Mi honorable caballero - Mi digno príncipe. Arwen Grey

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Mi honorable caballero - Mi digno príncipe - Arwen Grey Ómnibus Harlequin Internacional

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príncipe se aburría en la fiesta. Me pidió a mí y a algunos de los hombres que le acompañáramos al pueblo a tomar unas copas —respondió Charles al fin.

      Benedikt masculló entre dientes.

      —¿Sobre qué hora fue eso? ¿Por qué diablos no se me comunicó a mí?

      —No sabría decírtelo. No estabas presente y Peter tenía prisa. Pero dime a qué viene todo esto. ¿Ha ocurrido algo? Respóndeme.

      Benedikt suspiró.

      —¿Sabes si alguno de los hombres tuvo tiempo de estar a solas en el jardín con Iris Ravenstook antes de que os fuerais?

      Charles tardó unos segundos en comprender las implicaciones de lo que Benedikt había dicho. Sus pensamientos se pasearon por su rostro, evidenciando su confusión.

      —¿Estás insinuando que Iris y alguno de los chicos…?

      Benedikt tuvo que refrenarle para que no entrara en la casa y le recriminara a Iris su inconstancia.

      —Espera, Charles. Ella no lo alentó. Un hombre enmascarado intentó abusar de ella en la rosaleda. Si yo no hubiera estado allí, ahora mismo Iris Ravenstook sería una mujer deshonrada.

      Charles se pasó una mano por el cabello, incapaz de comprender lo que su amigo le decía. Pensar que mientras ella estaba siendo atacada él estaba tomando cerveza y trataba de librarse de las atenciones indeseadas de una camarera regordeta lo sacó de quicio.

      —¿Ella está bien? —preguntó al fin, con la voz torturada por el desconcierto.

      Benedikt le apretó el brazo.

      —A esta hora debe de estar descansando con su prima. Me gustaría que no comentaras nada de esto con nadie hasta que pueda hablar con el príncipe. Debo confesarte que me resultó extraña la actitud de ese hombre, que se retirara sin defenderse siquiera, como si tuviera todo el derecho del mundo a hacer lo que quisiera y no fuera a ser castigado por ello. Si es uno de los nuestros, Peter tendrá que actuar.

      Charles sonrió con amargura.

      —Me temo que a esta hora debe de estar durmiendo la mona en brazos de alguna furcia, pero cuando le vea no sé si podré contenerme.

      —Déjalo en mis manos, amigo. Sé que me considera una vieja gruñona, pero esta vieja gruñona todavía tiene mucha guerra que dar, y esto no quedará sin castigo.

      Benedikt lo miró marchar camino a la casa con aire abatido. El retrato que había pintado de Peter borracho entre los brazos de una prostituta no le ayudó a tranquilizar su ánimo, precisamente.

      Echó una mirada a la luna, que ya emprendía su camino descendente por el cielo. Era tarde y estaba agotado.

      Con un suspiro de cansancio, se dijo que era una lástima no haber podido cumplir su intención de bailar con Cassandra Ravenstook. Hubiera sido un placer rendirse a un pequeño capricho en medio de aquel caos, aunque luego hubiera tenido que pagar las consecuencias ante aquellos ojos inquisitivos y ante su propio corazón.

      Nueve

      Cuando a la mañana siguiente Iris decidió no bajar a reunirse con los demás, Cassandra pensó que era lo mejor. La excusó ante su tío diciendo que las emociones de la noche anterior la habían agotado y que necesitaba descansar.

      El anciano se limitó a asentir y a planear nuevos entretenimientos para sus invitados, ajeno al ambiente tenso que lo rodeaba y a que el príncipe no había hecho acto de presencia durante el desayuno ni tampoco a la hora del almuerzo. La joven se tranquilizó al ver que su tío no sospechaba nada extraño.

      Joseph, que parecía estar de un inusitado buen humor, explicó que lo más probable era que Peter lo estuviera pasando bien en el pueblo y que tal vez tardara un par de días en regresar.

      —No debéis preocuparos, buen hombre —dijo, palmeando el brazo de su anfitrión, que lo miró como si no lo reconociera—. Mi hermano hace estas cosas todo el tiempo, ¿verdad, sir Benedikt? El bueno de Peter es una caja de sorpresas. De hecho, a veces al regresar ni siquiera es capaz de recordar dónde estuvo ni con quién.

      Benedikt, que trataba por todos los medios de justificar la ausencia de su señor y el hecho de que no hubiera enviado ningún aviso de cuánto tardaría en volver, se volvió hacia el bastardo y lo miró con gesto adusto. Se levantó y dejó la servilleta sobre la mesa.

      —Lo que Su Alteza haga o deje de hacer no es algo que yo deba cuestionar, señor. Y ahora, si me disculpáis, tengo cosas que hacer.

      Cassandra lo miró salir y se levantó para seguirle, ajena a la mirada interesada que Joseph le dirigía.

      —Sir Benedikt —lo llamó.

      Él se detuvo en el vestíbulo y la miró. No tenía buen aspecto, estaba pálida y parecía cansada. Sin embargo, sus ojos oscuros lucían vivos y expresivos, llenos de fuego.

      —Espero que vuestra prima se encuentre bien, señora —le dijo con una reverencia formal que la sorprendió por su naturalidad.

      Ella asintió y lanzó una mirada nerviosa hacia el comedor, de donde provenía la voz de su tío, tan alegre como siempre. Le señaló la puerta de entrada de la casa.

      —Será mejor que hablemos en otro lugar, no quisiera que nadie se enterara de lo que ocurrió anoche —dijo Cassandra enrojeciendo.

      Él asintió y la escoltó hasta el jardín, cerca de la rosaleda donde Iris había esperado a Charles la noche anterior.

      —Antes que nada, me gustaría daros las gracias por lo que hicisteis. Yo… —comenzó ella evitando mirarle.

      Benedikt no pudo evitar una sonrisa al ver el esfuerzo que le costaba pronunciar aquellas palabras. Casi parecía que la tensión de su cuerpo fuera a obligarla a saltar en cualquier momento. Tenía las manos convertidas en puños, juraría que incluso apretaba los dedos de los pies dentro de sus diminutas zapatillas de raso. Si la tocara, gritaría.

      —No es necesario que me deis las gracias. Hice lo que cualquier caballero hubiera hecho en mi lugar.

      Cassandra negó con la cabeza.

      —No es cierto. En las mismas circunstancias, otros hombres no hubieran movido un solo dedo para ayudar a Iris. Quizá penséis que soy una ingenua, pero tengo veinticuatro años y a estas alturas de mi vida sé muy bien que algunos hombres no tienen nada de amable ni de caballeroso.

      Él se encogió de hombros, quitándole importancia a su gesto.

      —Me dais más crédito del que merezco, señora —dijo con una sonrisa burlona—. Sabéis bien que nunca me paro demasiado a pensar ni mis acciones ni mis palabras.

      Cassandra abrió la boca para negar sus palabras, pero era obvio que él no deseaba aceptar con mansedumbre sus propios méritos, de modo que se rindió con una sonrisa y asintió con la cabeza.

      —En todo caso, aceptad mi agradecimiento y el de mi prima de todo corazón, sir Benedikt.

      Benedikt la miró marchar con una

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