Mi honorable caballero - Mi digno príncipe. Arwen Grey

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Mi honorable caballero - Mi digno príncipe - Arwen Grey Ómnibus Harlequin Internacional

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a colocar de modo adecuado cada pliegue de su falda. Cualquier cosa con tal de evitar su mirada, pendiente de cada movimiento suyo.

      —No me gustaría que lo supiera nadie que no deba saberlo, pero tendré que sondear a mis hombres para averiguar si alguno de ellos es el culpable.

      Cassandra estuvo a punto de dejar escapar la risa.

      —¿Y qué os hace pensar que no os mentirán?

      Benedikt, que se había vuelto hacia el fuego y trataba de anudarse el corbatín, arrugado y arruinado por la lluvia, se volvió hacia ella, tenso de pronto, y emitió una risa amarga.

      —Por mucho que os sorprenda, me gusta pensar que mis hombres me aprecian, señorita Ravenstook.

      Cassandra abrió la boca para responder, pero no podía mentirle y negó con la cabeza.

      —Yo solo quería decir que, si uno de ellos atacó a mi prima, no creo que lo admita. No quería sugerir que vuestros hombres no os aprecien ni que os detesten, o algo similar —dijo, dándose cuenta de que hablaba cada vez más deprisa y que él sonreía al verla en un apuro.

      Benedikt se sentó de nuevo, dejando el corbatín por imposible. Apoyó los codos en las rodillas y la miró fijamente.

      —Os contaré un secreto. Cuando llegué a Rultinia hace muchos años, apenas tenía experiencia como soldado y ahora soy el jefe de la guardia personal del príncipe Peter. Y quizá penséis que es porque soy su bufón, pero os aseguro que cuando me levanto por la mañana no estoy del mejor de los humores —añadió con un guiño antes de levantarse. Se dirigió a la puerta y le dedicó una reverencia formal—. Nos veremos en la cena, señora. Por favor, perdonad mi incorrección al presentarme ante vos de esta forma.

      Cassandra no fue capaz de responder. Ese hombre era el mayor enigma que se había topado en su vida y ni siquiera sabía si le agradaba o no.

      Once

      La cena transcurrió en una calma tensa y en ausencia de la gran mayoría de los invitados, ya que en esta ocasión no solo se ausentaron Iris y el príncipe, sino que también lo hicieron Joseph y sus hombres, además del conde Charles, de modo que sentados a la mesa solo se hallaron lord Ravenstook, su sobrina y un agotado sir Benedikt. El anfitrión comenzaba a preocuparse seriamente por la salud de sus invitados, puesto que todos le ponían como excusa el hecho de sufrir una leve indisposición. ¿Era posible que se cerniera una epidemia sobre su casa? Decidió que al día siguiente avisaría al doctor Ambrose sin falta para que los revisara a todos.

      —¿Me aseguráis entonces que el príncipe no está enfermo de gravedad?

      Sir Benedikt evitó la mirada furiosa de Cassandra y miró al anciano, sin poder evitar una punzada de remordimiento por tenerle engañado tanto tiempo. Ojalá no tuvieran que mentir mucho más a lord Ravenstook, porque era evidente que el pobre hombre lo estaba pasando mal con la preocupación por sus invitados.

      —Os aseguro que la indisposición de Su Alteza es de las que se curan con algo de sueño, y mucho líquido claro, milord —aseguró, enrojeciendo levemente.

      El anciano asintió y le señaló con la cuchara.

      —Sin duda debe de tratarse de uno de esos terribles resfriados. El año pasado cogí uno en octubre y fui incapaz de quitármelo de encima hasta mayo. Si no hubiera sido por los cuidados de mis chiquillas, estoy seguro de que hubiera perecido en el intento —añadió con una sonrisa cariñosa hacia su sobrina—. Debéis aseguraros de que Su Alteza se aleja de las corrientes y duerme bien abrigado.

      El recuerdo del cuerpo desnudo de Peter y la camarera golpeó a traición a Benedikt, arrancándole una sonrisa socarrona a su pesar. Como si le leyera la mente, Cassandra le golpeó por debajo de la mesa, logrando que se diera cuenta de que no era ni el momento ni el lugar para ese tipo de ensoñaciones.

      —Os aseguro que en adelante dedicaré mi vida a procurar que Peter duerma cada noche en su camita, tapadito hasta las orejas —dijo con una reverencia en dirección a su anfitrión.

      Si el anciano notó la ironía en su tono, no lo dejó entrever, sino que alzó su copa para brindar por ello. Cassandra, en cambio, entrecerró los ojos y lo miró con algo más que enfado. Era obvio que adivinaba a qué tipo de diversiones se estaba entregando el príncipe en el pueblo, y que el hecho de que él le protegiera no le granjeaba sus simpatías, precisamente.

      En un ejercicio de autocontrol sin igual, la vio morderse la lengua para no delatar al invitado de su tío. No entendía el motivo concreto, pero se lo agradecía.

      —Estáis muy callados los dos esta noche, y eso es muy raro —comentó el anciano caballero, mirándolos alternativamente—. ¿Habéis firmado una tregua o acaso ahora sois amigos?

      Cassandra jugueteó con el pie de su copa mientras miraba a Benedikt de reojo. Él había dejado de comer y la miraba, a su vez, como esperando que dijera algo horrible sobre él, ahora que tenía munición de sobra que usar en su contra. También sabía que debía estarle muy agradecida por lo que estaba haciendo por su prima, lo cual debía suponer todo un dilema.

      —Veréis, tío, sir Benedikt es un caballero muy sorprendente —comenzó con una sonrisa burlona—. Exasperante, pedante y un tanto aburrido.

      Lord Ravenstook rio, hasta el punto de que estuvo a punto de atragantarse. Benedikt le pasó su propia copa mientras miraba a la joven con una sonrisa interesada.

      —¿Aburrido? Todo lo demás me lo habían comentado, pero jamás me habían dicho que fuera una ostra.

      Ella apoyó la barbilla en la palma abierta y puso los ojos en blanco.

      —Pues lamento decíroslo, pero sois muy aburrido. Siempre contáis los mismos chistes y giráis la mano así. —Hizo un giro ridículo y amanerado con la otra mano a modo de demostración—. Para recalcar cuándo hay que reírse. Es probable que no os hayáis dado cuenta, pero lo hacéis.

      Benedikt frunció el ceño pensativo, imitando su gesto.

      —No es cierto, es el conde Charles el que lo hace.

      —Señor mío, los dos lo hacéis.

      —Está de moda en París.

      —También está de moda la guillotina y no la imitamos. Por favor, sed original.

      Él hizo caso omiso de las risas de su anfitrión y giró la cabeza para apoyarla en su palma, al igual que ella. La miró desde el otro lado de la mesa, observando sus ojos oscuros, risueños por el duelo.

      —Habéis dicho que soy sorprendente, señora, ¿en qué sentido? Decidme que eso implica algo bueno, por favor. Y quizás después yo le diga a vuestro tío lo que pienso de vos.

      —Es imposible sacar malas conclusiones de mi persona, caballero. Todo en mí es virtud, sin una tacha que pueda acercársele —respondió ella poniendo una expresión beatífica que arrancó más risas de su tío.

      La sonrisa de Benedikt indicó que tal vez él no pensara lo mismo, pero lo dejó estar por el momento.

      —Vamos, vuestro tío está impaciente por escucharos decir algo bueno sobre mí.

      —Y

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