El futuro comienza ahora. Boaventura de Sousa Santos
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Aunque los niños y los ancianos son normalmente los grupos con mayor riesgo de contraer influenza, la pandemia de 1918-1919 estuvo fuera de lo normal, ya que la tasa de mortalidad fue sorprendentemente alta entre los adultos jóvenes, especialmente en el grupo de veinte a veintinueve años (Garmaroudi, 2007). Otro aspecto particular de esta pandemia fue la manifestación de la enfermedad en tres oleadas, siendo la primera y la tercera relativamente benignas, en contraste con la segunda, verdaderamente explosiva, que surgió en agosto de 1918, en el frente occidental de la Primera Guerra Mundial, en el nordeste de Francia, durante los últimos meses de la guerra (Abreu y Serrão, 2018)[38]. Los militares vivían en barracones estrechos, sucios y húmedos; la mayoría de ellos tenía su sistema inmunológico debilitado por la desnutrición, una situación de salud que compartían la mayoría de los civiles que sobrevivieron en Europa a un coste muy alto. Como en casos anteriores de epidemias provocadas por el virus de influenza, el proceso de contaminación por la gripe española al final de la Primera Guerra Mundial fue muy rápido, en un contexto marcado por grandes desplazamientos de soldados y trabajadores, por barco, tren y por carretera, una realidad que se enfrentó con el retraso en la capacidad de reacción de las autoridades políticas y médicas (Olson et al., 2005).
Esta epidemia, provocada por el extremadamente pernicioso virus H1N1, se extendió por todo el mundo durante aproximadamente un año, habiendo finalmente infectado del 20 al 30 por 100 de la población mundial, lo que correspondería a unos 50 millones de personas[39]. Este nivel de contaminación fue suficiente para que la esperanza de vida, en general, se redujera significativamente. Esta realidad le valió su calificación como la pandemia más mortífera de la historia (Barry, 2004)[40]. Se estima que la tasa de mortalidad general fue de alrededor del 2 por 100, pero en algunas regiones del mundo, por ejemplo, en las regiones de América Central y ciertas islas del Pacífico, entre el 10 y el 20 por 100 de la población total murió a causa de la epidemia (Johnson y Mueller, 2002: 105-107). Una explicación adelantada por varios autores sugiere que las regiones costeras, los centros urbanos y las áreas muy conectadas por redes de comunicación y transporte han experimentado tasas de mortalidad mucho más significativas que las regiones rurales, que son más remotas.
Varios estudios destacan cómo, al comienzo de la pandemia, los médicos tenían dificultades para diagnosticar la infección por influenza, a menudo confundiéndola con un resfriado común, cólera o peste bubónica (Saunders-Hastings y Krewski, 2016). En 1918 aún no existían vacunas y medicamentos eficaces para prevenir la gripe y tratar la neumonía bacteriana[41]. Buscando respuestas a la pandemia, el personal de salud reconoció rápidamente que el contagio por influenza se produjo a través de gotitas respiratorias infecciosas, provenientes de la nariz y la garganta. Muchos médicos sugirieron cambios en la dieta, incluido el consumo de canela, beber vino, caldos de carne, etc., que ayudarían a fortalecer a las personas que tenían inmunidad reducida. Sin embargo, los esfuerzos para controlar el brote pandémico de influenza se basaron principalmente en intervenciones no farmacéuticas, como en el caso de la covid-19[42]: cuarentenas, autoaislamiento, uso de mascarillas, etc. Los médicos recomendaban a las personas que evitaran estar en espacios concurridos o en contacto con otras; se aconsejaba que no estrecharan la mano de otras personas, que se quedaran en casa, que se cubrieran la boca y la nariz en público, que no tocaran los libros de la biblioteca, etc. Se cerraron escuelas y otros espacios públicos.
Se siguen utilizando algunas otras lecciones de esta pandemia. La escasez de médicos, resultado de la Primera Guerra Mundial, que se asoció al hecho de que muchos de los médicos enfermaron, justificó, en diversos contextos, la requisa civil de estudiantes de medicina para reemplazar a los médicos. Las escuelas y otros edificios se convirtieron en hospitales improvisados (Pyle, 1986; Crosby, 1989; Davis, 2018). La rápida propagación de la enfermedad hizo que fuera difícil aprender lecciones de otros contextos. En sólo tres meses, entre septiembre y noviembre de 1918, la pandemia de gripe azotó Noruega, Suecia, Canadá, España, Reino Unido, Francia, Alemania, Senegal, Nigeria, Tanzania, Argelia, Zimbabue, Sudáfrica, India e Indonesia (Ministry of Health, 1920). En Filipinas, la morbilidad[43] fue del 49 por 100 y la tasa de mortalidad[44] del 2,3 por 100. En Estados Unidos, más de 675.000 personas murieron a causa de la influenza[45].
