E-Pack Los Fortune noviembre 2020. Varias Autoras
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—¿Cuándo supiste que Isabella era la persona adecuada?
—Casi enseguida.
—Entonces parece que yo no soy tan rápido como tú.
—Mm.
Aquel tono especulativo de J.R. ponía nervioso a Drew. Se echó hacia delante y se levantó de la silla.
—Será mejor que duerma un poco antes del desayuno —levantó su vaso de whisky—. Gracias por la leche caliente.
Por el rabillo del ojo vio que su hermano sonreía. Se dirigió hacia el dormitorio y sólo se detuvo un instante en la cocina para dejar el vaso. Desafortunadamente, no obstante, los efectos anestésicos del caro whisky de J.R. se esfumaron nada más llegar a la puerta del dormitorio.
Entró silenciosamente. La tenue luz que se colaba por debajo de la puerta del cuarto de baño arrojaba un halo resplandeciente sobre la cama, pero apenas podía ver a Deanna. Estaba en el borde de la cama, en el lado más próximo al cuarto de baño. Lo único que podía ver era su copiosa melena extendida sobre la almohada, pero fue suficiente para revivir las imágenes que lo habían hecho salir huyendo de la habitación un rato antes. Se quedó inmóvil en el umbral durante unos segundos, esperando a que ella se levantara o a que hiciera algún ruido que le indicara que estaba despierta. Pero no oyó nada y pensó que era mejor meterse en la cama antes de que empezaran a preparar el desayuno, así que cerró la puerta con sumo cuidado y entró en la habitación. Nunca se había molestado tanto por no despertar a una mujer. Nunca había llevado a una mujer a su casa de San Diego. Siempre era más sencillo ir a la casa de ella, porque así era más fácil marcharse.
Al ver la sombra de su petate sobre una silla del rincón, se dio cuenta de que no había metido ningún pijama ni albornoz al hacer la maleta. Normalmente no tenía por costumbre llevar ninguna de las dos cosas y, al meterlo todo en la bolsa esa misma mañana, sin duda no había pensado en la posibilidad de ir acompañado.
Se mesó los cabellos y quiso maldecir una vez más a su padre por la situación que había generado. Se desabrochó la camisa, la arrojó sobre la silla y entonces se quitó los zapatos, intentando hacer el menor ruido posible. Después se desabrochó el cinturón y se deshizo de los pantalones. Al terminar miró hacia la cama. Todo seguía igual. No estaba seguro de cuál podría ser su reacción si se despertaba y se lo encontraba junto a la cama como un pasmarote, en calzoncillos, los cuales poco podían hacer para esconder la erección que tenía en ese momento. Soltó el aliento, retiró un poco el edredón y se sentó en el borde de la cama. Ella seguía inmóvil. Puso los ojos en blanco y trató de sosegarse un poco. Si lo hubieran visto en ese momento… Moviéndose muy lentamente, logró estirarse sobre la cama, se tapó todo lo que pudo y se quedó mirando al techo de vigas. Pensaba que nada más llegar a Red Rock ya no sería capaz de pensar en otra cosa que no fuera el matrimonio de su padre, pero la cálida presencia de la mujer que tenía a su lado lo cambiaba todo. Por muy cómoda que fuera la cama, probablemente no conseguiría pegar ojo esa noche.
Suspiró y se estiró un poco más, pasándose un brazo por debajo de la cabeza. Sin querer, sus dedos chocaron contra el cabecero. La ropa de cama hizo un ruido de fricción y…
—¿Drew?
Una letanía de juramentos desfiló por su mente.
—Lo siento. No quería despertarte.
Ella se volvió hacia él y ahuecó la almohada debajo de la mejilla. Él podía sentir su intensa mirada.
—¿Estás bien?
—Sí, estoy bien —le dijo él, mintiendo—. Vuelve a dormirte.
Pero ella no le hizo caso y sus agudos ojos siguieron taladrándolo sin cesar. Podía terminar con ello. Sólo tenía que rodar sobre sí mismo y estrecharla entre sus brazos, pero así sólo conseguiría que ella saliera huyendo hacia el borde de la cama.
—La gente se levanta pronto aquí —le advirtió finalmente.
—Yo me levanto pronto cuando estoy en casa —le dijo ella en un tono ecuánime—. Y por mucho que quisiera volver a dormirme, resulta un poco difícil teniéndote a un metro de distancia, ardiendo como si tuvieras fiebre.
No estaban ni a un metro de distancia. Estaban a mucho menos. De haber estado a un metro de ella, sin duda no se hubiera sentido tan mal. Incluso estaba barajando la posibilidad de dormir en el suelo, pero no tenía ganas de moverse de nuevo. A lo mejor ella se lo tomaba todavía peor.
—No tengo fiebre —murmuró él.
Deanna resopló con escepticismo, cambiando de nuevo de postura, acostándose boca arriba. Alisó el edredón, y sacó los brazos desnudos por encima de él. Drew podía ver el brillo cremoso de su piel, desde la punta de sus dedos hasta la curva de los hombros.
Cerró los ojos.
—Tu hermano tiene una casa muy bonita.
—Sí.
El silencio se prolongó dolorosamente durante unos segundos.
—¿Te lleva muchos años?
—Ocho.
—¿Y tus otros hermanos?
Él suspiró.
—No vas a dormirte, ¿verdad?
Sin duda, los motivos por los que ambos estaban en vela distaban mucho de ser los mismos.
—Nick tiene treinta y nueve. Charlene y él tienen un bebé. Matthew.
Las fotos que Nick le había enviado eran muy bonitas, pero a Drew todavía le costaba mucho imaginarse a su hermano como un hombre de familia. Nick siempre había sido un soltero empedernido, de pura cepa.
—Es analista en la fundación Fortune.
Deanna volvió a moverse y le miró nuevamente, con la cabeza apoyada en una mano.
El edredón se le bajó un poco y Drew pudo ver lo que llevaba debajo. Era una especie de camiseta ceñida del color de su piel que no escondía nada, a diferencia de aquellos trajes horrorosos que llevaba en la oficina. Por suerte, la luz que manaba del cuarto de baño era muy tenue, y una parte de él deseó que fuera más fuerte.
—Es una organización benéfica, ¿no?
¿Cómo iba a saber que era tan conversadora de madrugada? Normalmente en el trabajo era muy callada y reservada.
De repente, Drew sintió un calor tremendo y echó atrás el edredón, teniendo cuidado de no llevarse la sábana por delante. Apenas había luz, pero no quería arriesgarse. Cada vez que creía que podría sofocar el fuego que ardía en su interior, bastaba con una sola mirada a ese top ceñido para disparar la chispa de nuevo.
—La fundación fue creada como homenaje a Ryan Fortune, el primo de mi padre.
«El difunto marido de la prometida de su padre», pensó para sí, pero no lo dijo.
De repente sintió que se le agarrotaba el estómago. ¿Cómo se había atrevido su padre a mencionar a su madre?
—¿Lo