Mi honorable caballero - Mi digno príncipe. Arwen Grey

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Mi honorable caballero - Mi digno príncipe - Arwen Grey Ómnibus Harlequin Internacional

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a ver en toda la noche. El doctor Ambrose completaría el cuarteto.

      La cuadrilla se formó y avanzó, con más pena que gloria, por el salón, mientras los bailarines contaban para no perder el paso ni romper las figuras.

      Iris miraba el reloj que decoraba la repisa de la chimenea. Cassandra, a su vez, miraba a su alrededor en busca de alguien a quien no conocía, aunque vio salir al príncipe y a Charles junto con algunos más de sus hombres, con discreción y sin despedirse de nadie. Miró a su prima, pero esta no parecía haber visto nada y se dedicaba a mirar distraída hacia el reloj una y otra vez, como si esperase algo. Sus compañeros de baile, ajenos a las cuitas de sus hermosas damas, sonreían felices y relajados.

      De pronto, Iris se disculpó y se alejó rumbo al jardín, dejando el grupo deshecho, aunque su hueco lo ocupó una vieja vecina de los Ravenstook, ansiosa de bailar con el anfitrión y aprovechar la oportunidad de conocer detalles y cotilleos sobre el apuesto príncipe de Rultinia. Por desgracia, llegó tarde, porque este había desaparecido sin dejar rastro y lord Ravenstook ya no podría presentárselo.

      Junto a los rosales la oscuridad era casi absoluta, y la noche arrancaba una fragancia mareante a las hermosas flores, embriagadora en su simplicidad.

      Iris, sintiendo que un temblor nervioso amenazaba con hacerla caer, se inclinó sobre las rosas, dejando que su aroma la envolviera, como siempre que necesitaba pensar o calmar una turbación, por pequeña que esta fuera.

      —Hermosa noche —dijo una voz ronca a escasos centímetros de donde estaba su cabeza.

      Solo entonces se dio cuenta de que había un caballero sentado en el banco que su padre había mandado colocar en la rosaleda, pues su madre, que adoraba las rosas, pasaba allí horas y horas.

      —¿Sois vos? —preguntó Iris, sorprendida y asustada por la oscuridad.

      Miró hacia atrás. Era tan poco decoroso estar a solas con un hombre allí… Si los descubrían sería un escándalo.

      Él no respondió. Como todos los demás caballeros del baile, llevaba una túnica de color marfil y una máscara con forma de sol que le cubría el rostro casi por completo, haciéndolos idénticos entre sí. Sin moverse de donde estaba, se limitó a seguir mirándola a la escasa luz de las antorchas que jalonaban el sendero y que apenas servían para arrancar destellos de ojos y broches dorados.

      —Estáis hermosa. Sois hermosa —dijo él con voz ronca y extraña a causa de la máscara.

      Sintió más que vio que se levantaba y se acercaba.

      Iris se estremeció por sus palabras. Sonaban raras en la voz de Charles, o quizás era su voz la que sonaba rara. En todo caso, si era él, ¿por qué no se quitaba la máscara?

      De pronto sintió una mano fría recorriéndole el brazo y se apartó de un salto.

      —Lo de estos disfraces ha sido muy buena idea, querida.

      Antes de que se diera cuenta, él había deslizado la mano por su hombro y había bajado el tirante de cuerda, dejando una buena porción de pecho al descubierto.

      Ella intentó escabullirse de su lado, pero él la amarró contra sí, forcejeando para desvestirla.

      —¡No, Charles!

      Una risa masculina inundó la rosaleda.

      —No, muchacha. No soy vuestro Charles.

      Iris boqueó, sintiendo que le costaba incluso respirar a causa del pánico.

      —¡Soltadme! —exclamó tras unos instantes, empujándolo con todas sus fuerzas, sin conseguir apartarlo ni un ápice.

      Él aflojó un poco su presa, sin soltarla del todo, se quitó la máscara de un ademán displicente y la miró con una sonrisa burlona.

      En la penumbra, Iris fue incapaz de reconocer los rasgos de su atacante antes de que se abatiera sobre ella para besarla con voracidad.

      Paralizada, la joven solo podía evitar que él hiciera más avances hacia su cuerpo colocando las manos entre ambos, pero sabía que, si quería emplear más fuerza, jamás podría evitar que obtuviera lo que deseaba.

      Sintió que las lágrimas humedecían sus ojos, y que su cuerpo perdía su fuerza por momentos, mientras que él, sabiendo que su victoria estaba próxima, la arrastraba hacia un lugar más oscuro todavía.

      El sonido del acero al desenvainarse hizo que las manos del extraño se paralizasen sobre su cuerpo.

      —Con todo el respeto, señor… —Las palabras sonaron burlonas, aunque serias a la vez—. Soltad a la dama o me temo que no me quedará otro remedio que mataros.

      El desconocido se alzó sobre Iris y la observó con una mueca burlona, mirándola de arriba abajo con lástima, aunque con una promesa pintada en la mirada.

      —Será un secretito entre vos y yo, ¿verdad, querida? —preguntó, volviendo a colocarse la máscara sobre el rostro para ocultar sus facciones.

      Comenzó a alejarse y Benedikt hizo amago de seguirle, pero Iris se tambaleó, llamando su atención. Maldiciendo entre dientes, se dijo que ese tipo no podía ir muy lejos si iba así vestido.

      —¿Os encontráis bien?

      Iris no respondió, estaba tan aterrada que apenas podía moverse. Ni siquiera se volvió para comprobar que su atacante se había ido de verdad. Cuando el caballero que la había salvado se adelantó hacia la luz para comprobar que no estaba herida, ella saltó de terror, pensando que la atacaría también.

      Benedikt guardó su arma y alzó las manos para hacerle entender que no la tocaría si no lo deseaba.

      Hacía rato que se había quitado el absurdo disfraz de dios pagano y había vuelto a vestir sus ropas habituales. Había decidido que sería mejor olvidar el baile para no tentar a la suerte. Ya tenía bastantes problemas como para meter en su vida a uno con rizos oscuros y lengua de víbora. Se quitó la guerrera y se la pasó a la joven para que se la pusiera, pues estaba temblando de miedo y frío.

      —Os acompañaré adentro. ¿Hay algún lugar por el que no tengamos que atravesar el salón para llegar a vuestro cuarto?

      Ella asintió en silencio y comenzó a andar con paso vacilante. A su pesar, tuvo que aceptar la ayuda de Benedikt para caminar, ya que sus piernas apenas la sostenían.

      Camino al dormitorio, ella no habló y él mantuvo un silencio tenso y furioso. ¿Quién era ese caballero y cómo había podido caer tan bajo como para osar atacarla en su propia casa?

      —¿Estaréis bien si os dejo sola y voy a buscar a vuestra prima?

      Iris le tomó la mano y se la apretó sin fuerza.

      —Gracias, sir Benedikt —murmuró, pálida y desolada en el umbral de su dormitorio—. Os agradecería que no le dijerais nada a mi padre, no quisiera que se preocupara.

      Él asintió con la cabeza y unió los tacones en un gesto marcial que a ella le arrancó una sonrisa a su pesar. No entendía cómo Cassandra tenía tan mal concepto de él.

      —Descuidad. Os traeré a

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