Amor entre viñedos - Un brote de esperanza. Kate Hardy

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Amor entre viñedos - Un brote de esperanza - Kate Hardy Ómnibus Deseo

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esperando. Espero que mi presencia en Ardeche no suponga un problema para tu esposa.

      Xavier la miró con humor.

      –¿Intentas saber si estoy casado? Si te interesa, ¿por qué no me lo preguntas sin más? Déjate de subterfugios, Allegra. Es irritante.

      Allegra se ruborizó.

      –Tienes razón… ¿Estás casado?

      –No. Y tú, ¿ya estás contenta?

      Allegra se arrepintió de habérselo preguntado.

      –Tu estado civil no me importa en absoluto. Simplemente, me preocupaba que tuvieras una relación con alguien y que me considere una especie de amenaza.

      –Pues no, no mantengo ninguna relación con nadie –declaró–. Estoy demasiado ocupado con los viñedos. No tengo tiempo para complicaciones.

      –No me digas que ahora eres célibe…

      Él arqueó una ceja.

      –¿Te interesa mi vida sexual,?

      Ella se volvió a ruborizar.

      –No, claro que no… Lo siento.

      –Pero lo has dicho. Es evidente que sientes curiosidad.

      –Olvídalo.

      Xavier sonrió.

      –No soy célibe. El sexo me gusta. Y me gusta mucho, como tal vez recuerdes. Pero, como ya he dicho, no tengo tiempo para complicaciones.

      –Has cambiado mucho en estos años…

      –Y tú. Por lo visto, los dos somos más viejos y más sabios.

      –Sí, supongo que sí. En fin, gracias por ayudarme con las maletas.

      Xavier se marchó enseguida. Allegra entró en la casa y, tras saludar a Hortense, subió las maletas. Mientras estaba guardando sus cosas, sonó el teléfono y encontró un mensaje de Xav. Le decía que la esperaba en su despacho al día siguiente, a mediodía. Y le pedía que llevara una barra de pan.

      Cuando terminó con las maletas, habló con Hortense para que le diera las llaves del dos caballos de Harry y se dirigió al granero que su difunto tío abuelo utilizaba como garaje; pero, desgraciadamente, el coche no arrancó.

      Ya estaba pensando en la posibilidad de alquilar un vehículo cuando vio una bicicleta apoyada en la pared. Y entonces, tomó una decisión. Aquella bicicleta iba a ser su medio de transporte. Hasta tenía una cesta en la parte delantera, donde podía meter el bolso y el ordenador portátil.

      Era perfecta. Justo lo que necesitaba para empezar una nueva vida.

      Capítulo Cuatro

      A la mañana siguiente, Allegra se montó en la bicicleta para ir al pueblo y comprar una barra de pan antes de ir al despacho.

      ¿Creía Xavier que se contentaría con empezar su jornada laboral a última hora de la mañana? De ninguna manera. Ahora eran socios, y Allegra estaba decidida a trabajar tanto como él. Le había dicho que no era una vaga, y se lo iba a demostrar. Pero, cuando llegó a la bodega, descubrió que la puerta estaba cerrada.

      No había nadie.

      Allegra pensó que tenía tres opciones. La primera, ir a ver a Guy y preguntarle si tenía una llave del despacho; pero era improbable porque, como le había dicho el día anterior, los viñedos eran asunto de Xavier. La segunda, llamar a Xavier por teléfono; pero si estaba haciendo algo importante, le molestaría. Y la tercera, alcanzar el portátil que llevaba en la cesta de la bici, sentarse en el jardín y trabajar un rato al sol.

      Al final, optó por la tercera.

      Sacó el portátil, apoyó la bicicleta en la pared y se sentó bajo un castaño, con la espalda contra el tronco. Era un lugar verdaderamente bonito. Se oía el zumbido de las abejas que buscaban polen y olía a rosas y espliego. Parecía un paraíso en comparación con su antigua oficina de Londres, donde solo podía ver los edificios del otro lado de la calle.

      A las doce menos cuarto, Xavier detuvo su vehículo en el vado, cerró la portezuela y caminó hacia Allegra.

      –¿Qué estás haciendo?

      –Trabajar.

      –¿En el jardín?

      Ella le dedicó la más dulce de sus sonrisas.

      –Como la puerta del despacho estaba cerrada y mi socio no me ha dado una llave, no he tenido más remedio que sentarme en el jardín.

      Él frunció el ceño.

      –No se me había ocurrido, la verdad. Harry no tenía oficina en el edificio.

      –Pero yo no soy Harry… Y no quiero tener que montarme en la bicicleta y venir a tu casa cada vez que necesite un simple folio.

      Xavier se cruzó de brazos.

      –Me temo que no hay ningún despacho libre.

      –¿Ah, no? Recuerdo haber visto uno el sábado…

      –Ese es el despacho de mi secretaria.

      La explicación de Xavier le pareció creíble, salvo por el hecho de que tenía un defecto que saltaba a la vista.

      –¿Y cómo es posible que no esté?

      –Se ha tomado una semana libre. Su hija acaba de dar a luz y quería estar con ella –contestó Xavier.

      A Allegra le agradó que Xavier fuera un jefe tan comprensivo como para ofrecer una semana libre a su secretaria por un asunto como ese, pero aún había una pregunta en espera de una respuesta.

      –¿Por qué no has buscado una secretaria temporal para que la sustituya?

      –Porque a Therese no le gusta que otras personas toquen sus cosas –dijo–. Si tenías intención de pedirme que te dejara usar su despacho, olvídalo.

      Allegra soltó una carcajada. Le parecía increíble que un hombre tan poderoso como Xavier Lefevre permitiera que su secretaria le diera órdenes.

      –¿De qué te ríes?

      –De la idea de que tu secretaria te imponga condiciones a ti. Debe de ser una mujer verdaderamente imponente.

      Xavier la miró con exasperación.

      –Therese no me impone nada. Pero es una gran organizadora y la respeto.

      –Si tú lo dices… –declaró con una sonrisa–. Supongo que vienes de los viñedos y que vas a volver esta tarde, ¿verdad?

      –Sí.

      –Entonces, tu despacho estará libre la mayor parte del día…

      –Allegra…

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