La última vez que te vi. Liv Constantine
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—Te he echado de menos —contestó Kate entre sollozos.
—Ahora estoy aquí.
—Gracias. —Volvieron a abrazarse; Kate se aferraba a Blaire como si fuera un chaleco salvavidas que le impedía hundirse en las profundidades de su dolor. Cuando abandonaban la biblioteca, Blaire se detuvo y le dirigió una mirada de incredulidad.
—¿Eran los padres de Jake los de la iglesia?
Kate asintió.
—A mí también me ha sorprendido verlos. Pero no creo que vengan aquí. Imagino que querían presentar sus respetos a mi madre y marcharse. —Sintió un nudo en la garganta—. No les culpo por no querer hablar conmigo.
Blaire se dispuso a hablar, pero entonces la miró con tristeza y volvió a abrazarla.
—Creo que debería volver con mis invitados —le dijo Kate.
Pasó el resto del día aturdida. Cuando todos se hubieron marchado, Simon se encerró en su despacho para gestionar una crisis de trabajo mientras ella vagaba inquieta de habitación en habitación. Había deseado que todos se fueran, que terminara de una vez el día del funeral de su madre, pero ahora la casa estaba demasiado tranquila. Allá donde mirase, parecía haber una tarjeta de condolencias o un ramo de flores.
Por fin se sentó en el sillón del estudio, apoyó la cabeza en el respaldo y cerró los ojos, triste y cansada. Casi se había quedado dormida cuando una vibración le hizo abrir los ojos. Su móvil. Lo llevaba en el bolsillo del vestido. Lo sacó, deslizó el pulgar por la pantalla para desbloquearlo y vio Número oculto donde debería haber aparecido el número. Leyó el mensaje.
Qué día tan bonito para un funeral. He disfrutado viéndote mientras enterraban a tu madre. Tu bonita cara estaba hinchada y roja por el llanto. Pero ha sido un placer ver cómo tu mundo se desmoronaba. Crees que ahora estás triste, pero espera y verás. Para cuando haya acabado contigo, desearás haber sido tú a la que han enterrado hoy.
¿Se trataba de una broma macabra?
¿Quién eres?, escribió y esperó una respuesta, pero no obtuvo ninguna. Se levantó del sillón con el corazón acelerado y salió corriendo de la habitación con la respiración entrecortada.
—¡Simon! —gritó mientras corría por el pasillo—. Llama a la policía.
2
Blaire se sintió invadida por una profunda tristeza mientras seguía la larga hilera de coches hacia la reunión en casa de Kate. Le parecía imposible que Lily hubiera muerto, y más imposible aún que hubiera sido asesinada. ¿Por qué iba alguien a querer hacer daño a una persona tan buena y cariñosa como Lily Michaels? Trató de contener las lágrimas que habían estado brotando toda la mañana. Aferrada al volante, tomó aliento y se obligó a mantener la calma. Siguió avanzando por el camino de la entrada, bordeado de árboles, hasta la elegante finca de Kate y Simon, donde la recibió un aparcacoches. Detuvo el Maserati, se bajó y le entregó las llaves al joven uniformado.
La casa de piedra se hallaba en un promontorio con vistas a un prado verde que descendía hacia grandes establos con un potrero. Estaban en terreno ecuestre, hogar del mundialmente famoso torneo de Maryland Hunt Cup. Blaire nunca olvidaría la primera vez que asistió a la carrera con Kate y sus padres un soleado día de abril. La multitud, emocionada, se había reunido en torno a los coches y a pequeñas carpas y charlaban bebiendo mimosas mientras esperaban a que empezara la carrera. Blaire, que era inexperta, había tomado clases de equitación en la Escuela Mayfield, pero Kate prácticamente había nacido en la silla de montar. Blaire había aprendido en sus clases que las carreras de obstáculos se parecían mucho a una carrera de vallas. Observó fascinada cómo los caballos y los jinetes superaban vallas de madera de casi metro y medio de altura. Lily estaba muy contenta aquel día mientras disponía el festín que había llevado en una cesta de mimbre sobre un bonito mantel de flores que había colocado en una mesa plegable. Siempre lo hacía todo con elegancia. Ahora había muerto y Blaire era una más en la multitud de dolientes que inundaban el hogar de Kate y Simon.
