El regreso del circo. Alfredo Gaete Briseño

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El regreso del circo - Alfredo Gaete Briseño

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completamente renovado: elegante, lleno de colorido… En el costado del carro que arrastraba, estaban pintadas ellas sobre sus columpios… Iban sosteniendo entre las dos, adivina qué.

      ―Supongo que el anillo, igual que en los afiches.

      ―¡Sí, exacto, el anillo!

      ―Migue, ¿crees que se acuerden de nosotros?

      ―¡Pero por supuesto!, cómo no se van a acordar.

      ―Ha pasado mucho tiempo.

      ―No importa, te apuesto a que se acuerdan. ¿Acaso tú las olvidaste?

      ―No podría…

      ―¿Ves?

      ―De acuerdo, tienes razón, tenemos que ir a verlas.

      ―Y avisarles a las chiquillas.

      ―¿Tú crees? ¿Cómo lo va a tomar la Cami?

      ―¿Y qué si le importa? ―Miguel se largó a reír―. Claro que le va a importar, y le hará bien, capaz que deje de hacerse la interesante, especialmente contigo.

      ―No se trata de eso…

      ―¿Para qué la defiendes? Claro, porque los dos siguen comportándose como cabros chicos. Han pasado casi dos años y todavía ninguno reconoce lo que siente por el otro, y eso que ya tienen catorce… No te voy a decir lo que parecen. Está bueno que de una vez por todas le digas que te gusta, pero claro, como no te atreves… Estoy seguro de que anda detrás de ti… porque es así desde siempre. Parece que todos nos damos cuenta, menos ustedes dos.

      ―No lo sé, a veces se hace tan la interesante.

      ―Porque es mujer, así son todas. Así que digámosles que nos acompañen. De seguro dirán al tiro que sí.

      Capítulo 2

      Nueva fisonomía del circo

      Cuando llegaron al lugar en que se instalaba el circo, se quedaron parados mirando cómo terminaban de descargar camiones y camionetas, mientras algunos instalaban los carros y otros iniciaban las faenas de levantar las carpas más pequeñas que servirían para disponer algunos servicios necesarios en el desarrollo adecuado de la vida de sus artistas y otros trabajadores.

      ―Mira, Cami, todo está nuevito, no cabe duda de que les ha ido bien.

      ―Sí, Delia, yo digo lo mismo. Y muy bien.

      Miguel y Horacio se giraron a mirarlas. A Camila su pelo negro le había crecido y lo mantenía sobre los hombros, con una chasquilla que le daba un toque de coquetería.

      Delia, en cambio, continuaba usándolo más largo, destacando su gran cantidad de rizos. Aunque era castaño, bajo el sol tomaba una apariencia algo rubia. Los ojos pardos también respondían a la acción del sol, tomando una tonalidad amarillenta.

      La carpa que comenzaban a alzar, a diferencia de la principal, listada rojo con blanco, recostada en su sitio esperando a ser levantada, era color beige y se veía impecable.

      ―Nada que ver con la del comedor de antes. Esta es mucho más elegante. Y la carpa principal también es igual de nueva, y se ve muy linda.

      ―Sí, las dos están preciosas, se nota que son nuevas.

      ―Y miren el colorido de los carros, los camiones y las camionetas, parecen recién pintados.

      ―Sí, y son últimos modelos.

      ―Qué buena.

      ―¡Vamos! ―Horacio echó a caminar.

      Camila lo siguió y se puso a su lado.

      ―Te ves muy interesado en entrar pronto.

      No respondió, se limitó a esbozar una sonrisa impregnada de socarronería.

      Miguel y Delia los vieron adelantarse.

      ―Quién diría que este con el tiempo se pondría tan patudo.

      ―Sí, es bien lanzado, pero me gusta que sea así.

      De pronto ella apuntó con su dedo índice.

      ―¡Mira allá! Esas niñas son iguales…

      Miguel se detuvo.

      ―¡Sí, por supuesto, son ellas!

      Cambiaron de rumbo y avanzaron en diagonal, alejándose de Horacio y Camila, que ignorantes de su descubrimiento, continuaron en busca del carro de las gemelas.

      ―¿Serán ellas? Son altas y tienen el pelo muy corto.

      ―Sí, serán altas y con el pelo corto, pero son ellas. En realidad, están bien altas. ¡Apúrate, Delia! Todavía no nos han visto.

      A medida que se acercaban, Miguel notó que estaban muy diferentes. Lucían unos bluyines iguales, muy ajustados, y unas coloridas blusas con blanco, azul y amarillo, que haciendo juego con los ojos, se ajustaban al cuerpo, permitiendo que exhibieran los contornos de su paso púber hacia la edad adulta. Quiso comentar que se veían muy lindas, pero alcanzó a darse cuenta de que iba con Delia, no con Horacio. Por ello mantuvo la boca cerrada y se puso rojo.

      Cuando llegaron hasta donde estaban, se habían agachado y tiraban de una cuerda, mientras un joven martillaba sobre una gruesa estaca para tensar el viento de la carpa.

      ―Hola.

      Giraron sus cabezas y los ojos enfocaron a la pareja que las observaba. Con un atlético movimiento se enderezaron y quedaron frente a ellos.

      ―¡No lo puedo creer! ¡Miguel…! ―Sofía se lanzó hacia él, abrazándolo.

      ―Ya, hermana, deja que también lo salude.

      ―Está bien. ―Separándose, se acercó a Delia. Se abrazaron con afecto, aunque no tanto como lo hicieran con Miguel.

      Alicia imitó a la otra gemela, luego también saludó a Delia.

      Sofía aprovechó para acercarse de nuevo a Miguel.

      ―Qué bueno que estén acá… Mira, déjame presentarte a… ―Giró la cara hacia el muchacho que martillaba una segunda estaca―. ¡Juan!

      Él llevó la mirada hacia ella.

      ―¡Ven, párate!

      Se puso de pie con un salto que acusó su gran elasticidad.

      Delia notó de inmediato su excelente estado físico. Le pareció obvio que trabajaría en el circo.

      ―Ven, Juan, déjame presentarte a mis amigos.

      Alicia se acercó de nuevo a Miguel.

      ―¿Y Horacio…? ¿Y Camila?

      Miguel

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