E-Pack HQN Sherryl Woods 3. Sherryl Woods

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E-Pack HQN Sherryl Woods 3 - Sherryl Woods Pack

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que siempre había tenido con su hermana mayor, una rivalidad que ni ella misma había entendido nunca, resurgió con fuerza. Teniendo en cuenta que eran tres hermanas, quizás fuera comprensible que existiera cierta competitividad entre ellas, pero no entendía por qué le pasaba con Samantha y no con Gabi; al fin y al cabo, esta última era la exitosa empresaria centrada en su carrera, la que más se parecía a ella en cuanto a ambición.

      –Tomaré un vuelo esta misma noche aunque tenga que ir en coche desde Atlanta –afirmó con decisión, motivada por los planes de Samantha.

      En vez de reprenderla, Gabi soltó una carcajada y admitió:

      –Samantha ha adivinado que ibas a decir algo así. Desde que aprendiste la diferencia que hay entre ganar y perder, no soportas que ella te gane en nada. Haz lo que quieras, lo que importa es que llegues aquí sana y salva. Esta tormenta tiene muy mala pinta. Si se desvía lo más mínimo hacia el oeste, golpeará de lleno a Sand Castle Bay. Te apuesto lo que quieras a que la carretera de Hatteras volverá a quedar intransitable si no hicieron las cosas con más cabeza cuando la arreglaron después de la última tormenta.

      –¿Cómo está la abuela?

      Cora Jane Castle tenía setenta y tantos años, pero seguía rebosando energía y estaba decidida a mantener abierto el restaurante que su difunto marido había abierto en la costa, a pesar de que nadie de la familia había mostrado interés alguno en tomar las riendas del negocio; en opinión de Emily, debería venderlo y disfrutar de su vejez, pero la mera mención de semejante idea se consideraba una blasfemia.

      –Estoica ante la tormenta, pero hecha un basilisco porque papá fue a buscarla para traerla a Raleigh hasta que pase el huracán –le contestó Gabi–. Está aquí, en mi casa, cocinando y mascullando unas palabrotas que me sorprende que se sepa. Creo que por eso papá se ha marchado en cuanto la ha dejado aquí, para no estar cerca cuando ella tuviera a mano mis cuchillos.

      –Puede que no supiera qué decirle. Típico en él, ¿no?

      Emily lo dijo con un deje de amargura. Su padre, Sam, no era nada comunicativo en el mejor de los casos; en el peor, simplemente se esfumaba sin más. Ella había acabado por resignarse en gran medida, pero los resentimientos que permanecían latentes salían a la superficie de vez en cuando.

      Tal y como solía pasar, Gabi salió en defensa de su padre de inmediato.

      –Está ocupado, su trabajo es importante. ¿Tienes idea del impacto que podrían tener en la vida de la gente los estudios biomédicos que lleva a cabo su empresa?

      –Me gustaría saber cuántas veces le dijo eso a mamá cuando se largaba y ella tenía que criarnos sola.

      Por una vez, Gabi no sacó las cosas de quicio y admitió:

      –Sí, la verdad es que era una excusa habitual en él, ¿verdad? Pero ya somos adultas, a estas alturas ya tendríamos que haber superado el hecho de que no viniera a vernos en los recitales, las obras de teatro y los partidos de fútbol de la escuela.

      –Y eso lo dice la mujer nada equilibrada que parece empeñada en seguir sus pasos –comentó Emily, en tono de broma–. Sabes que eres igualita a él, Gabriella. Puede que no seas una científica, pero eres adicta al trabajo. Por eso te molestas tanto cuando le critico.

      El silencio que se creó tras aquellas palabras fue ensordecedor, y Emily se apresuró a disculparse al darse cuenta de que acababa de pasarse de la raya.

      –Ha sido una broma, Gabi, no lo he dicho en serio. Sabes lo orgullosos que estamos de ti. Eres una alta ejecutiva en una de las empresas de biomedicina más importantes de Carolina del Norte, puede que de todo el país.

