E-Pack HQN Susan Mallery 2. Susan Mallery
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Heidi cuadró los hombros. Rafe podía ser más rico, más grande y mucho más amenazador que ella, pero eso no significaba que fuera a rendirse sin luchar.
–¿Qué les das de comer? –quiso saber May.
–Heno de alta calidad y alfalfa. Necesitan beber mucha agua. Les encanta comer hierba y cualquier clase de arbusto. Las pastoreo por diferentes partes del rancho. En verano, hay gente que me llama para que le preste las cabras para segar sus terrenos.
Dejaron la zona de las cabras y se dirigieron al establo principal, donde todavía se conservaban parte de los diferentes cubículos. En una de las zonas que todavía estaba en buenas condiciones, Heidi tenía dos caballos, uno de ellos el enorme capón de su amiga Charlie.
Cuanto más avanzaban por el rancho, más consciente era Heidi de las cercas rotas, las malas hierbas y el lamentable estado de la mayor parte de los edificios de la propiedad. Ella iba progresando poco a poco. Las cabras habían sido su preocupación principal. Una vez que ya contaban con el equivalente en el mundo de las cabras a un hotel de cinco estrellas, quería centrarse en la casa y en el establo. O, por lo menos, eso era lo que pensaba hacer antes de que Glen hubiera contraído su deuda.
Una vez de vuelta en la casa, Heidi les sirvió queso de sus cabras.
–Está muy bueno –reconoció May. Permaneció varios segundos en silencio y añadió–: Realmente delicioso. Ahora, háblame del jabón.
–Lo hago a partir de la leche de las cabras. Es un jabón muy hidratante. Al tener un pH tan bajo, es beneficioso para determinados tipos de piel. Se lo vendo a algunas madres que tienen niños con eccemas y dicen que les ayuda.
–Me encantaría probarlo.
–Por supuesto.
Heidi se acercó al armario en el que guardaba las pastillas. Sacó dos con olor a lavanda y le tendió una a Rafe y otra a su madre.
–Gracias –contestó él–. Me gusta oler a flores.
–A lo mejor deberías probarlo –le aconsejó su madre–. Es posible que a las mujeres les guste –se volvió hacia Heidi–. Rafe es terrible en lo que se refiere a las relaciones personales.
–Mamá...
–Es cierto. Y ahora has tenido que contratar a esa tal Nina. Tiene una agencia de relaciones, ¿no te parece increíble? ¡Así es como piensa encontrar a una mujer!
Heidi prácticamente podía oír rechinar los dientes de Rafe. Aquel hombre podía ser insoportable, pero Heidi tenía la sensación de que May le iba a gustar.
Intentando mantener una expresión neutral, se volvió hacia Rafe.
–En Fool’s Gold hay muchas mujeres solteras. ¿Quieres que le pregunte a alguna de mis amigas si estaría interesada en salir contigo?
–Te lo agradezco, pero no.
Heidi tuvo que morderse el labio para evitar una sonrisa.
–¿Estás seguro?
–Completamente.
May tomó entonces otro pedazo de queso.
–Qué lugar tan bonito. Mis hijos crecieron en este rancho.
–Sí, eso tengo entendido –dijo Heidi.
Glen se acercó a la cafetera y la puso en funcionamiento.
–Yo también estoy deseando que Heidi me dé un bisnieto un día de estos.
En aquella ocasión, fue Heidi la que deseó que se la tragara la tierra.
–¿Tienes tres hijos? –preguntó Glen.
–Cuatro –contestó May. Cruzó la cocina y se acercó a él–. Tres chicos y una chica. Shane se dedica a la cría de caballos, Evangeline es bailarina y Clay...
–Hábleme del estiércol –dijo Rafe, interrumpiendo a su madre.
Heidi parpadeó sin comprender.
–¿Perdón?
–¿Lo vendes?
–Sí, es muy buen fertilizante. ¿Necesitas comprar?
–No.
Heidi tardó varios segundos en comprender que no estaba tan interesado en hablar del estiércol como en cambiar de tema. Realmente, no había sido nada sutil. Intentó recordar lo que May estaba diciendo en aquel momento y se dio cuenta de que la intención de Rafe era evitar que su madre hablara de Clay.
–Si cambia de opinión... –musitó, preguntándose si Clay sería la oveja negra de la familia.
Glen sacó unas tazas limpias del armario.
May le sonrió.
–Parece que sabes moverte en la cocina.
–Llevo mucho tiempo solo. Un hombre tiene que saber hacer de todo. Esta... –señaló a Heidi–, apareció en mi vida con solo tres años. Era la cosa más bonita que he visto en mi vida, pero hacía mucho tiempo que había nacido su padre y yo ya no me acordaba de lo que era criar a un niño. Y la verdad es que tampoco había colaborado mucho en la educación del mío. Era el típico hombre que intenta zafarse en cuanto tiene una oportunidad. Por supuesto, no me siento orgulloso de ello. Aun así, conseguí apañármelas con Heidi y llegamos a convertirnos en una verdadera familia.
May suspiró.
–Es una historia maravillosa. Otros muchos hombres no se habrían tomado tantas molestias.
Heidi ahogó un gemido. Aunque era cierto que Glen se había hecho cargo de ella, sabía que lo había recordado para impresionar a May, no para evocar el pasado. Su abuelo siempre había tenido una mano especial para las mujeres. Desgraciadamente no podía decirse que tuviera un gran historial en lo que se refería a las relaciones sentimentales estables. Heidi iba a tener que recordarle que a aquella pobre mujer ya le había robado doscientos cincuenta mil dólares. Lo último que necesitaba era que le rompiera también el corazón.
Glen sirvió el café. Heidi sacó la leche de la nevera y preguntó si alguien quería azúcar. Por supuesto, Rafe tomaba el café solo y sin azúcar.
–¿Es leche de cabra? –preguntó May mientras levantaba la jarrita.
–Sí.
–Pues voy a probarla –bebió un poco y sonrió–. Perfecta. De hecho, todo me parece perfecto. Por lo que veo, no hay ninguna razón para que no podamos llegar a alguna clase de acuerdo.
–Mamá... –comenzó a decir Rafe.
Su madre le hizo un gesto para que se callara.
–Quiero estar aquí, Rafe. Quiero formar parte del rancho y no veo ningún motivo por el que Heidi y Glen no puedan formar también parte de él. Hay espacio de sobra para todos.