E-Pack Los Fortune noviembre 2020. Varias Autoras
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—Suéltame.
Él volvió a murmurar algo y entonces se dio la vuelta, liberándola por fin.
—Vaya, Dee. ¿Por qué no me dejas dormir?
Ella se levantó de la cama, sujetándose la camisola con una mano y echándose el pelo atrás con la otra. El anillo de diamantes que tenía en el anular parecía más pesado que nunca, habiéndosele enredado en el cabello.
—A mí no te me quejes. ¿Pero qué pasa contigo? —le dijo, tirando del brazo con brusquedad y arrancándose el anillo del pelo.
Drew tenía casi todo el pelo sobre la frente y apenas se le veían los ojos. Sobre aquellas sábanas blancas, parecía más oscuro y peligroso que nunca, y muy seductor.
De repente la miró con los párpados casi cerrados y una sonrisa endiablada asomó en sus labios.
—Por lo visto, nada.
Deanna sintió un terrible ardor en las mejillas. No era tan ingenua como para pensar que tuviera algo que ver con… con lo que había sentido contra la espalda.
—Bueno, es evidente que tendremos que hacer algo con esto.
Él arqueó una ceja.
—¿Ah, sí?
Ella se sonrojó aún más.
—Eso no —le dijo, poniendo los ojos en blanco.
Esto, eso… Siempre se te han dado muy bien las descripciones, Dee, pero hoy te estás superando a ti misma.
Ella cruzó los brazos, aunque ya era demasiado tarde para esconder los pezones endurecidos que se transparentaban por debajo del fino tejido de la camisola.
—Me alegra ver lo mucho que te diviertes. Ya sabes a qué me refería.
Él sonrió con desparpajo y Deanna ya no pudo aguantar más. Dio media vuelta y se metió en el cuarto de baño, dando un portazo tras de sí. A través de la puerta le oyó reírse abiertamente.
—En qué lío te has metido, Deanna —se dijo, mirándose en el espejo.
—¿Has dicho algo?
Deanna casi dio un salto en el aire. La voz de Drew era tan clara como si estuviera justo al otro lado de la puerta.
—¡No!
—A mí me ha parecido que sí.
Buscó alrededor del picaporte con la esperanza de encontrar algún pestillo, pero no había ninguno. No sería capaz de entrar estando ella dentro…
—¿Deanna?
Ella tragó en seco, se mesó los cabellos.
—Yo, eh… —se aclaró la garganta y habló más alto—. Decía que necesito un café desesperadamente —añadió, haciendo una mueca. Aquella excusa era muy pobre. Ella ni siquiera bebía café.
—Muy bien.
Sin duda él no la creía, pero por lo menos dejó de insistir.
—Voy a ver si aún estamos a tiempo para desayunar.
—De acuerdo —abrió el grifo, dejó que corriera el agua y volvió junto a la puerta para escuchar.
Se sentía como una idiota, pero no consiguió relajarse hasta que sintió cerrarse la puerta del dormitorio.
En ese momento soltó el aliento de golpe y casi se desplomó allí mismo. Rápidamente abrió su bolso de viaje, sacó el champú y los cosméticos. Se duchó a toda velocidad y salió a la mullida alfombra de baño. Se puso la toalla alrededor y aseguró el borde todo lo que pudo. Se desenredó el cabello con el peine y se las arregló para maquillarse usando el único rincón del espejo que no estaba cubierto de vapor. Normalmente no usaba mucho maquillaje, pero, como ese día iba a asistir a una boda, se puso un poco más de sombra de ojos y colorete que de costumbre. Sólo podía esperar que fuera suficiente para esconder las oscuras ojeras que se le habían formado después de una noche sin dormir. Afortunadamente, Drew seguía sin aparecer, así que sacó el secador y se secó el pelo, peinándoselo al mismo tiempo. Lo tenía demasiado largo, pero no había tenido tiempo de ir a la peluquería. Volvió a meterlo todo en el bolso y colocó éste en un hueco vacío de una estantería, justo debajo de las toallas. Entonces regresó al dormitorio, apretándose la toalla alrededor del cuerpo. Y justo en ese momento, cuando estaba sacando unas braguitas limpias de un cajón, oyó cómo se abría la puerta, casi sigilosamente.
Deanna se dio la vuelta con brusquedad.
Drew, vestido con unos vaqueros y nada más, la miraba sorprendido.
—El café… —murmuró y extendió la mano. Con ella sostenía una reluciente taza roja.
Llevaba cuatro años trabajando para él. Le había servido muchos cafés a lo largo de ese tiempo, sabía que le gustaba más fuerte que a la mayoría de la gente, y que sólo quería azúcar cuando tenía resaca… Evidentemente, él nunca se había dado cuenta de que ella nunca tomaba café.
Pero le estaba bien empleado… por mentir… Si lo peor que iba a ocurrirle ese fin de semana era tener que tomarse una taza de café amargo, las mentiras tampoco le saldrían demasiado caras, sobre todo porque no podía dejar de mirar aquel abdomen musculoso, la tableta de chocolate, perfecta… Se las arregló para esbozar una sonrisa y fue a agarrar la taza que él le ofrecía.
Sin embargo, de pronto se dio cuenta de que todavía tenía las braguitas en la mano. Sonrojándose hasta la médula, volvió a meterlas torpemente en el cajón y tomó la taza en la mano.
—Gracias —le dijo.
Y entonces, desafortunadamente, la toalla que llevaba enroscada alrededor del cuerpo cedió un poco…
Deanna se quedó petrificada, inmóvil… mientras la toalla se deslizaba sobre su cuerpo hasta caer a sus pies…
Capítulo 5
MALDITA sea…
Un violento juramento escapó de los labios de Drew cuando la toalla aterrizó, casi a cámara lenta, a los pies de Deanna. En una fracción de segundo, ambos intentaron agacharse para recogerla, pero ya era demasiado tarde. Aquella imagen se había quedado grabada con fuego en su cabeza, o más bien tatuada, porque la instantánea de aquella preciosa figura no se le olvidaría jamás. Agarró la toalla, pero entonces se tropezó con ella. La vista se le iba hacia abajo, hacia la deliciosa piel aterciopelada y bronceada que le cubría todo el cuerpo, exceptuando un diminuto triángulo… La dejó agarrar la toalla y ambos se incorporaron.
Jamás se hubiera imaginado que su secretaria fuera de las que usaban bikini, pero aquellas marcas de bronceado eran inconfundibles.
—Lo siento —le dijo, tosiendo—. No quería asustarte.
Deanna hacía lo indecible por esquivarle la mirada. Asía la toalla con tanta fuerza que tenía los nudillos blancos.