El futuro comienza ahora. Boaventura de Sousa Santos
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La historia cultural de la salud desde el siglo xx revela el surgimiento de instituciones transnacionales moldeadas, primero, por el colonialismo y, luego, por el neoliberalismo. Este enfoque, multisituado, busca analizar las relaciones de poder y saber que han marcado y siguen caracterizando el campo de la «salud global». En este sentido, asumo, en este libro, un desafío a las políticas coloniales y neoliberales actuales y a los políticos que las sustentan. La preparación para enfrentar una pandemia integra dos momentos: el de la conmoción y el del olvido. Desafortunadamente, con demasiada frecuencia los políticos prometen apoyo financiero tan pronto como surge una crisis epidémica, como sucedió hace unos años con el MERS o el ébola, pero esas promesas se olvidan cuando el recuerdo del brote desaparece. Estos silencios, o incluso olvidos, así como la memoria del desastre neoliberal de 2008, muestran la forma en que el neoliberalismo afronta las crisis. Ahora, más que nunca, es hora de adoptar una pluralidad de puntos de vista[49], incluidos los de los científicos sociales y de las personas que sufren esta epidemia y se están movilizando de maneras innovadoras. Las pandemias son una rareza con impactos catastróficos; las epidemias se repiten; pero sus lecciones, si son aprendidas, pueden ayudarnos a cambiar el rumbo de la humanidad.
La última palabra de este capítulo pertenece a Ailton Krenak, uno de los intelectuales y sabios indígenas que más ha reflexionado sobre la estrecha relación entre la violencia epidémica, la violencia epistémica y la violencia colonial territorial:
La idea de que nosotros, los humanos, estemos separados de la tierra, viviendo en una abstracción civilizadora, es absurda. Suprime la diversidad, niega la pluralidad de formas de vida, de existencia y de hábitos. ¿Cómo lidiaron los pueblos originarios de Brasil con la colonización, que quería acabar con su mundo? ¿Qué estrategias utilizaron estos pueblos para superar esta pesadilla y llegar al siglo xxi todavía pataleando, reclamando y desafinando el coro de la gente feliz? Vi las diferentes maniobras que hicieron nuestros antepasados y me alimenté de ellas, de la creatividad y de la poesía que inspiró la resistencia de estos pueblos. La civilización los llamaba bárbaros y libró una guerra sin fin contra ellos, con el objetivo de transformarlos en personas civilizadas que pudieran unirse al club de la humanidad. Muchas de estas personas no son individuos, sino «personas colectivas», células que logran transmitir sus visiones sobre el mundo a lo largo del tiempo.
La ecología de los saberes[50] debería integrar también nuestra experiencia cotidiana, inspirar nuestras elecciones sobre el lugar donde queremos vivir, nuestra experiencia como comunidad. Debemos ser críticos con esa idea de humanidad homogénea en la cual el consumo hace mucho tiempo ocupó el lugar de lo que solía ser ciudadanía. José Mujica dice que transformamos a las personas en consumidores, no en ciudadanos. Y a nuestros hijos, desde pequeños, se les enseña a ser clientes. […] Entonces, ¿para qué ser ciudadano? […]
Nuestro tiempo está especializado en crear ausencias: del sentido de vivir en sociedad, del propio sentido de la experiencia de la vida. Esto genera una gran intolerancia hacia quienes aún son capaces de experimentar el placer de estar vivos, de bailar, de cantar. […] Hay cientos de narrativas de pueblos que están vivos, cuentan historias, cantan, viajan, conversan y nos enseñan más de lo que hemos aprendido en esa humanidad. No somos las únicas personas interesantes en el mundo, somos parte del todo (Krenak, 2019: 7-10).
[1] La peste es causada por la bacteria Yersinia pestis. Como muchas enfermedades, la plaga es una zoonosis: los seres humanos son contaminados por animales. En el caso de la peste, que se prolonga hasta la actualidad, tiene un reservorio natural entre los roedores salvajes, siendo la pulga el vector de transmisión.
[2] «Digo, por tanto, que los años de la fructífera encarnación del Hijo de Dios ya habían llegado al número 1348 cuando, en la insigne ciudad de Florencia, la más bella de todas en Italia, se produjo una peste mortífera, que –fuese ella fruto de la acción de los cuerpos celestes, fuese enviada a los mortales por la justa ira de Dios para corregir nuestras obras inicuas– había comenzado unos años antes en el lado oriental, cobrando la vida de innumerables personas y, sin detenerse, continuó avanzando de un lugar a otro hasta que se extendió infelizmente hacia el occidente. [...] Y la peste cobró mayor fuerza porque pasó de los enfermos a los sanos que convivían con ellos, en modo nada diferente a lo que hace el fuego con las cosas secas o grasientas que están muy cerca. Y el mal avanzó más todavía: porque no sólo hablar y convivir con los enfermos provocaba la enfermedad en los sanos o los conducía igualmente a la muerte, sino que también la ropa o cualquier otra cosa que hubiera sido tocada o utilizada por los enfermos parecía transmitir la referida enfermedad a quien las tocase. […] ¿Qué más se puede decir (dejando los campos y volviendo a la ciudad), excepto que la crueldad del cielo fue tan grande, y quizá en parte de los hombres, que se tiene por cierto que de marzo a julio (debido a la enfermedad pestífera y porque muchos enfermos fueron mal atendidos o abandonados en sus necesidades, debido al miedo que sentían los sanos) más de cien mil criaturas humanas perdieron la vida dentro de los muros de la ciudad de Florencia, y que quizás, antes de esa mortandad, no se imaginase que allá habría tanta gente así?»; disponible en: [https://www.academia.edu/35011473/Decameron_-_Giovanni_Boccaccio], consultado el 14 de julio de 2020.
[3] Para algunos historiadores de la medicina, el decreto de cuarentena de 1377 en Ragusa (hoy Dubrovnik, Croacia) se considera uno de los logros más importantes de la medicina medieval. Al ordenar el aislamiento de los marineros y comerciantes sanos inicialmente durante 30 días (que luego se extendería a 40 días), los funcionarios de la ciudad revelaron un conocimiento notable del periodo de incubación de la peste. Los recién llegados eran mantenidos en aislamiento el tiempo suficiente para determinar si, de hecho, estaban libres de la enfermedad (Tomic y Blažina, 2015). A Ragusa también se le atribuye la formación de la primera oficina de salud pública. En 1397 estableció el primer gabinete de salud permanente, cuyos miembros fueron elegidos entres los patricios. Entre otras tareas, fueron responsables de vigilar la aparición de brotes epidémicos.
[4] En ese momento coexistían tres nociones sobre el origen de esta enfermedad, algo contradictorias entre sí: 1) como castigo divino por la transgresión individual o colectiva; 2) como resultado de «miasmas» o malos olores producidos por la descomposición, y 3) como resultado de un contagio de persona a persona.
[5] El término guerra biológica puede sonar aquí anacrónico; sin embargo, según Wheelis (2004: 15), se conocen actos aislados de uso de armas biológicas en varios asedios medievales.
[6] Wheelis reproduce un relato vívido de Gabriele de’ Mussi (ca. 1280-ca. 1356). De hecho, la peste bubónica no se transmite de persona a persona. El patógeno es una bacteria que tienen roedores como huésped. En las ciudades medievales, eran ratas. Las pulgas de estas últimas se contagian e infectan a los humanos. La especulación de los cronistas medievales se basaba en el supuesto veneno de las lesiones bubónicas y erupciones cutáneas, horribles y pútridas, en una hipótesis miasmática que era equivocada (comunicación personal de Naomar de Almeida-Filho, 26 de agosto de 2020).