Mi honorable caballero - Mi digno príncipe. Arwen Grey

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Mi honorable caballero - Mi digno príncipe - Arwen Grey Ómnibus Harlequin Internacional

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y salió a la luz. El frío comenzaba a ser insoportable allí adentro.

      —Ya… ya sé que estás aburrida de oír hablar de ramos, de telas y de cortes de vestidos. Aunque no te veo, puedo imaginar tu cara de aburrimiento, prima —dijo Iris, sentándose en una piedra caída de la cúpula de la abadía.

      Con un suspiro, miró a su alrededor y se recreó en el silencio del conocido y querido lugar donde había pasado gran parte de su infancia. Cuando los padres de Cassandra murieron y ella fue a vivir con ellos a Raven’s Abbey, ese había sido su lugar favorito para perderse y jugar, donde habían inventado juegos, donde habían retado a los fantasmas y donde habían jurado que solo se casarían por amor, al menos Iris, porque Cassandra siempre había dicho que sería una vieja bruja que asustaría a los hijos de Iris con anécdotas escandalosas de sus amantes piratas.

      Sonrió y se estremeció al sentir un escalofrío helador recorriéndole la espalda.

      Un susurro procedente del fondo de la cripta pareció llenar el silencio, haciendo que la risa se helara en su rostro.

      —¿Cass?

      Una risa burlona resonó entre las paredes, sin que se supiera demasiado bien de dónde procedía.

      Iris se levantó y avanzó hacia el fondo de la cripta, donde se encontraba la tumba del viejo abad, pero no vio a nadie allí.

      —Cassandra, no me parece nada gracioso —dijo con voz seria, girándose de pronto al escuchar un nuevo ruido procedente del otro extremo de la cripta esta vez.

      Y entonces la vio.

      Caminaba, elegante y hermosa como cualquier dama de la corte, pálida y sonriente, quizás algo anticuada en su manera de vestir y sus ademanes. Nada hacía sospechar que no estuviera allí, paseando y contemplando las viejas piedras como un viajero cualquiera. De pronto se giró hacia Iris y la señaló, con el eco de otra risa cristalina, y justo después se desvaneció entre una neblina heladora que inundó la cripta, haciendo que se estremeciera de frío y miedo.

      Cassandra, que llevaba un rato en el exterior de la abadía, escuchaba la voz de Iris, que no se había dado cuenta de su ausencia. Le llegaba ahogada por la piedra y el eco, alegre y acusadora a un tiempo. Sintiéndose culpable por no acompañarla, se sentó en una piedra a la entrada para esperarla, pero al ver que no salía, decidió volver.

      Su voz ya no se escuchaba, y el frío era glacial en la cripta.

      —Iris —llamó.

      Su prima no respondió, pero señaló hacia un oscuro rincón entre dos columnas semiderruidas.

      —La he visto, Cassandra —murmuró Iris, aterrada.

      Cassandra tomó a su prima de la mano, tratando de arrastrarla hacia la salida, pero esta no se movió. Estaba helada, y su chal estaba en el suelo, a sus pies. Lo recogió y se lo colocó sobre los hombros, tratando de que entrara en calor. En cuanto la tocó, Iris empezó a temblar como una hoja.

      —Era ella, la Dama Blanca. Me ha señalado —prosiguió la joven, imitando el gesto del espectro. Gimió cuando Cassandra trató otra vez de sacarla de allí sin conseguirlo—. Algo terrible sucederá antes de la boda.

      Cassandra no quiso decirle que toda esa historia de la Dama Blanca era una absurda superstición, dado su grado de excitación. Su mirada se volvió instintivamente hacia el lugar donde su prima había dicho ver a la espectral mujer, pero allí solo había oscuridad y polvo. Desechó su miedo sin poder evitar un escalofrío de premonición.

      —Vamos, querida. Aquí hace un frío terrible. Si no salimos, lo que ocurrirá será que no habrá boda porque moriremos de un resfriado —dijo aparentando ligereza.

      Iris se dejó llevar sin decir una sola palabra más, temblando y llorando. Cassandra repetía que lo que había visto era un juego de la luz, y que, de haber aparecido, la Dama Blanca sin duda se había confundido de prima.

      Mientras ayudaba a Iris a subir al carruaje y la tapaba con su capa y todo lo que tenía a mano para ayudarla a entrar en calor, no pudo evitar una última mirada nerviosa a la abadía.

      Teniendo en cuenta la alteración de los nervios de su prometida, Charles estuvo de acuerdo en adelantar la fiesta de compromiso y el matrimonio para que no pudiera ocurrir ninguna desgracia antes del dichoso acontecimiento.

      Lord Ravenstook, que nunca había sido amigo de las largas esperas, no pudo estar más de acuerdo, e incluso dijo que, si por él fuera, las cosas ya estarían más que hechas. De modo que todo el mundo se mostró de acuerdo en que la fiesta se celebraría una semana más tarde y la boda apenas tres días después.

      Iris, más calmada, aunque todavía pálida y débil, recibió las felicitaciones de todos los habitantes de la casa y ocultó lo mejor que pudo sus miedos, sobre todo cuando Charles anunció después de la cena que sir Benedikt sería su padrino de bodas. Todo el mundo achacó sus lágrimas a la emoción, salvo su prima, que se temió que Iris se derrumbara. Permaneció firme, mostrándose segura y sonriente por el bien de todos y solo flaqueó cuando el padrino besó su mano.

      —Seréis la novia más hermosa del mundo.

      —Gracias a vos, caballero —respondió ella con un nudo en la garganta—. Sin vos, nada de esto sería posible

      Benedikt enarcó una ceja y sonrió.

      —Si me hubieran dicho hace un mes que participaría en algo así, jamás lo hubiera creído.

      Iris sabía que él hablaba de la boda y sonrió al fin. Él se las arreglaba muy bien para parecer fastidiado. Nadie que no le conociera bien sabría que estaba más que satisfecho al saber que todo se solucionaría incluso antes de lo esperado, aunque fuera gracias a una aparición espectral.

      —Creedme, se os da bien —dijo Iris con una sonrisa dulce—. Cuando os toque ser el novio, lo haréis de un modo espectacular.

      —Señora, por favor, espero que Dios no os escuche —replicó Benedikt con una sonrisa torcida.

      Iris rio.

      —Sir Benedikt, hacéis que suene horrible. Sois como Cassandra, consideráis el amor una condena cuando es algo maravilloso. Creo que, si no estuvierais todo el día peleándoos, haríais buena pareja —bromeó la joven.

      Él echó una mirada jocosa a su alrededor, buscando a Cassandra, antes de acercarse a su prima y decirle al oído:

      —Que ella no os escuche decir algo así o no os volverá a hablar.

      Cassandra observaba a su prima y a sir Benedikt desde un discreto rincón. Le gustaba volver a verla reír, relajada y feliz. Se le escapó una sonrisa sin querer mientras se preguntaba de qué estarían hablando.

      —Se os ve radiante esta noche, mi señora —dijo una voz a sus espaldas.

      Cassandra se tensó ante la obvia mentira. Sabía que se la veía pálida y ojerosa, pero no pudo evitar mostrarse cortés ante el príncipe, que parecía ya recuperado de sus aventuras en el pueblo. No sabía si sir Benedikt había hablado ya con él del asunto de Iris o si pretendía hacerlo, porque no habían vuelto a tratar del tema, y no sabía si aludir a ello sería oportuno. Hizo un gesto gracioso con la cabeza a modo de saludo.

      —Quizá

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