El regreso del circo. Alfredo Gaete Briseño

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El regreso del circo - Alfredo Gaete Briseño

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con respuestas cortas, como: "¿Cuál es tu cantante o banda preferida?”, "¿A dónde fuiste en las últimas vacaciones?”.

      Al avanzar volteando páginas, las preguntas se ponían conflictivas, por lo tanto, más difíciles de responder y al mismo tiempo más entretenidas, del tipo: “¿Quién te gusta?”. “¿Quién te cae mal?”.

      El primer nombre que aparecía en la página uno, era el suyo. También en las demás, bajo cada pregunta, para dar luces a los otros de cómo responder.

      Al comienzo de la primera plana había una corta explicación de qué debía hacer la persona que quisiera participar, porque un slam book debía circular entre las amistades y por tanto su dueño no siempre estaría presente para explicar.

      La justificación del juego obedecía a algún día poder mirar hacia atrás en los viejos slam books, como si fueran cápsulas del tiempo que capturaban el ambiente de una época determinada; sin embargo, en la inmediatez permitían averiguar datos personales difíciles de conseguir en forma directa.

      Pensó que la idea de Horacio no era mala, pero el cuaderno le incomodaría y también a cualquiera que se lo pasara, de modo que lo regresó al clóset.

      ―Ahí te quedarás, por el momento. ―Con una sonrisa marcada en sus labios, bajó a ver si el almuerzo estaba listo.

      Por su parte, luego de separarse de Delia, Camila reconoció en su interior que el panorama en bicicleta se veía entretenido, pero le costaba luchar para superar los celos que se la comían sin piedad. Recordó haber descubierto varias veces a Horacio poniendo sus ojos en Alicia, lo que una vez más le produjo rabia. También esa sonrisa insoportable que mantenía en su boca, lo que al mismo tiempo le fascinaba como si fuera una gallina hipnotizada. Suspiró. Tendría que pelear por lo que le correspondía, o sea, Horacio, aunque no sabía cómo. Se percibía atrapada por las circunstancias. Lamentó que él nunca se hubiera atrevido a pedirle pololeo. “¿Y si yo se lo pidiera?”. De inmediato su mente también reprodujo la voz de su mamá advirtiéndole cómo debía comportarse una señorita: “Solo las sueltas hacen ese tipo de cosas. Debes saber mantener la compostura, aunque te duela; por eso las mujeres debemos aprovechar que somos más inteligentes…”. Otra idea entró en su cabeza: “¿Sentirá por mí lo que yo creo que siente?”. La percibió como un golpe bajo. Pensó en el slam book de ella, nunca le había pedido que escribiera en él; de inmediato recordó que lo había hecho en el de ellos y había puesto puras tonteras, no se arriesgaría a que se vengara haciendo lo mismo.

      Capítulo 4

      Arriba de las bicis

      Las ruedas, luego de derrapar unos centímetros debido a las frenadas sobre el polvo, dejaron de rodar.

      Frente a los cuatro estaban las gemelas y Juan, también montados en sus bicicletas, dispuestos a emprender una aventura. Los acompañaba otro muchacho, Delia calculó que debía tener once o doce años, de modo que no le prestó mayor atención. Camila, en cambio, fue más empática.

      ―Hola.

      Sofía se adelantó.

      ―Él es Marco, el hermano chico de Juan.

      El niño puso cara hosca, claramente esa manera de ser presentado no le gustaba. Camila lo notó e hizo un esfuerzo para no reír.

      Sofía lo indicó con el dedo, lo que tampoco le agradó.

      ―¿Les importa si nos acompaña?

      Miguel lo miró intentando que no se notara su reticencia.

      ―Supongo, ¿tiene permiso para acompañarnos?

      ―Sí, y anda muy bien en bici. De hecho, hace un número equilibrándose sobre un monociclo.

      Camila puso una divertida cara de curiosidad y Marco se dio por aludido.

      ―Sofía se refiere a una bicicleta de una sola rueda.

      ―Sí, Marco es un gran equilibrista… ―Todos los ojos enfocaron hacia el lugar de donde provenía aquella voz ronca y cantarina―. Me alegro de verlos de nuevo, muchachos. Supe que pasarían por aquí y no quise perder la oportunidad para venir a saludarlos, aunque estamos muy ocupados instalándonos, pero siempre habrá un ratito para ustedes.

      La bicicleta de Miguel estaba algo más cerca de él.

      ―Hola, don Gonzalo. Qué bueno verlo.

      ―Sí, por supuesto, Miguel. Vernos, siempre será de mi parte algo muy bueno.

      ―Gracias…

      Horacio le tendió su mano derecha.

      El hombre aceptó el saludo con la suya y al mismo tiempo puso la izquierda sobre su hombro.

      ―Es un placer, chiquillos. ―Envió una rápida mirada alrededor.

      ―El placer es nuestro. Me alegra que las gemelas puedan salir con nosotros.

      ―Sí, Migue, aunque en realidad es gracia de ellas, yo no estaba muy de acuerdo, con todo lo que tenemos por hacer… Pero en fin, ellas no me dejaron más alternativa que darles permiso. Eso sí, traten de no volver muy tarde. Y cuiden a Marquito…

      Aquella advertencia también molestó al muchacho. Siempre tenía que aceptar que lo trataran como un mocoso, pero era el precio que debía pagar para que lo consideraran en sus actividades.

      ―Bueno, vayan nomás. Pásenlo bien y cuídense, y por favor no hagan tonterías. Y tú, Marco, haz caso a todo lo que te digan tus primas… y, por supuesto, tu hermano.

      Rezongó con un corto murmullo que Gonzalo no percibió.

      El papá de las gemelas recibió como respuesta siete sonrisas que respondió con la suya. Los vio alejarse con lentitud hasta que desaparecieron de su vista. Tragó saliva, le preocupaba que sus niñas fueran quizás a dónde y, para mayor responsabilidad de su parte, con los hijos de su prima Marta, quien hacía un año se había unido a la caravana, luego de ser abandonada por su marido y dejada, como ella solía decir, “en la calle”. Le inquietaba pensar en qué travesuras harían las gemelas; sin duda habían madurado, pero tenían un carácter aventurero y arriesgado similar al de su madre. Mientras caminaba hacia la carpa grande, continuó recordándola. Una hermosa imagen se apoderó de sus pensamientos, de la cual sus hijas eran fiel reflejo. Su agilidad era impresionante y caminaba como si pisara sobre una superficie elástica, contoneando con gracia las caderas. Siempre estaba inventando nuevos trucos para entretener a su público y tenía una personalidad fuerte, pero que manejaba con destreza y a los ojos de los demás parecía angelical. Por otra parte, su rostro se veía en paz, con una sonrisa que no se hacía de rogar para aparecer… Aquella cara pronto tomó el aspecto de un anillo y recordó cuando luego de sacarlo de su dedo moribundo, lo guardó… hasta que pareció haberse perdido y las gemelas entraron a tallar en el asunto. Desde entonces, las cosas cambiaron para el circo y para ellos, y por fin, la preciada joya quedó en su poder. Sentía que permitirlo había sido, además de la salvación para el circo, una hermosa forma de devolverles a su madre, aunque desconocía hasta qué punto lo había hecho. Al entrar a la carpa, observó a los dos payasos que en ese momento ensayaban y se distrajo revisando la rutina.

      Liderado por Miguel, el grupo de ciclistas comenzó a pedalear con energía, hasta lograr una velocidad considerable.

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