Mi honorable caballero - Mi digno príncipe. Arwen Grey

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Mi honorable caballero - Mi digno príncipe - Arwen Grey Ómnibus Harlequin Internacional

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culpable, ¿habría hecho ya algo para hacerle pagar sus culpas, como había prometido?

      Con un arrebato de furia se preguntó por qué en las últimas semanas cada cadena de pensamientos le llevaba a ese irritante caballero. De acuerdo en que le debía un enorme favor y no era tan superficial y ridículo como siempre había creído, pero nada de ello justificaba que siempre anduviera rondando su mente.

      Tal vez se debía a que lo sucedido a su prima llenaba cada hora y minuto de sus pensamientos, y él estaba muy implicado en todo lo que había ocurrido, luego era lógico que él estuviera enredado en ellos.

      Quizás por eso incluso había soñado con él esa noche. O al menos creía que era él. Al principio se trataba del caballero burlón del baile, aquel del que ella se había burlado diciéndole que tenía patas de cabra. El muy patán le había prometido un baile y después no había osado volver a aparecer. Luego, sin saber el motivo, ese caballero misterioso se había convertido en sir Benedikt, y ya no llevaba aquel absurdo disfraz de dios romano, sino que estaba tal cual lo había visto la tarde anterior, en su dormitorio, con la camisa húmeda, transparente a la luz del fuego, el cabello convertido en llamas y los ojos en cálidas esmeraldas, acercándose cada vez más, tocándola como aquel día en las ruinas de la abadía.

      Y ella había sentido calor. Mucho calor. Sobre todo cuando recordó que él casi… ¿Casi qué?

      Cassandra se detuvo de golpe al darse cuenta de hacia dónde se dirigían sus pensamientos y de dónde se encontraba.

      De hecho, hacía varios minutos que Ursula le hablaba y ella no tenía ni la más mínima idea de lo que le estaba diciendo.

      Sintió que se sonrojaba como no le sucedía desde hacía años. Como nunca le había ocurrido, de hecho. Con auténtico pánico, se llevó la mano al pecho y se preguntó si no estaría empezando a sentir algo por aquel maldito escocés. Imposible. Impensable. Antes prefería… bien, no sabía qué prefería, pero en todo caso no podía sentir nada por él que no fuera agradecimiento. Él no la soportaba, ni ella a él. Sentir algo por sir Benedikt que fuera más allá de una ligera amistad sería un error, sobre todo cuando él se marcharía muy pronto a su país.

      Iris paseaba por la galería del piso superior, tal vez esperando a su prima, ya que miraba en dirección a su dormitorio una y otra vez, cuando la vio. Ver su aire de miedo e intranquilidad le encogió el corazón. Ninguna mujer debería tener miedo en su propio hogar, a sus propios invitados.

      Sintió un ramalazo de ternura al verla inclinar la cabeza hacia un lado para contemplar con aire pensativo el retrato de una joven belleza rubia, quizás buscando un posible parecido, mientras un rayo de sol incidía de manera oblicua en su cabello, haciendo que brillara, casi formando un halo a su alrededor.

      Charles avanzó hacia ella, carraspeando justo antes de llegar a su altura, por temor a asustarla si le hablaba de pronto, sin avisarla de su presencia, pero como si hubiera notado que se trataba de él, apenas se giró para mirarle con una sonrisa, admitiéndole a su lado, y se volvió de nuevo a contemplar el retrato. Le sorprendió una acogida tan cálida después del modo en que se habían despedido la última vez, pero no iba a quejarse por el hecho de que le sonriera de una manera tan dulce.

      —Se trata de mi madre —explicó—. Mi padre dice que somos muy parecidas, pero yo creo que ella era mucho más hermosa. ¿No os lo parece?

