El hijo del siciliano - El millonario y ella. Sharon Kendrick

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El hijo del siciliano - El millonario y ella - Sharon Kendrick Libro De Autor

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salía a las once, pero ¿y si lo perdía? Aunque su amiga Joanna podía cuidar de Gino durante el día, durante la noche tenía que cuidar de su propio hijo. Además, ella no se había separado del niño desde que nació.

      –No, cenar no me viene bien.

      –¿Por qué? ¿Estás ocupada?

      –No vivo en Londres, así que para mí es más fácil que nos veamos durante el día.

      Vincenzo se estiró cuando una morena de falda ajustada entraba en su despacho para llevarle un café exprés y tuvo que sonreír cuando la joven salió moviendo descaradamente el trasero.

      –Sí, muy bien, nos veremos para comer entonces. ¿Recuerdas dónde está mi oficina?

      La idea de ir a su cuartel general, con sus suelos de mármol y su lujosa decoración la asustaba. Además, su oficina no era territorio neutral. Vincenzo llevaría la iniciativa… y no había nada que le gustase más.

      –¿No preferirías que nos viéramos en un restaurante?

      De nuevo, Vincenzo creyó detectar cierta esperanza en su voz y se quedó sorprendido por el deseo de aplastarla.

      –No, yo no voy a restaurantes –le dijo. No quería que hubiera una mesa separándolos, ni camareros, ni la formalidad del ambiente–. Te espero aquí a la una.

      Y luego, para asombro de Emma, colgó sin decir una palabra más.

      Ella dejó el auricular en su sitio y cuando levantó la mirada, vio su imagen en el espejo. Su pelo parecía más lacio que nunca, su cara pálida como la tiza y tenía sombras bajo los ojos. Vincenzo siempre había sido tan particular sobre su aspecto… en realidad, había sido como una muñeca para él.

      Aunque era siciliano, había adoptado felizmente el ideal de la bella figura, la importancia de la imagen. Mordiéndose los labios, Emma imaginó el desdén de sus ojos negros si pudiera verla en aquel momento. Y ese desdén la colocaría en una posición de desventaja.

      Entre aquel día y el lunes tendría que hacer algo drástico con su aspecto.

      Capítulo 2

      EMMA miró el edificio Cardini intentando reunir valor para entrar en él. Era una estructura muy bella, construida casi enteramente de cristal en una de las mejores zonas de Londres para dejar bien claro que Vincenzo era un hombre muy rico.

      El diseño había ganado varios premios, pero en sus ventanales, Emma podía verse reflejada y lo que veía no le daba mucha seguridad.

      Había sido una pesadilla encontrar algo adecuado que ponerse porque toda su ropa era muy práctica; nada que ver con los caros vestidos a los que se había acostumbrado cuando estaba casada con Vincenzo.

      Al final, eligió un sencillo vestido oscuro que había alegrado un poco con un collar y había cepillado sus botas hasta que casi podía verse la cara en ellas. Sólo el abrigo era bueno, de cachemir azul marino, con unas violetas de seda bordadas en el cuello y el bajo, como si alguien hubiera tirado las flores allí descuidadamente.

      Vincenzo le había comprado ese abrigo en una de las boutiques más caras de Milán. La había dejado dormida en la habitación del hotel para volver poco después con una enorme caja envuelta en papel de regalo.

      No había querido ponérselo aquel día porque estaba lleno de recuerdos, pero era la única prenda buena que tenía en el armario. ¿Cuál era la alternativa, además? ¿Ir al cuartel general de Vincenzo Cardini llevando un abrigo barato?

      Emma entró en el amplio vestíbulo de mármol y se acercó a la recepción, un camino que le pareció interminable.

      La joven que estaba sentada detrás del mostrador le ofreció una aburrida sonrisa.

      –Tengo una cita con Vincenzo Cardini a la una.

      –¿Es usted Emma Cardini? –murmuró ella, mirando sus papeles.

      –Sí, soy yo –asintió Emma.

      –Tome ese ascensor hasta la última planta. Alguien la esperará allí.

      –Gracias.

      Mientras el ascensor subía, Emma se preguntaba cuánto tiempo había pasado desde la última vez que estuvo en Londres y cuánto desde la última vez que estuvo tantas horas sin ver a su hijo. Nunca durante todo un día, desde luego.

      ¿Estaría bien?, se preguntó por enésima vez. ¿O se pondría a llorar al darse cuenta de que su mamá se había ido?

      Pero en la pantalla de su móvil no había ningún mensaje. Le había dicho a Joanna que la llamase en cuanto hubiera el más mínimo problema, de modo que todo debía de ir bien.

      «Así que haz lo que has venido a hacer», pensó, respirando profundamente mientras se abrían las puertas del ascensor.

      Al otro lado había una guapísima morena con una falda ajustada, el pelo artísticamente sujeto sobre la cabeza y unos pendientes de diamantes. Y, de repente, Emma se sintió como la pobre chica del pueblo que iba de visita. ¿Cuántas mujeres guapas necesitaba Vincenzo a su alrededor?

      –¿Signora Cardini?

      –Sí.

      –Sígame, por favor. Vincenzo la está esperando.

      «Pues claro que está esperándome», le hubiera gustado gritar mientras observaba a la morena mover las caderas delante de ella.

      «¿Y quién te da derecho a llamar a mi marido por su nombre de pila?».

      «Pero no va a ser tu marido durante mucho tiempo. De hecho, no ha sido tu marido en casi dos años y será mejor que olvides esos absurdos celos ahora mismo».

      La joven abrió la puerta del despacho con un gesto que parecía indicar que estaba a punto de encontrarse con alguien de enorme importancia y Emma se hizo la fuerte para ver a Vincenzo, como había ido haciendo en el tren.

      Pero nada podía prepararla para la realidad de ver a su marido otra vez en carne y hueso.

      Estaba frente a la ventana, que ocupaba toda una pared de su despacho, así que a primera vista sólo era una oscura silueta. Pero eso sólo servía para destacar su magnífico físico, todo músculo y fibra, la clase de perfección que los escultores habían usado como ideal masculino desde el principio de los tiempos.

      Tenía las manos en los bolsillos del pantalón, en un gesto arrogante… pero Vincenzo Cardini siempre había sido arrogante. Veía lo que quería y lo hacía suyo, así de sencillo. Y normalmente lo conseguía con una mezcla de arrogancia, poder de persuasión y carisma.

      Pero ella tenía algo mucho más precioso que todas las posesiones de Vincenzo y no podía dejar que se lo quitase. Y para eso tenía que estar tranquila.

      –Hola, Vincenzo.

      –Emma –respondió él, antes de murmurar algo en italiano que hizo a la morena salir rápidamente del despacho.

      Luego dio un paso adelante y, a pesar de haber

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