Mi honorable caballero - Mi digno príncipe. Arwen Grey

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Mi honorable caballero - Mi digno príncipe - Arwen Grey страница 29

Mi honorable caballero - Mi digno príncipe - Arwen Grey Ómnibus Harlequin Internacional

Скачать книгу

todo caso, no ocurrió nada. Y ahora, explícame qué haces aquí abrazada a este conde —añadió señalando a Charles, que trataba de ocultar una sonrisa tras la mano. Era evidente por su sonrojo, y por el modo en que evitaba mirarlos de frente, que Cassandra era una mujer mucho más pudorosa de lo que daban a entender sus palabras abiertas y sus ligeras peleas con Benedikt.

      Iris admitió el cambio de tema y volvió junto a Charles, que la envolvió con un brazo.

      —Felicitadnos, prima —dijo él con una sonrisa resplandeciente y bajando la cabeza en una reverencia a medio camino entre la burla y la formalidad.

      Cassandra tardó unos segundos en comprender lo que él quería decir. Paseó su mirada incrédula de uno a otro, sin saber muy bien cuál de los dos parecía más feliz. ¿Era posible que, pese a todo, él le hubiera pedido a Iris que fuera su esposa?

      Iris le tendió una mano y tomó la suya, apretándosela con fuerza, incapaz de reprimir durante más tiempo su felicidad.

      Cassandra olvidó durante unos instantes el temor ante la negra amenaza del atacante, del posible deshonor de su prima, su irritación hacia sir Benedikt y todo lo demás. Había cosas que todavía podían marchar bien, después de todo, pensó mientras abrazaba a Iris y se dejaba besar por un tímido conde Charles.

      Trece

      La hora de la comida fue tensa, aunque lord Leonard Ravenstook no pareció notar la ausencia de sus invitados predilectos a causa de la alegría por el regreso de su hija y de las grandes nuevas que le había dado.

      A veces dejaba de comer y la miraba, entre la felicidad y las lágrimas, y tenía que obligarse a volver a atender las conversaciones de los demás. Atrás habían quedado las preocupaciones sobre enfermedades y epidemias, así como su intención de avisar al doctor Ambrose.

      Tampoco le preocupó que el príncipe Peter siguiera sin hacer acto de presencia, ya que Cassandra justificó la ausencia de sir Benedikt diciéndole que había ido a buscarle. No sabía si era cierto, pero no le parecía descabellado.

      Mientras la joven era testigo de la felicidad de su prima y su prometido, así como del aspecto relajado y rejuvenecido de su tío, ansiaba que esa tranquilidad perdurara durante mucho tiempo, porque, a pesar de que Iris parecía tranquila y feliz, la conocía lo suficiente como para saber que no estaba tan relajada como parecía. A veces sorprendía en sus ojos una mirada lejana o un temblor en sus manos que le decían a las claras que siempre tenía presente el riesgo que había corrido y que quizás todavía corría. Sentada junto al conde, se la veía serena y sonriente, y esperaba que esa serenidad se reflejara en su interior. Ojalá ella pudiera estar tan tranquila como ellos dos parecían estar, se dijo con un suspiro.

      Desde que había discutido con sir Benedikt no había sido capaz de quitarse esa sensación de desasosiego que le atenazaba el corazón.

      Ahora se preguntaba si no debería haberle dado la oportunidad a sir Benedikt de explicarle sus motivos para pedirle que se mantuviera alejada de Joseph. Al menos le debía eso. Él se había mostrado en todo momento dispuesto a ayudarlas, y si había considerado necesario aconsejarle aquello era porque debía tener algún motivo.

      Se sintió sonrojar al caer en la cuenta de cuál podía ser. ¡Oh, Dios! ¿De verdad la creía él tan estúpida como para pensar que podía bromear sobre asuntos tan delicados como su origen o aquel oscuro asunto de su traición? Estaba de acuerdo en que era testaruda e impetuosa, y que pocos hombres soportarían con tanta paciencia que una mujer les llevara la contraria tan a menudo como él, pero ella no era del todo insensata. Era capaz de ser razonable, sobre todo en un asunto como aquel, en el que había que ser cauta y prudente como nunca. Joseph pertenecía a la realeza, al fin y al cabo, ella jamás osaría hablar a la ligera sobre ese tipo de asuntos con él.

