Un amor para recordar - El hombre soñado - Un extraño en mi vida. Teresa Southwick

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Un amor para recordar - El hombre soñado - Un extraño en mi vida - Teresa Southwick Omnibus Julia

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día desde hacía dos semanas, cuando accedió a celebrar el primer cumpleaños de Annie en casa de Cal. El domingo. Con la familia de Cal. ¿En qué estaba pensando? Daba igual lo que pensaba. No había opción, y allí estaba, camino a la reunión familiar.

      Era una urbanización de chalés individuales de más de un millón de dólares. Cal vivía en uno de los últimos, que daba al campo de golf. Lo mejor para el donjuán del Centro Médico Misericordia.

      Tras girar a la derecha, Emily avanzó por la calle. Recordaba la ruta como si hubiera estado allí el día anterior. Había estado allí muchas veces, pero nunca había estado tan nerviosa. Probablemente se debía al hecho de volver a ver a la familia de Cal.

      Él les había contado toda la historia. Emily era la que no le había hablado de su hija y suponía que no estarían precisamente contentos con cómo había manejado la situación.

      Paró el coche delante de la casa de dos pisos de estuco blanco con tejado rojo y el inmenso jardín. Emily se acercó al asiento de atrás y desató con suavidad a Annie, que se había quedado adormilada.

      —Me alegro de que te hayas echado una buena siesta —dijo sonriendo cuando la niña se frotó los ojos—. Es un gran día para ti. Además de cumplir un año, vas a conocer a tus abuelos y a tu tío Brad.

      —¿Pa? —Annie abrió sus grandes ojos azules.

      —Sí, papá también estará allí. Ésta es su casa —el lugar hermoso y grande en el que Cal quería que viviera su hija, pero al que mamá había dicho que no—. Mamá tiene sus razones. Tal vez no lo entiendas ahora, pero tienes que confiar en mí.

      Cargada con la bolsa de pañales y su hija de un año, Emily se acercó a la entrada. Conseguiría superarlo, pensó poniéndose su escudo emocional. Apretó el timbre. Annie se inclinó para imitarla, pero Emily la sujetó con fuerza. Se abrió la puerta y Cal estaba allí.

      Annie parpadeó y sonrió.

      —¿Pa?

      —Hola, sol —extendió los brazos y la niña se fue encantada con él. Cal la besó en la mejilla—. ¿Cómo está mi chica?

      —No podría estar mejor —respondió Emily por su hija.

      —¿Dónde están Patty, Lucy y los niños? —preguntó Cal mirando hacia atrás.

      —No han podido venir —más valía ser poco concreta que decirle lo que de verdad habían contestado. Aquella invitación tenía la palabra «pena» escrita en letras mayúsculas, y ellas no se sentirían cómodas. Así que Emily estaba allí sin apoyo.

      —Lástima. Bueno, otra vez será. Los chicos se divertirán en la piscina —Cal le quitó la bolsa de pañales y cargó con Annie para que Emily pudiera entrar—. Mis padres están ahí.

      Emily lo siguió con un nudo en el estómago a través de la entrada en dos alturas que dividía el comedor del salón. La espectacular mesa de caoba que ocupaba el centro del salón contenía una pila de regalos envueltos en papel rosa.

      Carol y Ken Westen estaban sentados frente al bar, con Brad a su lado. El hermano de Cal era un año y medio más pequeño y tal vez un poquito más bajo, pero medía más de dos metros y tenía el cabello rubio y los ojos azules. Brad era tan atractivo como Cal.

      —Hola, Emily —sonrió Carol con cierta tensión. Era rubia como sus hijos.

      —Me alegro de volver a verte —Ken estiró la mano y ella se la estrechó. Tenía el cabello completamente gris, lo que le daba un aspecto distinguido.

      Brad se aclaró la garganta.

      —Emily —dijo.

      —Hola —no podía equivocarse siendo parca y educada. Había estado muchas veces con la familia de Cal. Sabía lo amables y cariñosos que podían llegar a ser, y por eso acusó el cambio.

      —Ésta es Annie —dijo Cal sonriendo con orgullo.

      —Es preciosa —los ojos azules de Carol se suavizaron y se llenaron de lágrimas—. Cal dice que le has puesto el nombre por tu madre y por mí.

      —Así es —asintió Emily—. Ann Marie.

      —¿Crees que querrá venir conmigo? —preguntó Carol.

      —Es un poco tímida al principio —dijo Cal—. Yo tuve que sobornarla. Mi hija tiene una vena materialista.

      Emily miró a su alrededor, a los carísimos muebles del salón.

      —¿Y a quién crees que habrá salido?

      —Ahí te ha pillado, hermano —se rió Brad.

      Carol le tendió los brazos a su nieta y sonrió con cariño.

      —Hola, bonita. ¿Vas a dejar que tu abuela te abrace? —Annie se fue con la señora sin vacilar, y Carol la estrechó entre sus brazos—. Es adorable.

      Cal parecía desconcertado.

      —¿Y por qué contigo no ha llorado?

      —Creo que es porque eres hombre —dijo Emily.

      —¿Crees que le gustaría ir a la piscina? —preguntó Carol.

      —Le encanta el baño —respondió Emily notando que todo el mundo llevaba bañador—. Le he traído su traje de baño, crema protectora y un sombrero.

      —Adelante, mamá —Cal le pasó a su madre la bolsa de pañales.

      —¿Te parece bien, Emily?

      —Por supuesto.

      Tras preparar a Annie, Carol la llevó a la piscina seguida de Cal y su hermano. Desde donde estaba, Emily podía ver la piscina transparente, la verja de hierro y el campo de golf con el lago que quedaba más atrás. Ella los siguió a cierta distancia para darles su espacio y tomó asiento en una silla acolchada del patio.

      Ken le ofreció un refresco y se sentó a su lado.

      —¿Cómo te ha ido, Emily?

      —Muy bien, ¿y a ti?

      —Bien. Carol va detrás de mí para que me tome las cosas con calma. Quiere viajar.

      Emily sabía que era especialista en medicina interna. Sus dos hijos también eran médicos, pero cada uno había escogido un campo diferente.

      —¿Tenéis algún viaje planeado?

      —Vamos a hacer un crucero por Alaska en septiembre. Para compensar el calor de Las Vegas.

      Cal estaba mirando a su esposa jugar en la piscina con Annie, que se reía a carcajadas mientras Cal y Brad permanecían de pie como vigilantes guardianes.

      —Tiene pinta de ser un viaje maravilloso.

      —No tan maravilloso como descubrir que tenemos una nieta —Emily lo miró pero no encontró hostilidad en él.

      —Respecto

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