La última vez que te vi. Liv Constantine
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—Suélteme —gritó, retorciéndose contra el agente que la sujetaba. Las lágrimas resbalaban por su cara y, cuando el coche de policía se alejaba, gritó—: ¿Dónde se lo llevan? Suélteme, maldita sea. ¿Dónde está mi madre? Necesito ver a mi madre.
Entonces el hombre aligeró la fuerza, pero no suavizó su expresión.
—Lo siento, señora. No puedo dejarla entrar.
—Mi padre debería estar con ella —dijo Kate. Al ver a Simon junto a ella, tomó aliento y trató de calmarse. Aunque seguía enfadada con él, su presencia era tranquilizadora.
—¿Dónde se lo han llevado? Al doctor Michaels, el padre de mi esposa. ¿Dónde se lo han llevado? —preguntó Simon rodeándola con un brazo.
—A la comisaría para interrogarlo.
—¿Interrogarlo? —preguntó Kate.
Una mujer uniformada se le acercó.
—¿Es usted la hija de Lily Michaels?
—Sí. La doctora Kate English.
—Me temo que su madre ha fallecido. Siento mucho su pérdida. —La agente se quedó callada unos instantes—. Vamos a necesitar que venga a la comisaría para que responda a unas preguntas.
«¿Siento mucho su pérdida?» Qué superficial. Simplista, incluso. ¿Así era como la veían los familiares de los pacientes cuando les daba una mala noticia? Había seguido a la agente, pero solo podía pensar en su madre, muerta, siendo fotografiada y estudiada por los investigadores antes de ser trasladada al depósito para que le realizaran la autopsia. Ella había visto unas cuantas autopsias cuando estudiaba. No eran agradables.
—¿Has comido algo? —le preguntó Simon, devolviéndola al presente al entrar en la habitación.
—No tengo hambre.
—¿Y un poco de sopa? Tu padre dijo que Fleur había preparado arroz con pollo.
Kate lo ignoró, él suspiró y se sentó en una silla junto a un ramo de flores que le habían enviado sus compañeros del hospital; acarició la punta de una hoja mientras leía la tarjeta.
—Qué amables —comentó—. Deberías comer algo, aunque fuera poco.
—Simon, por favor, para, ¿quieres? —No quería que se comportase como un marido devoto y cariñoso después de la tensión de los últimos meses. Cuando las peleas y los reproches alcanzaron un punto en el que Kate ya no podía concentrarse en su trabajo ni en ninguna otra cosa, había acudido a Lily. Hacía solo pocas semanas que se habían sentado junto a la chimenea en el acogedor estudio de sus padres, reconfortadas por las llamas, Kate con el uniforme del hospital y Lily muy elegante con unos pantalones blancos de lana y un jersey de cachemir. Lily la había mirado con intensidad y gesto serio.
—¿Qué sucede, cielo? Parecías muy disgustada por teléfono.
—Es Simon. Ha… —Se detuvo, sin saber por dónde empezar—. Mamá, ¿te acuerdas de Sabrina?
Lily frunció el ceño y la miró confusa.
—Sí que te acuerdas. Su padre fue quien se ocupó de todo cuando murió el padre de Simon, se convirtió en un mentor para Simon. Sabrina fue dama de honor en nuestra boda.
—Ah, sí. Me acuerdo. No era más que una cría.
—Sí, tenía doce años en aquel momento. —Kate se inclinó hacia delante sobre su silla—. ¿Recuerdas que, la mañana de la boda, mientras estábamos todas aquí preparándonos, Sabrina desapareció? Fui a buscarla. Estaba en una de las habitaciones de invitados, sentada al borde de la cama, llorando. Me dispuse a entrar, pero entonces vi que su padre estaba con ella, de modo que me quedé fuera, oculta. Estaba muy disgustada porque Simon fuese a casarse. Le dijo a su padre que siempre había creído que Simon esperaría a que creciera para casarse con ella. Sonaba muy lastimera.
Lily se quedó con los ojos muy abiertos, pero mantuvo la misma expresión de calma.
—Se me había olvidado eso, pero fue hace años. Era joven y estaba encaprichada.
—Pero no ha cambiado nada —respondió Kate con la cara roja—. Intenté entenderlo y ser amable, de verdad. Su madre murió cuando tenía cinco años y pensé que yo podría ser una buena amiga, incluso una confidente. —Suspiró—. Pero rechazó mis esfuerzos. Nunca se mostró grosera delante de Simon, pero, cuando estábamos solas, dejaba claro que no quería tener nada que ver conmigo. Y ahora, desde que murió su padre, está más pesada que nunca, llama a todas horas, cada vez quiere pasar más y más tiempo con Simon.
—Kate, ¿qué tiene que ver todo esto contigo? Siempre y cuando Simon no le dé pie, no tienes por qué preocuparte. Y la pobre chica se ha quedado huérfana muy joven.
—Esa es la cuestión. Que sí que le da pie. Cada vez que llama con algún problema o algo que hay que arreglar, él va. Y cada vez llama más. Él pasa mucho tiempo allí. Más del que debería. —Kate hablaba cada vez más alto—. Dice que no es nada, que estoy exagerando, pero no es verdad. Ahora que trabaja con él, están juntos a todas horas. Cenan juntos, viene a casa a montar a caballo, me ignora por completo y babea por él. He llegado a un punto en que no puedo soportarlo más. Le he pedido a Simon que se vaya.
—Kate, escucha lo que estás diciendo. No puedes romper tu familia por algo así.
—Pues ya no lo soporto más. No debería haberla contratado, pero su padre le pidió en su lecho de muerte que cuidara de ella. Sabrina le pidió trabajo a Simon en cuanto su padre murió.
—No me parece que Simon tuviera alternativa —le dijo su madre—. Las cosas se arreglarán. Quizá solo sea por el duelo.
—Francamente, mamá, estoy cansada de ser la esposa compasiva y sufridora. Es ridículo que me traten así y que luego mi marido me diga que soy injusta.
Lily se puso en pie y comenzó a caminar de un lado a otro. Se acercó a donde estaba Kate, le puso las manos en los hombros y la miró a los ojos.
—Voy a hablar con Simon y arreglarlo todo.
—Mamá, no. Por favor, no hagas eso. —Lo último que deseaba era que su madre pusiera a caldo a Simon. Eso empeoraría las cosas. Pero no había vuelto a oír a su madre decir nada sobre el tema. Si Lily había hablado con él, ni Simon ni ella se lo habían dicho.
Miró ahora a Simon y lo vio inclinado hacia delante sobre la silla, con los codos apoyados en las rodillas.
—Por favor, no me rechaces —le dijo—. Sé que hemos tenido nuestros problemas, pero ahora es momento de estar juntos y apoyarnos mutuamente.
—¿Apoyarnos? Hace mucho tiempo que no me apoyas. No debería haber permitido que volvieras a instalarte aquí.
—Eso no es justo. —Simon frunció el ceño—. Me necesitas aquí y yo quiero estar con Annabelle y contigo. Me sentiría mucho mejor estando aquí para cuidar de las dos.