Estaba muy nerviosa por volver a ver a su vieja amiga, pero al acercarse a ella se acordó de muchas cosas. Kate incluso la llevó aparte para charlar en privado y pudieron compartir un momento para llorar juntas la pérdida de Lily. Mirando a su alrededor, pensó que la casa era tan señorial como aquella en la que se había criado Kate. Aún era difícil relacionar la imagen de la chica despreocupada de veintitrés años a la que había conocido en su juventud con la señora de aquella casa tan imponente. Había oído que Simon, arquitecto, la había diseñado y construido para darle un aire de época. Simon era una de las personas que no se alegraría de que hubiera vuelto. Aunque a ella le daba igual su opinión. Estaba preparada para volver a reencontrarse con las otras amigas a las que no había visto en años y sacárselo de la cabeza.
La biblioteca frente a la que había pasado cuando se dirigía hacia esa habitación le había dado ganas de pararse y mirar. Tenía dos pisos de alto, con una pared entera de ventanales. Las paredes de madera oscura y el techo resplandecían con la luz del sol y una escalera de madera ascendía en espiral hasta la galería, también llena de libros. La alfombra persa y los muebles de cuero aumentaban la atmósfera antigua de la habitación; un espacio donde un lector podría retroceder en el tiempo. Había sentido la necesidad de subir por esas escaleras y deslizar la mano por la barandilla de madera, perderse entre los libros.
Pero en su lugar había continuado hasta el enorme salón, donde los camareros estaban sirviendo canapés y vino blanco en bandejas. El lugar era inmenso y estaba lleno de luz, lo que le daba un aspecto alegre, si no acogedor. Se fijó en el techo alto, con una compleja moldura de corona, y en los cuadros originales en las paredes. Eran la misma clase de obras que había visto en casa de los padres de Kate, con la pátina de suavidad que conferían los años y la riqueza. El suelo de listones anchos estaba cubierto por una enorme alfombra oriental en tonos azul y bermellón. Advirtió el borde deshilachado en una esquina y algunas partes con un aspecto algo raído. Claro —sonrió para sus adentros—, debía de llevar años y años en la familia.
Miró hacia el otro extremo del salón y vio a un hombre desgarbado de pie junto a la barra; se fijó de inmediato en la pajarita que llevaba en el cuello. «¿Quién se pone pajarita para un funeral?», pensó. Nunca se había acostumbrado a la obsesión de Maryland con esa prenda. De acuerdo, tal vez en el instituto, pero, cuando uno era adulto, solo para eventos formales. Sabía que sus antiguos amigos no estarían de acuerdo, pero, en su opinión, solo le sentaban bien a Pee-wee Herman y a Bozo el payaso. Sin embargo, al fijarse en su cara, todo cobró sentido. Gordon Barton. Iba un curso o dos por delante de ellas en el colegio, siempre detrás de Kate como si fuera un perrito faldero cuando eran jóvenes. Había sido un crío bastante raro y siniestro, siempre mirándola durante largo rato en las conversaciones, haciendo que se preguntara qué se le estaría pasando por la cabeza.
Gordon la miró y se acercó.
—Hola, Gordon.
—Blaire. Blaire Norris. —Sus ojos entornados no transmitían ningún cariño.
—Ahora soy Barrington —le informó.
—Ah, es verdad —respondió él con las cejas enarcadas—. Estás casada. Debo decir que te has vuelto bastante conocida.
La verdad era que le daba igual, pero el hecho de que reconociera su éxito literario la complació. Siempre había sido un estirado, siempre con actitud de superioridad.