      Charles contempló el retrato, preguntándose si era de verdad tan inocente como parecía al preguntarle eso o si buscaba cumplidos como esas mujeres frívolas de la corte. La miró de reojo, pero no pudo apreciar en ella dobleces ni sonrisas vacías. Parecía creer de verdad lo que había dicho. Se concentró en la pintura, que representaba a una mujer rubia, muy parecida a Iris, aunque algo mayor y más regordeta. Tenía una mirada más alegre y había algo de picardía en su boca llena.

      —Vuestra madre era una mujer hermosa, señora —respondió—. Pero debo deciros que ni la mismísima Venus sería más bella que vos ante mis ojos. Yo… no soy un poeta, y Ben dice que decir estas cosas solo consigue espantar a las mujeres, pero…

      Charles no pudo mantener durante más tiempo aquella fachada de tranquila contemplación de pinturas. Se volvió hacia Iris, que permanecía con los azules ojos clavados en el cuadro y parecía incapaz de mirarle.

      —Iris. Iris, por favor. Os amo. Si vos no sentís lo mismo… —Su voz se cortó mientras agachaba la cabeza y trataba de ahogar los pensamientos que le acecharon durante unos segundos. ¿Era posible que ella no dijera nada?—. Si vos no sentís lo mismo…

      Sintió una mano tibia sobre sus labios, haciéndole callar. Alzó la mirada y sus ojos se toparon con los de ella, brillantes y llenos de dulce incredulidad.

      —¿Sentir lo mismo, decís? ¿Acaso podría no amaros?

      —¡Oh, amor mío! —gimió él tomándola entre sus brazos, incrédulo al saber que ella le correspondía—. ¿Es posible tanta felicidad?

      Un carraspeo hizo que se separaran como si los hubiera tocado un rayo.

      —Siento haber interrumpido un momento tan tierno. Por favor, no quisiera incomodaros —dijo Joseph desde la otra punta de la galería, donde contemplaba, absorto, un retrato de lord Leonard de joven.

      Iris se sonrojó violentamente al reconocer al hermano del príncipe, que se había vuelto con serenidad hacia otro de los cuadros que colgaban de la pared, ajeno al parecer a lo que ocurría a unos metros de distancia. Como si se diera cuenta por sus expresiones de incomodidad y por sus rostros sonrojados de que algo importante había sucedido, de pronto se acercó a ellos y le tomó una mano y se la besó casi con violencia.

      —Mi señora, supongo que debo felicitaros —le dijo mirándola a los ojos con una sonrisa ladeada—. Y a vos también, conde.

      Iris clavó la mirada en la mano que él todavía sostenía, aunque lo hacía con aire distraído, mientras su mente, por algún extraño motivo, le gritaba que se soltara.

      Charles hizo una reverencia con la cabeza y aceptó la felicitación, si no con calidez, sí con exquisita educación. Al fin y al cabo, no dejaba de ser el hermano de su señor, y le debía respeto.

      —Os lleváis a una de las rosas más hermosas del rosal, sin duda. Os deseo la mayor de las felicidades a los dos —dijo Joseph antes de marcharse con un gesto amable.

      Iris se estremeció sin saber el motivo, aunque Charles no pareció notarlo. Cuando aprovechó que volvían a estar solos para besarla, olvidó su momentánea inquietud.

      Cassandra comenzaba a subir las escaleras cuando escuchó las voces provenientes de la galería superior. Apenas había acabado de subirlas cuando se detuvieron.

      Estaba a punto de llegar a la galería cuando se cruzó con Joseph, que canturreaba por lo bajo una canción desafinada y parecía estar de excelente humor. Una sonrisa ladeada se dibujó en sus labios al reconocerla.

      —Señora mía —dijo Joseph con voz meliflua—, ¿seríais tan amable de acompañarme al salón, por favor?

      Cassandra lanzó una mirada hacia la galería, pero no se escuchaba ningún ruido más proveniente de allí. ¿Acaso lo había imaginado todo?

      Joseph esperaba, con la sonrisa bailándole todavía en los labios, gruesos y atractivos a su modo. Era un hombre guapo, muy parecido a su hermano en muchos aspectos. Sin embargo, esa aura inquietante que exhalaba en ocasiones

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