Nunca es tarde para amar. Marie Ferrarella

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Nunca es tarde para amar - Marie Ferrarella Bianca

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tendré la oportunidad de averiguarlo de primera mano –vio la pregunta en los ojos de Margo–. Lance y yo nos reconciliamos por Melanie. Por lo que sé, no dejó de insistirle en ello, haciendo que resultara más fácil para mí cuando al fin hablamos. Hiciste un trabajo espléndido educándola.

      Margo sólo había supervisado el proceso. En realidad, Melanie jamás necesitó guía. Era inherentemente buena. Jamás le dio motivos de preocupación, salvo cuando padeció la difteria. Siempre había sido el tipo de hija con el que sueñan todas las madres. Pero no pensaba aburrir a Bruce con los detalles.

      –Tuve ayuda –resumió.

      –¿Tu marido? –fue la suposición lógica de Bruce.

      –Mi tía –¿marido? Esa sí que era una buena broma.

      –Imagino que tenemos eso en común. Lance fue criado por su tía Bess, mi hermana. Es aquella que está bailando allí –señaló–. Te la presentaré luego. Se ocupó de Lance al morir mi esposa.

      –El padre de Melanie realizó un fantástico acto de desaparición en cuanto supo que quince minutos de placer darían como resultado dieciocho años de compromiso –«si iba a ser familia», decidió Margo, «no habría secretos».

      –¿Estaba ciego? –la revelación lo sorprendió. Bruce no imaginaba a nadie en su sano juicio abandonando a Margo.

      –No –rió en voz baja–, era frío y estúpido –siempre que pensaba en Jack no sentía nada. Ni dolor ni ira, nada. Le había costado llegar hasta eso–. De ser ciego, no habría podido ver el camino que lo sacó de mi vida. Pero Jack fue muy estúpido porque se perdió una experiencia maravillosa. No habría cambiado ser la madre de Melanie, ni un sólo minuto, por nada del mundo, incluido un matrimonio fantástico –ya había hablado bastante de sí misma–. Lo cual, a propósito, es algo que Melanie y Lance van a tener. Está loca por él.

      –Y él por ella. Los dos, de hecho. Lance está convencido de que Melanie ha sacado lo mejor de él y, aunque la conozco desde hace pocos meses, es algo que corroboro.

      A Melanie le sorprendió que ni su madre ni Bruce parecieran notar su aproximación. Pero el hecho de que aún siguieran bailando le indicó que iban de camino hacia un mundo propio. Un vistazo a Bruce le bastó para saber que su madre volvía a tejer su magia. Esperó que en esa ocasión se viera atrapada en sus propias redes.

      Pero ese no era el estilo de su madre.

      Apoyó una mano en el hombro de cada uno. Bruce se mostró asombrado de verla, su madre puso expresión divertida.

      –¿Nadie os ha dicho que la música paró hace unos minutos?

      –Sólo la música que se puede oír, cariño –sonrió Margo. Algún día Melanie lo descubriría. Despacio separó la mano de la de Bruce–. Pero no queremos darles algo de lo que hablar, ¿verdad?

      –Eso depende de lo que digan –Bruce fue reacio a romper el contacto. Escoltó a Margo fuera de la pista con un brazo sobre sus hombros.

      Melanie miró a los dos. Sintió una fugaz sensación de incertidumbre. Nunca había interferido en la vida de su madre. Todo se lo debía a ella, y, con excepción de Lance, no había nadie a quien quisiera tanto. Pero Bruce era su suegro. Más un padre, en realidad. Aunque sólo lo conocía desde hacía unos meses, se sentía protectora con él. En el fondo, era un hombre dulce que podía confundir el estilo de su madre. No quería que ninguno saliera herido.

      –¿Puedo robarte a mi madre durante unos minutos, papá? –se disculpó, asiendo la mano de ella.

      –Me da la impresión de que tu madre es independiente –la sonrisa que recibió le indicó que Margo le agradecía que lo hubiera reconocido–. Sólo se dejaría robar si así lo deseara. Lo que alguien tenga que decir al respecto no entra en sus planes –la sonrisa de Margo se hizo más sexy.

      –Sólo un minuto –prometió Melanie.

      –Muy bien, suéltalo –ordenó Margo al alejarse–. ¿Qué pasa?

      –Mamá, sabes que te quiero –comenzó por una declaración.

      –Hay un discurso unido a esa proclama, ¿verdad?

      –Un discurso no, pero… –para Melanie era territorio virgen. Jamás presumiría de decirle a su madre lo que tenía que hacer.

      –Temes que acabe con el padre de Lance –Margo no necesitaba sutilezas.

      –No acabar con él exactamente…

      –Cariño –se soltó con suavidad de la mano de Melanie y le acarició la mejilla–, es un hombre muy encantador sin pretender serlo. Pero, encantador o no, lo único que estamos haciendo es intercambiar viejas historias.

      –Ninguno de los dos es viejo en ningún sentido.

      –Eso es lo que hace que el intercambio sea tan divertido.

      –¿Qué más vas a intercambiar? –quizá una dosis de su madre le fuera bien a Bruce.

      –No la ropa –bromeó, pasando el brazo por el de su hija–, ya que es demasiado grande –estudió el rostro de Melanie. Estaba preocupada–. Cariño, ¿qué es lo que te preocupa?

      –En lo que atañe a las mujeres, Bruce no es un hombre experimentado ni sofisticado, mamá. No quiero que resulte herido.

      –¿Y no piensas en mí? –el hecho de que la lealtad de Melanie estuviera con otra persona la desconcertó un poco.

      –Tú puedes manejar la situación –rió y apretó la mano de su madre–. Siempre lo has hecho.

      «Ese es el precio que pagaba por ser fuerte», reflexionó Margo. Nadie pensaba ni por un momento que podía ser ella quien resultara herida. Pero así es como lo quería. Sólo era asunto suyo. Le guiñó un ojo a Melanie.

      –Te prometo no cortar ninguna parte vital e irreemplazable de Bruce Reed, incluyendo su corazón. ¿Te parece bien?

      –No pretendí parecer tan seria, mamá, pero él no sale con nadie. Lleva una vida muy conservadora y tranquila. Ni siquiera deja que los amigos casados le busquen una cita.

      –Entonces ya es hora de que se divierta un poco, ¿no crees? –siempre le habían encantado los desafíos.

      –Un poco, sí, pero… –miró a su madre con expresión dubitativa.

      –Te prometo que no lo conduciré a Sodoma y Gomorra al menos en lo que queda de velada –aseguró con la mano alzada.

      –Lo siento, mamá –se disculpó Melanie, dominada por la culpa–, no pretendía herir tus sentimientos.

      –Jamás podrías herir mis sentimientos, corazón. ¿Has olvidado que tengo una piel tan dura como la de un rinoceronte? –no quería preocupar a su hija ni por un momento.

      –No pensaba en tu «piel» –Melanie atravesó esa fachada de indiferencia.

      –Y en este momento no tendrías que pensar en nada mío –redirigió la atención de su hija al novio–. No cuando tienes a ese hombre maravilloso prometiendo

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