E-Pack HQN Susan Mallery 2. Susan Mallery
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу E-Pack HQN Susan Mallery 2 - Susan Mallery страница 13
Heidi se sentía como si acabara de caer en la madriguera de un conejo. ¿Compartir el rancho? ¿Los cuatro? Era mejor que perderlo todo, ¿pero cómo se suponía que iba a funcionar?
Vio que May sonreía radiante a Glen, y que Rafe le susurraba algo a su abogado.
–¿Señoría? –May alzó la mano.
–¿Sí?
–Si Heidi y yo estamos de acuerdo, ¿podríamos hacer arreglos en la propiedad? El establo necesita alguna reparación y las cercas se encuentran en un estado terrible.
–Le recuerdo que todavía no hemos llegado a una decisión definitiva. Es posible que termine perdiendo el rancho, señora Stryker. Por favor, no lo pierda de vista. Pero si usted y la señora Simpson están de acuerdo en llevar a cabo alguna mejora y acepta que no habrá ninguna compensación en el caso de que pierda este juicio, adelante. Llamaré a las dos partes cuando esté preparada para dictar sentencia. Y tengan paciencia. Podría llevarme algún tiempo.
Heidi todavía estaba regocijándose en aquel inesperado, aunque temporal, aplazamiento. Se levantó y se meció ligeramente. Se sentía como si acabara de evitar que la arrollara un tren.
–Es una buena solución, ¿verdad? –le preguntó a Trisha.
–Es mejor que el que Glen tenga que ir a juicio –le sonrió al anciano–. No es que no te adore, pero deberías ir a prisión. Doscientos cincuenta de los grandes es un delito –se volvió hacia Heidi–. Intenta arreglarlo todo con May. Averigua de qué manera podéis llegar a alguna clase de compromiso, sé amable con ella y, por el amor de Dios, empieza a ahorrar dinero. Si no se te ocurre ninguna otra solución, demostrar que estás haciendo progresos a la hora de devolver el dinero te ayudará.
–De acuerdo –musitó Heidi, consciente de que Rafe estaba manteniendo una acalorada conversación con su abogado.
Dirigió varias miradas de enfado en su dirección.
May, decidió Heidi, no iba a suponer ningún problema. ¡Y ojalá pudiera decir lo mismo de su hijo!
Trisha se inclinó hacia ella.
–Recuerda lo que te dije ayer –le susurró–. El sexo puede arreglar muchas situaciones difíciles.
Heidi se fijó en el traje de Rafe y en sus zapatos caros. Y aunque los ignorara, estaba él mismo. Todo en él parecía reflejar obstinación y arrogancia. Por supuesto, era un hombre atractivo y no le resultaría difícil perderse en aquellos ojos oscuros, pero tenía la sensación de que caer rendida a su hechizo se parecería mucho a la fascinación que podía sentir un conejo por una cobra. Todo podía parecer muy divertido hasta que le clavara los colmillos.
–Rafe Stryker nos es un hombre fácil de seducir.
–Todos los hombres son fáciles de seducir.
–En ese caso, yo no soy una mujer seductora –admitió Heidi–. No sabría por dónde empezar.
Se suponía que el sexo no estaba relacionado con el poder, sino con el amor. O, por lo menos, con el cariño y la atracción.
–En cualquier caso, piensa en ello –le aconsejó Trisha–. Una mujer es capaz de derribar un imperio.
Sí, sonaba muy bien, pero Heidi no tenía ninguna intención de hacerlo. Lo único que ella pretendía era evitar que su abuelo fuera a prisión y, al mismo tiempo, conservar su casa y sus cabras. Eran sueños modestos que seguramente no impresionaban a nadie, pero para ella representaban todo un mundo.
Aun así, era un momento de decisiones desesperadas. Miró a Rafe, reparando en sus fuertes hombros y en sus labios sorprendentemente sensuales. ¿Sería capaz de hacerlo? ¿Podría seducir a un hombre como él? ¿Sería capaz de hacerle olvidar que se suponía que quería destruirla?
Se imaginó a sí misma con un vestido elegante, tacones, el pelo suelto y rizado y revuelto por el efecto de un ventilador invisible. «Como en las películas», pensó. Pero en vez de hacer una entrada sensual, probablemente se tropezaría con el dobladillo del vestido y terminaría cayéndose al suelo. Sí, sería realmente impresionante.
La imagen era tan nítida que sonrió, y entonces volvió a mirar al hombre en cuestión. Que, por su parte, no parecía tan divertido. Mostraba una expresión férrea que le advertía que él no estaba jugando y que si realmente pensaba que podía interponerse entre él y su objetivo, se arrepentiría. La temperatura de la sala pareció descender varios grados. Nerviosa, Heidi se cruzó de brazos.
–¿Heidi?
May se acercó a ella.
–Lo que he dicho lo he dicho en serio –le aseguró–. Sé que llegaremos a un acuerdo. Soy consciente de que Glen no pretendía hacerme ningún daño. Él solo quería ayudar a un amigo.
Heidi se preguntó si ella habría sido tan generosa en el caso de que la situación hubiera sido la inversa.
–Te lo agradezco. Mi abuelo no es un mal hombre. Aunque a veces sea un poco impulsivo.
May sonrió. Sus ojos oscuros brillaban con humor.
–A veces, esa es una cualidad excelente.
–Siempre y cuando al final no termines necesitando un abogado.
–Exacto.
May era una mujer muy guapa, con arrugas alrededor de los ojos. Era de la misma estatura de Heidi, aunque algo más gruesa y vestía una ropa que favorecía sus curvas. Heidi tiró de las mangas del único vestido bonito que tenía. Era un vestido de seda negra con una manga tres cuartos. Le llegaba a altura de las rodillas y podía ponérselo tanto para una reunión de negocios como para un funeral. Lo había encontrado en una tienda de segunda mano de Albuquerque unos cinco años atrás, junto con unos zapatos a juego.
–Tendremos que reunirnos –dijo May mientras sacaba su teléfono móvil–. Déjame tu número y estaremos en contacto.
–Ha sido muy agradable –comentó May mientras Rafe la acompañaba a su habitación en el hotel.
¿Agradable? Habían pasado la mañana delante de una jueza que había dejado su caso en suspensión durante un tiempo indefinido. Le había humillado regañándole en público por no haber leído el contrato. Estaba deseando salir de Fool’s Gold y no regresar nunca más. En aquella ciudad nunca ocurría nada bueno.
Abrió la suite de su madre y la siguió al interior. Por muchas ganas que tuviera de regresar a San Francisco, sabía que no podía marcharse. Por lo menos hasta que no supiera qué planes tenía su madre.
–Sabes que no se ha resuelto nada –le recordó a May.
May dejó el bolso encima de la mesa que había frente a la puerta y se dirigió hacia el salón, un espacio luminoso y elegantemente decorado.
–Lo sé, y me parece bien. La jueza me ha parecido muy justa. Y ya tengo muchos planes para el