En resumen, la gripe española fue el resultado de una cepa de influenza altamente patógena y transmisible que surgió en un momento en que las poblaciones que anteriormente tenían un contacto limitado entre sí se vincularon por la Primera Guerra Mundial. Mientras las pandemias anteriores se propagaron principalmente a lo largo de rutas comerciales y líneas de comunicación, la propagación del brote de 1918 fue acelerada por el contexto militar en el que se desarrolló. Al respecto, la guerra de trincheras en Europa proporcionó las condiciones ideales para la propagación de la infección: falta de saneamiento, hacinamiento y servicios de salud limitados (Humphries, 2013). Una lectura crítica de la literatura disponible sobre la crisis de influenza de 1918-1919 muestra que, a pesar de ser una pandemia, se sabe poco sobre el impacto de esta en el sur, especialmente en las colonias de entonces. De hecho, la medicina moderna, uno de los pilares de la afirmación del Estado moderno, se encontraba en su etapa inicial de desarrollo. Los datos disponibles sugieren que, en la India, entonces colonia inglesa, murieron más de 100.000 personas, con una tasa de mortalidad de alrededor de 50 muertes por cada 1.000 personas, una cifra impresionante, en un contexto en el que los servicios de salud para los colonizados eran insuficientes y de mala calidad (Watts, 1997).
En el caso de Mozambique, por ejemplo, a pesar de no haber muchos datos disponibles, la memoria del impacto de la influenza está presente en varios relatos. Como lo describe Julio Machele (s/d), la influenza de 1918-1919 fue conocida allí como Xiponhola por los indígenas, mientras que las autoridades coloniales usaron la denominación de «gripe neumónica». Al principio, las autoridades portuguesas en Mozambique ignoraron la velocidad con la que la influenza se estaba extendiendo por el mundo. Pero cuando comenzaron a surgir rumores de que la enfermedad había llegado a las vecinas Sudáfrica y Rhodesia, el gobierno colonial mostró preocupación, ya que había muchos indios mozambiqueños trabajando en estos territorios, pero que pasaban el tiempo libre con los suyos. La influenza llegó a Durban y Johannesburgo en septiembre de 1918. Fue desde estos lugares como la enfermedad se propagó hasta la frontera entre Mozambique y Sudáfrica, un importante punto comercial y un hito importante en el itinerario de los trabajadores migrantes del sur de Mozambique. A partir de este punto, la gripe se extendió a lo largo de la línea del ferrocarril, hasta Lourenço Marques (ahora Maputo). Esta ciudad tuvo sus primeros casos registrados en octubre de 1918, y la infección continuó extendiéndose hacia el norte. En Porto Amélia (ahora Pemba), en el extremo norte, las primeras referencias a la presencia de pacientes con influenza aparecieron en diciembre de 1918.
En Lourenço Marques, desde octubre de 1918 hasta principios de enero de 1919, el número de muertos fue de 235, con la mayoría de las víctimas de la influenza entre la población indígena. Al igual que en otros contextos coloniales, las justificaciones de las altas tasas de mortalidad reflejan las líneas abismales que organizaban la estratificación racial y de clases; los hospitales modernos que existían atendían principalmente a los colonos, un sello distintivo de los servicios de salud en estos contextos, ya sea en Asia, África o el Pacífico Sur. Cuando la pandemia llegó a Mozambique, los practicantes de medicina dedicados a las poblaciones indígenas eran raros y las instalaciones inadecuadas. Las medidas adicionales tomadas –incluidas la cuarentena, las restricciones a la circulación y a las reuniones indígenas, así como la suspensión de la emigración–, llegaron demasiado tarde. Las fronteras que separan Mozambique de Sudáfrica y Rhodesia fueron cruzadas por cientos de migrantes previamente expuestos a la enfermedad. Como en otros contextos africanos, con la colonización moderna, que comenzó principalmente en la segunda mitad del siglo xix, van surgiendo con fuerza los «espacios para los pueblos indígenas»[46], que sufren de hacinamiento y falta de instalaciones públicas, como vivienda, agua corriente, saneamiento básico y asistencia médica (Chigudu, 2020). La lógica de la dominación segregacionista, el control social y los llamamientos al orden ayudan a explicar la diferencia de víctimas mortales en varias regiones del mundo.
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