      –Sí, ya lo sé, es que tu comentario me ha pillado desprevenida. Bueno, avísame cuando vayas a llegar, iré a buscarte al aeropuerto.

      Antes de que Emily pudiera disculparse de nuevo por hacer un comentario tan desconsiderado y fuera de lugar, Gabriella ya había colgado. No lo hizo de golpe, con un arranque de genio similar a los que tenía la propia Emily, sino con suavidad… y, por alguna razón, eso fue mucho, pero que mucho peor.

      Boone Dorsett había vivido una buena cantidad de situaciones de alerta por el acercamiento de huracanes que, en algunos casos, habían llegado a afectar a la costa, así que se sabía de memoria cómo había que sellar la casa con tablones para protegerla; aun así, la pura verdad era que la Madre Naturaleza era la que tenía siempre el control de la situación.

      De pequeño le fascinaban las tormentas fuertes, pero en aquel entonces no era consciente del caos que podían generar en la vida de la gente. A esas alturas era un adulto con un hijo, un hogar y un concurrido restaurante, y sabía las pérdidas que podían causar los vendavales, las devastadoras tormentas y las inundaciones. Había visto carreteras destrozadas, casas derrumbadas, vidas arrancadas de raíz.

      Por suerte, aquella última tormenta se había desviado en el último momento hacia el este y tan solo les había golpeado de refilón. Había habido daños, y muchos, pero de momento no había visto el nivel de destrucción de veces anteriores; de hecho, él había salido relativamente bien parado. En su restaurante había entrado un poco de agua y varias tejas del tejado de su casa habían sido arrancadas, pero lo que más le preocupaba después de examinar sus propiedades era el restaurante familiar de Cora Jane.

      Castle’s by the Sea había sido una constante en su vida, al igual que la propia Cora Jane, y ambos habían sido su inspiración a la hora de decidir embarcarse en el negocio de la restauración. Su intención no había sido emular el éxito del Castle’s, sino crear su propio ambiente acogedor. No había recibido el apoyo de ninguno de los miembros de su disfuncional familia, y estaba en deuda con Cora Jane porque ella le había ayudado a creer en sí mismo.

      La principal razón del éxito que tenía el Castle’s, aparte de su ubicación a pie de playa, la buena comida y la cordialidad del servicio, era la dedicación con la que ella dirigía el negocio. Después de que pasara la tormenta, Cora Jane le había llamado más de una docena de veces para ver si ya le habían permitido regresar a Sand Castle Bay, y él había cruzado el puente para ver cómo estaban los dos restaurantes en cuanto se había levantado la orden de evacuación.

      Al final, la llamó desde el comedor húmedo y revuelto del Castle’s by the Sea para darle la evaluación de daños. Ella había estado esperando con ansia su llamada y, sin pararse a saludarle siquiera, le preguntó sin más:

      –¿Está muy mal? Dime la verdad, Boone. No te atrevas a engañarme.

      –Podría haber sido peor. Ha entrado algo de agua, como en el mío.

      –¡Qué desconsiderada soy! No te he preguntado cómo te ha ido a ti. ¿Te ha entrado agua?, ¿no hay más daños?

      –No, eso es todo. Mis empleados ya están limpiando, saben lo que hay que hacer. Mi casa está bien, y la tuya también. Un montón de ramas rotas en el jardín, un par de tejas arrancadas, pero nada más.

      –Gracias a Dios. Bueno, termina de contarme cómo está el Castle’s.

      –El viento ha arrancado un par de contraventanas, y los cristales se han roto. Vas a tener que reemplazar las mesas y las sillas que están empapadas, aplicar algún producto contra el moho y pintar, pero la verdad es que podría haber sido mucho peor.

      –¿Cómo está la terraza?

      –Sigue en pie. A mí me parece bastante sólida,

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