      Pero ¿por qué no quería él que hablara con Joseph? ¿Qué temía sir Benedikt? Había dado incluso la sensación de que Joseph era peligroso.

      Por el momento sería mejor dejarlo pasar o se volvería loca. Trató de participar del entusiasmo de su familia y olvidar a sir Benedikt y a Joseph, pero solo lo logró a medias. Intentar adelantarse a los acontecimientos solo conseguiría ponerla más nerviosa, por lo que debía relajarse antes de preguntarle qué se proponía y cómo pensaba llevarlo a cabo sin poner en riesgo ni la reputación de su prima ni la armonía en casa de su tío.

      Cassandra e Iris decidieron ir a pasear entre las ruinas de la vieja abadía, aprovechando que los hombres realizaban ejercicios de instrucción en algún campo cercano y que, para variar, no llovía. Ese verano hacía un inusitado mal tiempo e incluso las temperaturas eran más frescas de lo habitual.

      Iris le había propuesto ir a caminar aprovechando el buen tiempo y su prima se había prestado a ello de buen grado, ya que apenas habían salido desde el día del baile, hacía ya una semana. Desde entonces, Iris había permanecido casi encerrada en su dormitorio, manteniendo contacto apenas con su prima y con Ursula, de modo que Cassandra no pudo ni quiso negarse a darle ese capricho. Además, a ella también le vendría bien salir a airearse y refrescar sus turbulentos pensamientos.

      Lo cierto era que, desde aquella terrible noche, vivía en una continua tensión causada por los nervios por el ataque a Iris y por sus intentos de averiguar quién había sido, o más bien de los deseos de que sir Benedikt le informara de sus progresos, aunque él se negaba apenas a hablarle. Los esfuerzos por mantener una fachada afable hacia el caballero escocés y la obligación de mostrar alegría por el compromiso de su prima estaban acabando con su antaño perfecta armonía interior.

      Por no hablar de los inquietantes pensamientos que surgían cada vez que veía o se cruzaba con sir Benedikt. En ocasiones quería gritarle que no la ignorara y que la perdonara por haber dudado de él, pero a la vez quería que le diera muestras de que debía hacerlo, y él no le facilitaba las cosas con su actitud. Quería achacarlo todo a su estado nervioso, pero en eso sí que no podía mentirse. Los tiempos en los que solo la irritaba habían quedado atrás.

      A veces tenía la sensación de que él deseaba hablar con ella de lo sucedido, pero en esas ocasiones Cassandra lo evitaba por miedo a sus propias reacciones. Sentía que estaban enfrentándose en un absurdo duelo de voluntades en el que ninguno de los dos tenía las de ganar.

      Se agachó para tratar de leer la borrada inscripción a los pies de la vieja tumba del abad, pero estaba tan gastada que era más sencillo seguirla con los dedos, tratando de descifrar los signos grabados en piedra con las yemas. Su cabeza se concentró en ello, apartando otros pensamientos, ajena a todo lo que había alrededor y a lo que allí había sucedido hacía no tanto tiempo. Con una sonrisa amarga, se dijo que recordar aquella tarde no era la mejor manera de calmar su agitada mente, pero que intentar controlar los pensamientos era algo más sencillo de desear que de hacer.

      Hacía frío en la cripta, mucho más que en el exterior, donde por una vez lucía un día maravilloso.

      Iris hablaba de los preparativos de su boda y ella la escuchaba a medias, pues ya había oído las mismas palabras centenares de veces.

      —Creo que al final elegiré acianos para el ramo —decía en ese momento—. Charles dice que los acianos hacen juego con mis ojos.

      Cassandra le estaba dando la espalda, pero sonrió, imaginándosela sonrojada y feliz ante ese comentario. Su prima y el conde se regalaban los oídos con comentarios de ese tipo a todas horas, haciendo que sir Benedikt entornara los ojos de puro hastío. En contra de su costumbre, se mordía la lengua y no decía nada. Cassandra se preguntaba cuánto le estaría costando hacerlo

Скачать книгу