El regreso del circo. Alfredo Gaete Briseño

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу El regreso del circo - Alfredo Gaete Briseño страница 6

El regreso del circo - Alfredo Gaete Briseño

Скачать книгу

por Horacio, Camila y Delia. Algo más atrás iban Sofía, Alicia y los primos, los cuatro inquietos por la velocidad que tomaban, acostumbrados al peligro, pero con precaución y las medidas de seguridad propias de los actos que realizaban. Aquí era diferente. Miguel, más adelante, no se contentaba con la velocidad que permitía la pendiente, sino que pedaleaba con fuerza, como si participara en una competencia, incluso se había distanciado un poco más de quienes lo seguían. Sofía vio, asustada, que el atajo terminaba en una calle y él no disminuía. ¿Qué pretendía? Podía pasar un auto, si no dos o tres, y sin la visibilidad que necesitaba se podía estrellar. Al avanzar unos metros observó que por el otro lado de la calle continuaba aquel caminillo de tierra. ¿Acaso Miguel pretendía cruzar sin detenerse ni siquiera a mirar? Y los otros tres tampoco parecían dispuestos a tomar precaución alguna. Se distanciaron aún más y vio cómo Miguel primero y los otros tres después, atravesaban la calle con una irresponsabilidad que le pareció inaceptable. Cuando estaba cerca del cruce, se dio cuenta de que la visibilidad era magnífica. Hacia la izquierda un gran terreno que apenas tenía unos pocos pinos permitía ver lo que sucedía a más de una cuadra; hacia el otro lado había una casa pequeña construida en una gran planicie, con algunas plantas de adorno, que también dejaba la vista libre. Soltó el freno y pedaleó con vigor, intentando ganar distancia o al menos no alejarse más. Su hermana y los primos hicieron lo mismo.

      Aquel callejón desembocaba en otra calle, por donde doblaron a la derecha y sus pies continuaron impulsando las bicicletas hasta llegar a la que bordeaba la playa.

      El lugar estaba muy cambiado. La caleta había sido convertida en un pequeño mercado con toldos hexagonales de paja cubriendo los puestos. A continuación, nacía una larga costanera de cemento y los montículos de arena sembrados de docas habían sido aplanados y estas reemplazadas por hermosas plantas, imitando un balneario de lujo. La calle, ensanchada, dividida al centro por una larga fila de faroles entre los cuales había grandes maceteros repletos de coloridas flores, moría a los pies de una gran duna.

      Allí se detuvieron. Miguel esperó a que llegaran los demás y se bajó, llevando su bicicleta por la arena hasta unos cinco metros antes de las aguas que se estiraban y recogían. La dejó caer, se quitó la ropa y corrió hacia el océano.

      Horacio, Camila y Delia lo imitaron. Las gemelas y los primos se quedaron mirándolos con la sorpresa pegada en la cara. Miguel, luego de desaparecer bajo una ola, se devolvió.

      ―Y ustedes, ¿no se van a bañar?

      Las gemelas miraron a Juan y Sofía devolvió los ojos hacia Miguel. Su tonalidad azul brillaba por el efecto de los rayos solares.

      ―No trajimos traje de baño, no se nos ocurrió.

      Ellas vestían remera sin mangas y shorts; los primos algo parecido, aunque con anchas bermudas.

      ―Pucha, perdonen, no se me ocurrió decirles…

      ―No, no importa, nosotros fuimos los tontos. ¿Y cómo harán para volver? Estarán todos mojados.

      ―No, con el calor de la arena, en un rato nos secaremos. ¿Les importa que me bañe?

      Sofía intentó no demostrar su desencanto.

      ―No, anda nomás, nosotros miraremos desde aquí, pero vuelvan pronto para que podamos conversar un rato.

      Miguel corrió, entró en el agua y aprovechó una ola para introducirse de cabeza y desaparecer una vez más.

      Al rato volvieron y se tendieron junto a sus amigos. Después de un corto silencio, Miguel se aventuró a acercarse a la pregunta sobre aquello que lo tenía con la curiosidad despierta desde antes de apreciar desde su ventana el ruidoso paso de la caravana del circo.

      ―Parece que les ha ido súper.

      ―Sí, y en parte se lo debemos a ustedes, jamás olvidaremos todo lo que hicieron.

      ―Sí, mi papá tampoco.

      Miguel y Horacio les ofrecieron una gran sonrisa impregnada de orgullo. Camila y Delia sentían lo mismo.

      ―¿Qué pasó con el anillo?

      Miguel dirigió los ojos hacia Horacio, pues le había robado la pregunta.

      ―Sí, ¿qué pasó con el anillo? Tienen mucho que contarnos. ―De inmediato los devolvió a Alicia, quien se había sentado con las piernas cruzadas en posición yogui.

      ―Bueno, en realidad ya no es mucho tema. Nos hemos acostumbrado a él.

      ―Y él a nosotros… Ha sido de gran ayuda en nuestras rutinas… También en nuestras vidas.

      Juan desvió su mirada hacia Sofía, como si confidenciara un gran secreto.

      Ella hizo caso omiso a su conducta.

      ―Hemos estado haciendo dos funciones diarias. de martes a domingo, salvo cuando el circo se ha movido de un lugar a otro, claro. A las siete y a las diez. Tienen que ir a la inauguración. Habrá una primera función este viernes en la noche, después celebraremos un rato y esperamos que los cuatro vayan.

      Todos movieron con energía la cabeza en señal de aprobación. Miguel se mostró el más entusiasmado.

      ―¡Por supuesto, ahí estaremos! Y hablando de celebrar, en la tarde haremos un bailoteo, esperamos que ustedes vayan. Nos juntamos con los otros chiquillos casi todas las tardes. Hay buena música y podemos bailar. ―Observó a Sofía, quien echó una mirada rápida a su hermana y sus primos, y la devolvió a él.

      ―Sería buenísimo, pero tendremos que preguntarle a mi papá.

      ―Pero eso es a las ocho, no van a trabajar a esa hora, ¿no? Total, hoy es miércoles y no tendrán función hasta pasado mañana.

      ―No, por supuesto que no trabajaremos, pero igual tenemos que pedir permiso.

      ―Yo se los pido.

      ―No, Migue, gracias, no creo que sea necesario. Nosotras lo haremos.

      ―Entonces irán.

      ―Sí, yo creo que sí, pero igual tenemos que preguntarle. ¿Qué dicen ustedes? ―Sofía llevó la mirada hacia Juan.

      ―Por supuesto que sí. El tío es buena persona y entiende que no todo debe ser trabajo. También tenemos derecho a distraernos un poco.

      La cabeza de Marco afirmó con efusión.

      ―No sé si te den permiso, querido hermano, todavía eres muy chico.

      Marco lo miró con furia.

      ―Tú no te preocupes, inventaremos alguna excusa para que te dejen.

      ―Gracias, Sofía. Yo sé que ustedes me ayudarán.

      ―Sí, pero conste que no depende cien por ciento de nosotras, así que no te lo podemos prometer.

      ―Ya, pero hagan todo lo posible.

      ―Sí, quédate tranquilo, y si es necesario Juan nos ayudará. ¿Cierto, primo?

      ―Sí, cierto, aunque no sé por qué este cabro chico tiene que andar

Скачать книгу