E-Pack HQN Susan Mallery 2. Susan Mallery

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La salud es siempre una bendición.

      Harvey asintió.

      Dante se volvió entonces hacia la jueza.

      –Su Señoría, creo que este caso tiene mucho que ver con lo que un hogar significa para alguien. Para la señora Simpson y para su abuelo, el rancho es un sueño hecho realidad. Pero también lo era para la señora Stryker. Treinta años atrás, su marido y ella llegaron a Fool’s Gold para trabajar en Castle Ranch. Su marido se ocupaba del rancho y May cuidaba de la casa al tiempo que criaba a sus hijos. Unos años después, el marido de May murió, dejándola sola con tres hijos pequeños.

      Heidi sabía lo que iba a contar a continuación y comprendió que era casi tan conmovedor como la recuperación de Harvey. Aquello no era una buena noticia.

      –May continuó trabajando como ama de llaves, pero al no contar con el salario de su marido, siempre tuvo problemas económicos. El señor Castle no era un hombre generoso y las condiciones de trabajo no eran fáciles, pero May continuó allí. Ya ve, el señor Castle le había prometido dejarle el rancho en herencia cuando muriera. Pero no era cierto, y cuando falleció, el rancho fue a parar a unos parientes lejanos. Destrozada, May se llevó a su familia a Los Ángeles. Allí encontró trabajo, pero nunca olvidó Castle Ranch. Cuando se enteró de que estaba en venta, decidió recuperar lo que le había sido negado. Pero una vez más, volvieron a arrebatárselo. Y en esta ocasión, el culpable fue un ladrón.

      Dante se interrumpió para señalar a Glen. Pero Heidi estaba más preocupada por sus dramáticos gestos. Aunque no había participado de ninguna manera en la estafa de Glen, se sentía tan culpable como si hubiera hecho algo malo.

      –¡Dante, ya está bien! –May se levantó–. Su Señoría, ¿puedo decir algo?

      La jueza alzó las manos.

      –Bueno, parece que hoy todo el mundo tiene derecho a hablar. Adelante, señora Stryker.

      Rafe se levantó.

      –Mamá, este no es el momento.

      –Es exactamente el momento. Sé que eres un hombre de negocios de éxito y que para ti el dinero lo es todo, pero a mí esto no me está gustando nada. Sí, por supuesto, quiero recuperar el dinero, pero no quiero que Heidi y su abuelo se tengan que ir. Sé lo que se siente al perder un hogar. Tenemos que encontrar una solución entre todos. Tenemos que llegar a algún tipo de compromiso.

      May se volvió hacia Heidi.

      –Podríamos compartir el rancho. No sé exactamente de qué manera, pero me pareces una persona razonable y quiero que lleguemos a un acuerdo.

      –Yo también –musitó Heidi.

      –Estupendo –May se volvió hacia la jueza–. Heidi tiene unas cabras adorables y necesita un lugar para llevar su negocio.

      –¿Es usted consciente de que Glen Simpson le robó doscientos cincuenta mil dólares? –preguntó la jueza.

      –Por supuesto, pero Heidi ha mencionado la posibilidad de un plan de pago. Estoy abierta a ella.

      –Pero no tiene dinero –repuso Dante–. Su Señoría, acaba de admitir que tiene dos mil quinientos dólares. Mi cliente no tiene interés en un plan de pago que termine en el siguiente milenio. Y, como él también firmó esos documentos, debería tener el mismo derecho a opinar sobre lo que va a suceder.

      La jueza asintió lentamente.

      –Sí, lo comprendo, señor Jefferson. Pero me sorprende que un hombre de negocios de éxito, como lo es su cliente, no se diera cuenta de que el contrato era una estafa antes de firmarlo.

      Dante musitó algo para sí.

      –Mi cliente es un hombre ocupado.

      La jueza arqueó las cejas.

      –¿Me está diciendo que no leyó los documentos en cuestión?

      –No, no nos leyó.

      –Caveat emptor, señor Jefferson –dijo la jueza.

      Trisha se volvió y susurró:

      –Es latín. Quiere decir que el comprador tiene que ser consciente de lo que compra.

      Heidi quería creer que la jueza estaba de su lado, pero tenía la sensación de que se estaba precipitando al interpretar aquella conversación. Habiendo tantas cosas en juego, la esperanza parecía algo dolorosamente ingenuo.

      La jueza Loomis se reclinó en la butaca de cuero y se quitó las gafas de sol.

      –Señor Stryker, a pesar de lo que dice su abogado, ¿me equivoco al asumir que la propiedad en realidad es de su madre?

      –No, Su Señoría.

      La jueza asintió lentamente. Miró entonces a May, que permanecía en pie con las manos unidas.

      –Todo esto me está dando mucho que pensar –dijo la jueza por fin–. Aunque el señor Simpson arrebató una significativa cantidad de dinero, creo que lo hizo con buenas intenciones. Pero eso no es ninguna excusa, señor Simpson –le advirtió con firmeza.

      Glen bajó la barbilla.

      –Tiene razón.

      –Señor Simpson, su voluntad de ayudar a un amigo es admirable, pero doscientos cincuenta mil dólares son mucho dinero.

      Heidi tragó saliva.

      –Sí, Su Señoría.

      –Señor Stryker, usted es un hombre de negocios que firmó un contrato sin leerlo. Se merece lo que le ha pasado.

      Heidi vio que Stryker apretaba la mandíbula, pero no contestaba.

      –Señora Stryker, usted parece la parte más perjudicada en todo esto, pero aun así, es la única que aconseja perdonar y llegar a un acuerdo. Le ha dado a mi parte más cínica una buena dosis para la esperanza. La admiro y, por lo tanto, consideraré este caso ateniéndome a su punto de vista.

      Heidi no estaba segura de qué podía significar aquello, pero comenzaba a preguntarse si sería posible que no fueran a perderlo todo.

      –Lo más fácil sería dejar al señor Simpson en prisión y llevarle a juicio o aceptar cierto grado de culpabilidad a cambio de verse libre de la cárcel. Señora Stryker, por usted, estoy dispuesta a considerar otras opciones. Me gustaría investigar si hay algún precedente de algún caso de este tipo. Desgraciadamente, mi horario de trabajo me impide hacerlo de inmediato y mi secretaria se casa la semana que viene y estará de luna de miel, así que tampoco podré contar con ella.

      La jueza permaneció durante varios segundos en silencio, como si estuviera pensando en cómo resolver la situación.

      –Tenemos también la cuestión del banco. ¿Estarían dispuestos a transferir el pago a la señora Stryker y a su hijo? Aunque no creo que vaya a representar ningún problema, también deben ser consultados. Y, como todos ustedes saben, los bancos pueden ser notoriamente lentos a la hora de responder a este tipo de casos.

      Se

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