Tratado de natación. Jose María Cancela Carral

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Tratado de natación - Jose María Cancela Carral Deportes

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       Figura 1.3.

      Pintura mural etrusca del siglo VI a. C. (Camiña et al., 2000)

      Así, leemos en Petronio que los que estaban en peligro inminente de naufragar, cortaban sus cabellos y colgaban de su cuello las piezas de valor que portaban, alianzas u objetos preciosos, a fin de excitar la piedad y recompensar así a aquellos que encontraran sus cadáveres dándoles sepultura.

      Antiguamente, a los náufragos no se les concedía ningún derecho y eran asesinados, inmolándolos como ofrenda a sus dioses; o bien saqueados y robados (visigodos, etc.).

      Para los egipcios, que tenían un país dividido por múltiples canales que ofrecían a cada paso infinidad de riesgos a todos los que no se familiarizaran con el agua, el arte de nadar era uno de los aspectos más esenciales de la educación pública.

      Los ciudadanos que por profesión tenían algo que ver con el mar, los pescadores y buceadores, eran unos expertos nadadores.

      Los japoneses, ya en tiempos del emperador Sugiu (38 a. C.), realizaban competiciones deportivas anuales entre las que figuraban pruebas de natación.

      Los fenicios, navegantes y comerciantes, no fueron perezosos a la hora de formar equipos de buenos nadadores seleccionados para pasar las barras que impedían la entrada a casi todos los puertos, o ayudar a suavizar las dificultades de paso por montañas de arena, piedras, etc., que las corrientes, ondas y riadas iban formando y convirtiéndolos así en peligrosos viajes. Estos nadadores reclutados por los fenicios eran empleados así mismo para, en el caso de un naufragio, transportar las mercancías y en ocasiones, hasta, para rescatar a pasajeros de las aguas. Hasta hace poco existían en algunos puertos esta clase de servicios, generalmente de raza negra.

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       Figura 1.4.

      Jeroglífico egipcio encontrado en Nagoda (3000 a. C.). (Camiña et al., 2000)

      Algunos dicen que los persas fueron la excepción al depreciar la natación, a causa de que le rendían a los ríos un culto tan idolátrico que ni intentaban mojarse las manos y menos aún introducir todo su cuerpo en ellos. En cambio, el erudito hispano Pedro G. Caldero, apoyándose en Herodoto, Estrabón y Eustacio, les concede la primacía guerrera a los persas, afirmando que practicaban mucho la natación.

      En la India, el Kama-Sutra (el arte de amar), obra escrita en sánscrito por el sabio Vatsyayana (60 d. C.), posiblemente inspirado en Ovidio, exige de toda mujer apetecible el dominio de setenta y cuatro artes adecuadas, entre las cuales se encuentra la natación. Naturalmente, eso es también útil para los hombres. Y, añade, que los juegos de natación se consideran como muy apropiados para la atracción de los sexos. Esto sorprenderá bastante, pero estos estudios aseguran que este avance de cultura se debe a que las tribus de Europa, dos milenios a. C., emigraron a la India y fundaron una cultura de un alto nivel.

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       Figura 1.5.

       Acción náutica del pueblo prehelénico. (Camiña et al., 2000)

      El polígrafo griego Flabio Filóstrato cuenta en su obra Vida de Apolunio de Tiana (cap. 27) que el rey Fraotes hizo construir un estanque de agua corriente para su uso particular, al lado de un campo de juegos.

      Del ilustradísimo Dr. Erwin Mehl, de Viena, buen investigador de natación, tomamos esta frase que define como actividad física ejemplar y tal vez como la descripción más antigua de la combinación del ejercicio atlético y gimnástico con la natación, la cual cita que esa inteligente hermandad de prácticas la encontramos después en los romanos, de los que sabemos que practicaban asiduamente en el extenso campo de Marte la preparación militar y los ejercicios atléticos de tierra y como colofón se tiraban al Tíber, para lavarse del polvo y el sudor y terminar mojándose para quedar luego frescos, segundo relata Flav. Ren. Vegecio en el 390 d. C. (De Re Militan, I, 10).

      Los griegos adoptaron una tendencia educativa libre en todos sus dominios. La vocación y el gusto que este pueblo tenía por el comercio marítimo, la piratería que ejerció largo tiempo, la multitud de islas que poblaba, el gran desarrollo de las costas en el resto del país, el clima relativamente cálido, en fin, todo invitaba a no despreciar un recurso del cual, además del placer que supone nadar en condiciones favorables, se podían obtener reales beneficios. La mayoría de los griegos vivían cerca del mar o de algún río, y tanto niños como niñas pronto aprendían a nadar y a sumergirse, familiarizándose con el agua. Como se ve, entre los antiguos helenos la natación era una actividad tan popular que para indicar que alguien era un rústico, un salvaje sin cultura, lo que hoy denominamos analfabeto, se decía despreciativamente de él: «no sabe nadar ni leer». Y vemos que Platón (355 a. C.) en su capítulo Leyes (III, 689) dice: «¿Debería confiarse un cargo oficial a personas que son el contrario de gente culta, los cuales, según el proverbio, no saben ni nadar ni leer?».

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       Figura 1.6.

       Nadador griego. (Camiña et al., 2000)

      En Esparta, jóvenes laconios realizaban un violento espectáculo en el que, aun no siendo la principal parte de la actuación la natación, era preciso saber nadar. Colocados dos bandos en un puerto rodeado de canales, se abalanzaban uno contra otro atacándose bravamente y luchaban a manos limpias tratando de echar a los contrarios, uno detrás de otro, al agua; esta competición terminaba con el triunfo del bando en que quedaban más luchadores sin ser arrojados al agua.

      Tisandro, hijo de Cleócrito, fue un célebre pugilista que vivió en uno de los promontorios de la isla de Naxos y, según Pausanias, uno de los eternos vencedores de los Juegos Olímpicos (Olimpiadas 61, 62 y 63, del 540 al 528 a. C.) que conservaba su salud y se mantenía en plena forma por nadar diariamente hacia el mar abierto, extendiendo los brazos que, ejercitados así, se conservaban en buen estado, ágiles y flexibles, lo mismo que su cuerpo, para su deporte favorito. Añade Filóstrato (Gimn. XLIII) que estos atletas antiguos, para adquirir, incrementar y conservar la salud y hacerse resistentes se bañaban en arroyos y fuentes, y dormían al aire libre sobre la tierra, atenuando su dureza con pieles y hierbas cortadas.

      Herodoto (VIII, 89), hablando de la batalla de Salamina (480 a. C.), dice: «En aquella tan dura batalla murió el general Ariabignes, hijo de Darío y hermano de Jerjes; murieron igualmente muchos oficiales de renombre, tanto de los persas como de los medos y demás aliados. Pero a pesar de que el encuentro fue desfavorable para los griegos, perecieron bien pocos helenos, porque éstos sabían nadar bien, y si alguna de sus naves se hundía, los que no perecían en la propia acción llegaban a Salamina o a alguna de sus pequeñas islas próximas nadando, mientras que muchos bárbaros, por no saber nadar, fallecieron ahogados».

      Los griegos, una vez que llegaban a Salamina o a otra isla, descansaban y se volvían a convertir en combatientes y enemigos, y volvían a luchar. Jenofonte, en su libro sobre la expedición de Ciro el Menor, dice que la maestría de la natación

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