?

      –No creo.

      –Podrías preguntárselo.

      –En ese caso, tendría una respuesta y tratándose de mi madre, eso no siempre es una buena idea.

      –Si estás aquí es por no haber conocido antes sus intenciones. ¿Por qué firmaste el contrato?

      Rafe sacudió la cabeza.

      –Hace varios años una de las amigas de mi madre murió de forma inesperada. No tenía todos sus asuntos en orden y eso supuso un desastre para sus hijos. Mi madre decidió entonces que a ella no le iba a pasar lo mismo y quiso asegurarse de que estuviera todo organizado por si ocurría cualquier cosa.

      –Me resulta un poco tenebroso. No es una persona tan mayor.

      –Lo sé, pero cuando se le mete algo en la cabeza, nada la detiene.

      –Eso lo has heredado de ella –Heidi esbozó una mueca, deseando acordarse de pensar antes de hablar.

      –¿Estás diciendo que soy cabezota?

      –Mucho.

      El sol brillaba en lo alto del cielo. La temperatura rondaba los veinte grados y no había nubes en el cielo. A algunos árboles comenzaban a brotarles las hojas, otros tenían las ramas cubiertas de flores rosas y blancas. Heidi oía el canto de los pájaros y, si se olvidaba del ganado salvaje que veía en la distancia, el momento era perfecto.

      –Parte de su estrategia para conseguir lo que quiere consiste en involucrarme a mí –le explicó Rafe al cabo de unos minutos–. Tengo que revisar todas las transacciones financieras que hace. Tiene todos los recibos domiciliados, así que de eso no tengo que encargarme, pero cualquier otro cheque o documento tiene que pasar por mis manos.

      –Por eso no leíste el documento de compra del rancho.

      –Sí, y la culpa es solo mía.

      –Glen no es un mal hombre.

      –Nadie ha dicho que lo sea.

      – Lo has insinuado.

      –Le ha robado doscientos cincuenta mil dólares a mi madre.

      –Pero por una buena causa, para ayudar a un amigo.

      Rafe la miró fijamente. Heidi le devolvió la mirada y suspiró.

      –Ya sé que para ti un robo es un robo y que el que esté justificado no impide que sea un delito. Mi abuelo hizo algo que no debía.

      –Algo así –admitió Rafe–. Es posible que Glen no sea un hombre malo, pero no piensa mucho en las consecuencias.

      Heidi jamás lo admitiría en voz alta, pero Rafe tenía razón en lo que acababa de decir de su abuelo. Glen pasaba por la vida utilizando su encanto para librarse de cualquier problema o situación desagradable.

      –Supongo que no servirá de nada que diga que lo siento.

      –No.

      Continuaron cabalgando en silencio durante varios minutos. Heidi intentaba aferrarse a la indignación o al enfado, pero no podía. Era cierto que Rafe suponía una amenaza para ella y para su casa y que haría cualquier cosa para evitar que se la quitara, pero había una parte de ella que lo comprendía.

      Glen había engañado a una mujer inocente y bajo ningún concepto podía mostrarse de acuerdo con ello.

      –Se ha ocupado de mí desde que era una niña –le explicó mientras contemplaba aquella hermosa tierra que los rodeaba.

      Estaban cabalgando hacia el este, con las montañas frente a ellos. La nieve todavía era visible. A lo largo del verano iría subiendo la cota de nieve, pero nunca desaparecería por completo. Las montañas eran demasiado altas.

      –Sí, ya nos lo dijo él, pero eso no va a cambiar mi opinión.

      Heidi suspiró.

      –Lo que pretendo decir es que no es un mal hombre. Y por eso no estoy enfadada con él. Estoy frustrada, pero básicamente es una buena persona. Mis padres murieron cuando yo tenía tres años. Apenas me acuerdo de ellos. A Glen solo le había visto, así que era prácticamente un desconocido para mí. Pero no se lo pensó dos veces cuando tuvo que hacerse cargo

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