Mi honorable caballero - Mi digno príncipe. Arwen Grey

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Mi honorable caballero - Mi digno príncipe - Arwen Grey Ómnibus Harlequin Internacional

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estado para observarle y reírse de su desastrado aspecto.

      —¡Derrotado por un pez! —exclamó Peter entre risas.

      Charles rio también, mientras corría a ayudar a su señor.

      Benedikt se preguntó con un suspiro si algún día su príncipe mostraría algo de la dignidad que mostró su padre e, incluso, el bastardo.

      Porque Peter era simpático, agradable, de risa fácil y seductor, pero esos atributos no siempre eran lo único deseable en un monarca. Cuando regresara a Rultinia y fuera coronado debía demostrar que merecía su corona.

      Con un suspiro, dejó lo que quedaba del libro y se acercó a Charles y Peter para escuchar la historia de la asombrosa lucha de su príncipe contra el salmón que le había derrotado. A su pesar, pensó que el destino de Rultinia sería muy triste si un pez era capaz de acabar con él con tanta facilidad y él lo contaba con tanta alegría. Joseph estaría contento de escucharlo.

      Lord Ravenstook rio y le palmeó la espalda.

      —Todos los pescadores hemos sufrido derrotas semejantes, Peter, no debéis avergonzaros. La pesca es el arte de la paciencia, debéis recordarlo, os vendrá bien cuando volváis a Rultinia.

      Peter lo miró con sorpresa antes de estallar en carcajadas.

      —¿Estáis tratando de soltarme un sermón, lord Ravenstook? Os recuerdo que para eso ya tengo a sir Benedikt, que es lo más parecido a una niñera que hay en mi séquito. Deberíais escuchar las cosas que me dice a veces, es peor que una madre gruñona.

      Lord Leonard Ravenstook se sonrojó sin poder evitarlo al notar el tono de condescendencia del príncipe al hablar del caballero escocés. Por suerte este estaba lo bastante lejos como para escucharlo.

      —Jamás osaría entrometerme en vuestros asuntos, Alteza…

      —Pues no lo hagáis —replicó el príncipe, con tono tenso, aunque muy pronto lo desmintió con una sonrisa y una palmada en el brazo del anciano, que lo miró desconcertado.

      Mientras se preparaban para el regreso a la mansión, lord Ravenstook se preguntaba en qué se había equivocado a la hora de abordar al príncipe. Aunque luego pensó que lo que ocurría era que Peter quizás no estaba preparado para gobernar un país, dada su inmadurez e inconsciencia. Si no fuera por sus caballeros, según él mismo aseguraba, en ese mismo instante estaría muerto, y era evidente que lo último que tenía en mente en ese momento era gobernar. Y en ese caso, tal vez Joseph no era tan mala opción, después de todo.

      Ocho

      —De entre todas las celebraciones absurdas del mundo, la más absurda de todas es, sin dudarlo, un baile de disfraces —rezongó Benedikt apartando a un lado la máscara de brillante material dorado, que hacía que le picara el rostro y le dificultaba la respiración.

      Además de la incómoda máscara en forma de sol que cubría casi todo el rostro, al elegir los disfraces, las jóvenes Ravenstook, pues no dudaba que habían sido ellas las que los habían escogido, no habían pensado precisamente en la comodidad ni en que los caballeros de la guardia de Rultinia debían ir armados por si alguien decidía atacar a su señor. ¿En qué lugar de esa dichosa túnica podía colgarse un sable o enfundarse una pistola?

      Por no hablar de la temática.

      Dioses antiguos.

      Dioses antiguos semidesnudos, vestidos con túnicas sedosas que se transparentarían a la luz tenue de los candelabros.

      A pesar del desconcierto inicial, Benedikt pensó con regocijo si Cassandra Ravenstook, la más juiciosa de las dos, había pensado en esa particularidad de las telas al idear el tema de los disfraces, o si había sido Iris la que, obnubilada por la idea de ver a su amado coronado por laureles y con mucha piel al aire, no había hecho caso a las objeciones de su prima.

      De pronto pensó que ella también llevaría una túnica similar, apenas más tupida que las que llevarían ellos. La idea de ver esa piel clara y lustrosa al aire le hizo pensar en cosas muy propias de un dios pagano.

      —¡Por Zeus que esto no me lo pierdo! —exclamó recogiendo su máscara y colocándosela sobre el rostro.

      Al pasar junto a un espejo y ver su reflejo vestido con una túnica de color marfil que apenas le cubría hasta las rodillas y dejaba los brazos desnudos, sujeta con un cinturón de cuero y discos de bronce con incrustaciones de piedras que imitaban a las gemas preciosas, y los pies calzados con unas sandalias con cintas doradas, pensó que no estaba mal del todo. Incluso se sentía poderoso.

      —Iris, creo que los disfraces que nos han enviado no son como nos los describieron…

      Cassandra contempló su reflejo y recordó la descripción de la modista y del catálogo: «Dioses de la antigua Roma. Elegantes y discretos. Decorosos».

      —¿Tú crees que esto es decoroso?

      Iris se volvió al fin hacia su prima al notar el tono escandalizado en su voz. Y al hacerlo no pudo menos que llevarse la mano al pecho por la impresión.

      —¡Oh, Dios mío! Es… es…

      —Puedes decirlo… es digno de la mismísima Josefina. No podemos salir así, o pensarán que somos… ya sabes —añadió bajando la voz.

      Iris no pudo evitar reír ante el súbito ataque de pudor de su prima. A veces era tan puritana que la sorprendía. Sin embargo, a ella no le parecía que el caso fuera tan exagerado. Cierto que la tela era algo transparente, y que la falda era demasiado corta. De hecho, la vaporosa tela dejaba al descubierto sus tobillos y los brazos. Los tirantes se limitaban a ser meros cordones dorados que además ceñían la tela al cuerpo de una manera casi demasiado incitante, pero Cassandra, con su cuerpo delgado y fibroso, estaba hermosa. Cuando se calzara las sandalias de cintas doradas y se recogiera el cabello estaría maravillosa. Ella, en cambio, al ser más rolliza, no estaría ni la mitad de bien que su prima, pues sus brazos no estaban tan bien torneados ni sus tobillos eran tan finos.

      —¡Iris! ¿No estarás pensando en serio en salir así? ¡Lo veo en tu mirada!

      Iris se sonrojó, no sabía que sus pensamientos fueran tan transparentes.

      —¡Oh, vamos, si todos los caballeros van vestidos de dioses y nosotras de pastoras como siempre, desentonaremos! Y les dijimos a todos los demás invitados que el tema era ese, así que ahora no podemos echarnos atrás.

      Cassandra frunció el ceño.

      —Es la excusa más endeble que he escuchado en mi vida. Sabes muy bien que los invitados vendrán vestidos como les venga en gana, y que no seríamos las únicas pastoras.

      Iris le tomó la mano y se la apretó con fuerza, sus ojos azules llenos de súplica. Cassandra sintió, como siempre que la miraba así, que su voluntad se ablandaba por momentos, como su prima sabía muy bien que sucedería, no en vano usaba esa táctica en momentos de apuro.

      —Hazlo por mí —dijo Iris, reforzando su gesto con un leve temblor en la voz, que hizo el resto.

      Cassandra no tuvo más remedio que dar su brazo a torcer, aunque no antes de arrancarle la promesa de que devolverían los disfraces o al menos

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